Es famosa la afirmación de Anselmo de que Dios es el ser “por encima del cual no se puede pensar nada mayor”.97 Thomas V. Morris dice que la mejor manera de interpretar el sentido de la idea central de Anselmo es “que se debe considerar a Dios como el ser más grande que se pueda imaginar, un ente que muestra la perfección máxima”.98 En consecuencia, Dios es “un ser con el mayor despliegue posible de atributos de composición para crear grandes cosas”.99 Morris define, a su vez, “el atributo de crear grandes cosas” como un atributo “que es bueno tener de manera intrínseca, un atributo que otorga a su poseedor cierta dimensión de valor, de grandeza o de estatura metafísica, independientemente de las circunstancias externas”.100 Más adelante define un atributo bueno intrínsecamente como aquel que es “bueno en sí mismo” y así son los “puntos finales de parada adecuados que explican la bondad”.101 Según este pensamiento, vemos a Dios como quien “ejemplifica necesariamente un conjunto absolutamente perfecto de atributos operativos de gran capacidad creativa”.102 Siguiendo la tradición de tales enfoques teológicos, “se ha entendido que la explicación de Anselmo implica que Dios es, entre otras cosas, omnipotente, inmutable, eterno y perfecto, y también omnisciente”.103
La teología del ser perfecto está lejos de ser popular entre los principales teólogos constructivos o sistemáticos; la verdad es que muchos teólogos la ven con absoluto desdén. Algunos, ni siquiera se molestan en refutarla. Además, a veces también se ve rechazada por los teólogos filosóficos. Pero ¿qué es exactamente lo que es tan malo de la teología del ser perfecto? Aunque las críticas son diversas, algunas sobresalen como especialmente importantes para nuestros propósitos.
Algunos críticos de la teología del ser perfecto puede que manifiesten su preocupación sobre el papel prominente que desempeñan nuestras intuiciones. No se puede negar que las intuiciones desempeñan un papel importante en la teología del ser perfecto. ¿Cómo juzgamos, sea inicial, previa o provisionalmente, lo que se considera un “atributo de gran creatividad”? Lo hacemos confiando en nuestras intuiciones, las intuiciones modales y morales (o valorativas) son vitales aquí. Pero ¿no es esto, según la inquietud de los críticos, lo que da más fuerza de modo indebido a nuestras propias intuiciones falibles e inseguras? ¿No es más seguro y más correcto permanecer simplemente dentro de los límites de la “teología revelada”?
En una nota directamente relacionada, algunos críticos acusan a la teología del ser perfecto de ser demasiado especulativa. Dicen que la teología del ser perfecto nos anima a sentarnos e imaginar cómo tendría que ser Dios si Dios se amoldara realmente a nuestros criterios de bondad. Pero toda esta manera de tratar el asunto es, dicen, totalmente ingenua: ¿por qué nosotros, como criaturas finitas, pensamos que podemos tener acceso epistémico a los criterios divinos? La teología revelada, concluyen tales críticos, debería llevarnos a admitir que lo finito no puede comprender lo infinito. Y siendo así, como criaturas finitas no estamos en condiciones de teorizar sobre una buena teología. Además, esos críticos resaltan que la teología debe llevarnos a admitir que no solo somos seres finitos, sino también caídos. ¿Por qué nosotros, pecadores caídos, habríamos de creer que podemos hacer teología partiendo de nuestros propios recursos intelectuales y proponer algo que no sea idolatría? Y si esto es así, lo único que podemos hacer es arrepentirnos de nuestras teorías y esperar a ser renovados en nuestras mentes. Resumiendo su alegación, los críticos insisten en que el verdadero conocimiento de Dios viene siempre y únicamente por la palabra de Dios, y que cuando esa palabra de Dios nos alcanza, nos enseña a abandonar nuestras teorías acerca de los grandes atributos creativos, a cuestionar o renunciar a nuestras intuiciones, y a buscar humildemente el genuino conocimiento de Dios por medio del cual Dios se ha revelado a sí mismo.104
Son inquietudes importantes, y creo que los teólogos del ser perfecto harían bien en tomárselas en serio y aprender ciertas lecciones importantes de ellas. Pero varios puntos sobresalen como respuesta. Primero, las intuiciones, modales y morales, parecen inevitables. Cierto, como criaturas estamos limitados por nuestra finitud, y hemos de recordar que nuestras intuiciones pueden estar viciadas y que necesiten ser corregidas. Es cierto, al menos algunas de ellas están profundamente influenciadas por las normas sociales y culturales, y sería estúpido no reconocerlo o asumir que todas nuestras intuiciones son universales. Es cierto, están contaminadas por el pecado y pueden conducirnos a la idolatría conceptual. Pero, sin embargo, las tenemos, y seguramente será mejor reconocerlas e identificarlas como tales que no ignorarlas o pretender que solo son válidas en nuestros adversarios teológicos. De hecho, este es un lugar (entre otros) en el que la transparencia deliberada, que es fundamental para el enfoque analítico, puede sernos de ayuda. Tampoco creo que tengamos siempre que desconfiar de nuestras intuiciones; si Dios nos diseñó para tenerlas, deberíamos darle las gracias por ellas y tratarlas como evidencias.
Además, parece evidente que en la interpretación bíblica cotidiana confiamos en tales intuiciones. Leemos en las Escrituras que Dios es una “roca” (Sl 92:15); a veces se dice que Dios se ha convertido en mi roca (Sl 94:22). Los teólogos cristianos han disentido y debatido sobre muchas cosas, pero los cristianos ortodoxos nunca han estado divididos en partidos, sectas o denominaciones de “teólogos basálticos” o “teólogos graníticos”. Nadie ha discutido sobre cuándo Dios se convirtió en un bloque de granito. De hecho, la idea de que alguien pueda hacerlo, y no sin razón, nos parece absurda. ¿Por qué? Porque todos los cristianos estamos de acuerdo en que la correcta interpretación bíblica debe llevarnos a concluir que tales textos no pueden entenderse literalmente. ¿Pero, por qué no? ¿Por qué no habrían de interpretarse así? Esos textos no están codificados en los manuscritos hebreos más antiguos, marcados con un color que nos avise, “no interpretar este pasaje literalmente”. Pero no necesitamos tales indicaciones o ayudas para saber que no hay por qué llegar a esas conclusiones teológicas. Tampoco necesitamos un curso avanzado de hermenéutica para saberlo. Creo que la razón por la que no lo hacemos está bastante clara: lo que intuimos acerca de Dios nos lo dice. Y quizás la explicación va más allá: quizás fuimos creados con la capacidad para pensar así y la de desarrollar tales intuiciones.
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