—Pero entonces, ¿mi madre me abandonó?
—No, por Dios, no digas eso cariño, ella te ama con locura, al igual que yo. No imaginas lo duro que fue para tu mama entregarte a tu abuelo para que te trajera aquí, pero tuvo que hacerlo para protegerte de todo. Pero ahora que ya te han encontrado, debes moverte y buscarla, tu mamá se llama Claire Evans, encuéntrala cariño. Yo siempre estaré aquí para ti mi vida, ahora ve sin dudar, yo estaré bien. Mientras reconstruyen la casa viviré con nuestra vecina, la señora Juana.
—Iré, pero te juro que volveré pronto…, te quiero.
—Y yo, tesoro mío, y yo.
Y después de esta interesante y reveladora conversación, Megan volvió a cerrar los ojos lentamente para dormirse otra vez mientras soltaba la mano de su nieto. Alexander metió el brazo de su abuelita en la cama debajo de la sabana, la arropó y le dio un beso en la frente. Si quería saber lo que estaba pasando, tendría que salir del pueblo y empezar una aventura que ni él sabía a dónde acabaría. Así que volvió a su casa, que había quedado bastante destrozada después de la intensa pelea, y entre los enseres desordenados buscó su mochila favorita y metió lo necesario para el viaje. Se sentía muy extraño. No le hacía ninguna gracia dejar sola a su abuela en el hospital, pero algo dentro de él le decía que debía partir, así que salió de la casa y comenzó a andar. Le sorprendió gratamente que casi todos sus vecinos habían salido a despedirlo, aunque no sabía cómo se habían enterado de que se marchaba, le dio la impresión de que todo el mundo sabía su verdadera historia. Antes de partir escuchó una voz…
—Espera, Alex, yo iré contigo. Dijo Marian.
La verdad es que no le extrañaba nada la decisión de su buena amiga, pues algo dentro de él le decía que su amiga se uniría a su aventura tarde o temprano, a fin de cuentas, era su mejor amiga y nunca le había dejado solo ante nada. Alexander buscó a la madre de Marian entre el gentío y, mirándola a los ojos, creyó descubrir que estaba de acuerdo en que su unigénita le acompañara.
Se marcharon tras despedirse. Frente a ellos se abría el horizonte, desconocido y peligroso. Con paso firme comenzaron una aventura que cambiaría sus vidas, la de sus conocidos y la historia del mundo entero para siempre. Al principio estuvieron caminando los cada uno en sus propios pensamientos. Hasta que Alexander se paró en seco, miró a los ojos de Marian para decirle:
—Dime algo, Marian, ¿por qué has decidido acompañarme? ¿Acaso te lo pidió mi abuela o tal vez tu madre?
—Nadie me ha pedido nada de nada, ni me han obligado, ni nada parecido Alexander… Tú eres mi mejor amigo y si tienes un problema, yo tengo un problema.
—Gracias, Marian.
Alexander se quedó mirando a Marian y le regaló una sonrisa. Acto seguido ambos continuaron caminando, y puede que fuese solo una pregunta lo que Alexander le preguntó, pero ese sencillo acto relajó mucho el ambiente entre los dos amigos, era como si Alexander estuviese mucho más cómodo al lado de Marian al saber que había sido ella misma la que había decidido por su propia voluntad acompañarlo en aquel complicado y largo viaje. Así que los dos amigos estuvieron varios días andando y durmiendo por la montaña y el bosque, y todo apuntaba a que iba a ser un viaje muy tranquilo, pero justo cuando más cómodos y tranquilos estaban, una veloz flecha negra surgió entre medio de los árboles del bosque a una gran velocidad, pasando tan cerca del brazo derecho de Marian que llegó a hacerle un corte, aunque algo superficial. Los dos amigos dejaron caer rápidamente sus mochilas y se pusieron en guardia mientras buscaban alrededor al misterioso atacante. No lo podían localizar. Los árboles eran grandes, frondosos y con mucha maleza y justo en ese momento, apareció una segunda flecha, pero esta vez del lado contrario, directa a la espalda de Alexander. Marian le empujó y, como consecuencia, la flecha le rozó la pierna izquierda, y ella trastabilló hasta el suelo. Alexander se acercó para cubrirla. Una aguda y perversa risa nació de los árboles. De allí surgió un tipo flaco, de piel oscura, como pintada, con el cabello largo y negro, también vestido de negro con botas con oscuras de hebillas doradas y un arco alrededor del cuerpo, un carcaj negro a la espalda.
—Te saludo, alado, me llamo Frank Golegas, soy el Niju del elfo oscuro y he venido por orden expresa a matarte. —Dos veces en una semana, dos tipos super distintos y con la misma frase. No podía ser una simple coincidencia—. Por cierto, debo felicitar a tu damita, no solo vio mis flechas, sino que además fue capaz de esquivarlas dos veces, bueno… casi esquivarlas.
Mientras Frank hablaba, Alexander notaba que esa extraña sensación de hace días volvía a brotar dentro de él, como si el ansia de luchar o el amor por la guerra despertaran con los problemas. Aunque lo único claro, era que cuando esa sensación lo envolvía se sentía de maravilla
Con un ágil movimiento, Frank consiguió situarse encima de Marian, la agarró del cuello con la mano derecha mientras que con la izquierda sacó otra flecha envenenada de su carcaj y amenazó con clavársela a Marian en la cara.
—Ahora observaré gustoso la cara de desesperación de tu amiguito al ver lo cerca que estás de tu muerte.
Aunque justamente al girarse para buscar a Alexander, fue grande su sorpresa al ver que su rival ya no estaba allí, y en ese preciso momento notó cómo una patada impactaba de lleno en su cara haciendo que se estampara de espaldas contra uno de los árboles para que, acto seguido, Alexander repitiera el mismo golpe que le había dado a Ruminanto en el pecho para mandar a Frank lejos con un par de costillas fisuradas. Frank no podía creer lo que acaba de pasar, en tan solo dos segundos había recibido la paliza de su vida por parte de un muchacho, así que decidió pasar a la acción con su arma favorita, el arco. Cogió una flecha negra de su carcaj y apuntó justo al corazón de Alexander, pero al apuntar miró de reojo hacia la izquierda y se percató que esta vez era Marian la que no estaba en el suelo y, por inercia, pensó que seguro que vendría por abajo. Escuchó un grito que llegaba desde el cielo y al levantar la cabeza, el pie de Marian chocó brutalmente contra su cara para, acto seguido, meterle un tremendo golpe que lo mandó en dirección a Alexander quien no dudó un solo segundo y le propinó otro puñetazo en la cara que lo dejó tumbado en el suelo, inconsciente y ensangrentado. Fue en ese preciso instante cuando Alexander pensó que todo había pasado, pero cuando se giró para dar las gracias a Marian, la encontró en el suelo desmayada. Iba a correr hacia ella cuando la mano de Frank le sujetó del tobillo.
—Puede que me hayáis ganado esta batalla, pero habéis perdido la guerra, pues nunca sabrás cómo sacar ese veneno del cuerpo de tu amiga jajaja.
Frank estaba contento de pensar que había acabado con la compañera de Alexander, pero en ese instante la cólera invadió de nuevo el cuerpo de Alexander y sus ojos se llenaron de blanco al tiempo que una lágrima de sangre salía de su lagrimal. Levantó la pierna derecha y golpeó la cabeza de Frank que cayó en el acto.
Después de calmarse, Alexander se acercó a Marian la cogió en brazos y se dispuso a llevarla a un médico y, aunque su primer pensamiento era volver a Breinosh, enseguida pensó que estaban bastante lejos de casa y que posiblemente sería mejor llegar al siguiente centro médico, así que corrió con Marian en brazos sin detenerse. Le extrañó que no se cansaba, esto le ánimo y aceleró más aún para llegar antes a su destino.
No muy lejos de allí, Frank Golegas se empieza a despertar, muy magullado, con la cara ya totalmente vendada. Gira despacio la cabeza y descubre junto a él a Ruminanto Rezep, también con varias heridas por el cuerpo.
—¿Has visto ya cómo pelean esos dos críos, cabeza de flecha? Ya te lo advertí que no les ganarías, así como así, parecen dos jóvenes normales y corrientes, incluso algo tontos o lentos, pero todo es un puto espejismo pues cuando su poder se activa, se vuelven auténticas bestias salvajes. Sabemos de sobra por qué el alado es así de fuerte, pero aún desconocemos qué oculta esa joven que va con él; de todas formas, el jefe Vroken nos ha mandado llamar ahora mismo, así que lo mejor será que volvamos. Nos aguarda un largo viaje por delante.
Alexander llegó con