“La teología analítica es un ejercicio de teología natural”. Hay críticos que acusan a la teología analítica de depender de la “teología natural”. A otros teólogos, esta observación les parecerá indulgente; algunos teólogos analíticos podrían incluso tomarse este juicio como un honor. Pero para aquellos teólogos cercanos al linaje de Karl Barth, esta será una señal de condenación: hay quienes consideran que la teología natural es “una invención del Anticristo”, que solo puede servir para fortalecer la idolatría y corromper la verdad.42 Otros teólogos no son tan hostiles, pero aun así les preocupa que la teología natural nos distraiga de la obediencia y la fidelidad a la realidad de la revelación divina. Así que, si la teología analítica es un ejercicio de teología natural, o incluso se basa en ella, hay que mantenerla a cierta distancia, si no se la rechaza por completo.
Mucho se puede decir acerca de estos temas, y lo haremos en el próximo capítulo, pero en este momento es necesario aclarar una confusión básica. Fundamentalmente, pensar que la teología analítica es simplemente un ejercicio de teología natural es no entenderla. Seguro, hay teólogos analíticos prolíficos muy comprometidos con el proyecto de la teología natural, y podemos decir sin miedo a equivocarnos que los rumores sobre la desaparición de la teología natural han sido muy exagerados.43 Pero, como he explicado hasta aquí, no hay nada en la teología analítica como tal que se base en la teología natural. La confusión de la teología natural con el proyecto analítico es solo eso: una confusión. Filosóficamente, independientemente de lo que pensemos sobre la teología natural, sea cual sea nuestra manera de ver los éxitos (o los fracasos) de los diversos argumentos teístas, simplemente, la teología natural no puede equipararse a la teología analítica. Y cualquiera que sea nuestra conclusión teológica acerca de la teología natural, no debemos confundirla con el proyecto analítico. Una vez más, se trata de un señuelo.
“La teología analítica es simplista con respecto a la historia del dogma”. Otra inquietud que manifiestan algunos teólogos sistemáticos actuales es la siguiente: la teología analítica es con frecuencia poco consciente de los complejos, pero importantes, factores históricos asociados con el desarrollo y la formación de la doctrina cristiana. Restándole importancia al asunto, a los teólogos analíticos se les achaca a veces ignorar la historia del desarrollo del dogma y de carecer de estudios suficientes para comprender el entorno intelectual –y no digamos social– concreto de la(s) persona(s), controversias o eras bajo consideración. En vez de eso –así son las cosas– es muy normal que los teólogos analíticos traten un tema aislando un texto en particular y luego desmenuzándolo para desentrañar el verdadero “meollo” de la doctrina en cuestión. Y la premisa de los teólogos analíticos –así son las cosas, una vez más– es que esto suele bastar para considerar que el resultado es seguro o correcto, sin mucha o ninguna referencia al contexto concreto del estudio en cuestión. Así expresa Fred Sanders su inquietud: “A veces, los filósofos parecen pensar que los textos antiguos son tratados engorrosos que contienen ideas que ellos tienen que extraer para hacer algo con ellas”.44 Richard A. Muller también argumenta que no prestar atención al contexto histórico a veces lleva al problema de no entender la tradición; cree, por ejemplo, que tanto los recientes defensores como los detractores actuales de la doctrina de la simplicidad divina normalmente “interpretan mal la doctrina tradicional”.45 Robert W. Jenson es más agresivo: juzga que “la relación del movimiento analítico con la fe cristiana que dice defender es algo rara” y llama a la obra de Richard Swinburne un “asunto realmente extraño”.46
Así es, al menos, como suelen estar las cosas. Una de las principales inquietudes subyacentes parece ser que la lectura de textos sin la debida atención a su situación social y contexto intelectual, puede llevarnos a no entenderlos o a que los interpretemos mal. Me parece una preocupación legítima, y los teólogos analíticos harían bien en prestarle oídos y atención. No se puede negar que es posible entender e interpretar mal textos históricos importantes, y me parece que tal cosa es mucho más probable cuando se aíslan fragmentos específicos del texto y se analizan fuera de sus contextos literarios e históricos más amplios. La tentación de no mirar el contexto considerándolo una distracción irrelevante es real. También hay que luchar contra ella. Por eso, la crítica es una llamada de atención importante.
Al mismo tiempo, sin embargo, debemos tener en cuenta varios puntos más. En primer lugar, el problema no se limita a los teólogos analíticos: los teólogos constructivos o sistemáticos de cualquier clase pueden caer en esta tentación. De hecho, la paradoja abunda en este frente. Después de atacar a los filósofos analíticos de la religión por pasar por alto “el carácter esencialmente histórico de la teología trinitaria”, y especialmente por no entender las importantes diferencias que hay entre “los orientales griegos (o ‘capadocios’) y los ‘occidentales latinos’”, la propia obra de Catherine Mowry LaCugna ha sido criticada por exagerar las diferencias.47 No es que los teólogos más tradicionales, no analíticos o antianalíticos, sean inmunes a tal tentación, al contrario, hasta donde puedo ver, es una inquietud general que ha de servir como recordatorio importante de que todos los teólogos que se ocupan de la tradición intelectual cristiana deben hacerlo con una sensibilidad histórica adecuada. En segundo lugar, no hay nada, al menos hasta donde me alcanza la vista, que indique que no nos podemos oponer a esta tentación. El hecho de que algunos teólogos analíticos no hayan prestado suficiente atención a algunos asuntos históricos tampoco implica que todos los teólogos analíticos ignoren la tradición o que todos los teólogos analíticos actúen ignorantemente. No veo ninguna razón para concluir que este problema sea propio o endémico de la teología analítica. Seguramente se puede avanzar más en esta área, pero no veo razones para pensar que tal progreso no pueda ocurrir. Por último, vale la pena señalar que tal progreso, de hecho, se está produciendo. Hay muchas buenas excepciones al cliché común de que los teólogos analíticos viven “ajenos a la historia”; de hecho, podemos decir que muchos excelentes pensadores analíticos están realmente especializados en los conocimientos históricos. En realidad, muchos de ellos son investigadores de vanguardia.48
“Para la teología conservadora la teología analítica no es más que apologética”. Sin embargo, la sospecha más bien es que la teología analítica esté demasiado vinculada a la tradición cristiana. Lo que se supone aquí es que la teología analítica no es más que el bastión de teólogos y filósofos católicos romanos (y ortodoxos) de mentalidad tradicional junto con sus amigos protestantes conservadores, y lo que preocupa es que no les interesa otra cosa que no sea encontrar un espacio seguro para defender lo que ellos ya conocen como verdad. En consecuencia, se mantiene la inquietud; a los teólogos revisionistas de diversas tendencias apenas les interesa realmente nada del asunto, y que poco se puede esperar en cuanto a una teología genuinamente constructiva.
Hay dos observaciones importantes que hacer al respecto. La primera, en principio, es que no hay nada de la teología analítica que reclame las simpatías de los tradicionales ni las conclusiones de los conservadores. Ni tampoco hay nada en la teología analítica (sea siguiendo los puntos P1-P5 de Rea o de manera algo más amplia) que impida el uso de recursos analíticos por parte de teologías feministas,