I. LA TEOLOGÍA ANALÍTICA Y LA RESPUESTA A LA REVELACIÓN
Análisis filosófico y exégesis bíblica: la distancia inicial. A la teología analítica se la considera a veces como el exponente máximo de “teología de salón”. Algunos teólogos albergan profundas sospechas de que son solo palabras de un discurso elevado e impenetrable sobre Dios y el mundo que ha sido simplemente bien construido. Es decir, les inquieta que los teólogos pasen por alto, e ignoren de hecho, la propia revelación de Dios hecha real de modo definitivo en la encarnación de su santo Hijo y de manera confiable en la Biblia en tanto que Sagrada Escritura. Cambiando el glorioso regalo de la revelación divina por la confusión de sus propias reflexiones teológicas apriorísticas, lo mejor que pueden hacer es enredarse en sus propias dudas y devaneos. Llegan a cometer idolatría conceptual.
A veces las sospechas están bien fundadas. Consideremos la declaración de J.L. Tomkinson al ser contradicho con objeciones bíblicas a su visión de Dios y el tiempo: lo que la Biblia dice es simplemente “irrelevante en lo referente a cuestiones filosóficas”.69 Continúa insistiendo en que, en caso de conflicto entre las conclusiones de la teología filosófica y las afirmaciones de la revelación, “el problema [...] siempre debe, en lo que se refiere a la teología filosófica, residir en quienes defienden la revelación en cuestión”. Porque si la teología filosófica “conduce a una conclusión que parece chocar con la revelación, la primera puede reclamar ser conforme a la razón” y la teología revelada no.70 Por tanto, en caso de conflicto entre las afirmaciones de la teología filosófica y lo producido por la teología revelada, la realidad es que no hay competencia: a la “razón” se la presume victoriosa sobre la “revelación”. Se puede hablar mucho sobre el punto de vista de Tomkinson, pero si no está nada claro que tenga razón hay buenas razones para pensar que está equivocado. Como argumenta Thomas F. Torrance, la marca de racionalidad genuina en cualquier tipo de investigación científica válida es permitir que nuestra manera de abordar cualquier tema sea moldeada una y otra vez por la realidad misma.71 Si Torrance está en lo cierto, entonces tenemos buenas razones para desconfiar de lo que dice Tomkinson.72 Porque si tenemos buenas razones para pensar que Dios se ha revelado a sí mismo (para el cristiano, sobre todo, al encarnarse el Hijo como Jesucristo, y de modo fiable, en las Sagradas Escrituras), entonces tenemos muy buenas razones para dejar que esa revelación corrija nuestras ideas a priori del ser y las acciones de Dios.
Afortunadamente, sin embargo, la opinión de Tomkinson no representa en absoluto a la gran mayoría de los teólogos analíticos cristianos. De hecho, parece seguro y es importante señalar, su opinión es lo suficientemente rara como para que sirva más de caricatura que de descripción precisa de la teología analítica cristiana. Con todo, sin embargo, hay importantes diferencias disciplinarias entre las obras realizadas por los eruditos bíblicos y las obras de los teólogos filosóficos. Y más allá de las diferencias subsisten cuestiones acerca de la relación de la teología analítica con los estudios bíblicos histórico-críticos y la teología bíblica.
¿Teología natural o teología revelada? ¿Es la teología analítica solo una forma de lo que se llama “teología natural”? Y si es así, ¿no es entonces intrínseca y diametralmente lo contrario de la teología revelada? ¿Y qué es la teología natural?
La oposición teológica a la teología natural es general y bien conocida. Como Plantinga indica en su discusión sobre la objeción reformada a la teología natural, mientras que “algunos pensadores reformados [...] respaldan las pruebas teístas”, mayoritariamente “la actitud reformada ha variado entre el respaldo tibio, la indiferencia, la desconfianza, la hostilidad y la acusación directa de blasfemia”.73 El ¡Nein! de Karl Barth! en el debate con Emil Brunner es famoso, y sus ecos han seguido resonando bien en el siglo siguiente. Si bien muchos teólogos actuales (incluidos algunos revisionistas, también protestantes tradicionales, y muchos eruditos católicos y ortodoxos) no comparten los compromisos “barthianos” con el método teológico o simplemente rechazan cualquier actividad teológica considerada contraria a los condicionamientos de Barth, muchos de ellos simpatizan con los puntos de vista de Barth y comparten sus inquietudes respecto de la teología natural. Entonces, ¿está la teología analítica comprometida con la teología natural y, por tanto, fuera del alcance de los teólogos seguidores de Barth?
Pero entonces, ¿de qué hablamos, más precisamente, cuando hablamos de “teología natural”? Supongamos que consideramos que la teología natural es simplemente lo que James F. Sennett y Douglas Groothuis describen como “el intento de dar una justificación racional al teísmo utilizando solo las fuentes de información disponibles para cualquier investigador, es decir, los datos de la experiencia empírica y los dictados de la razón humana, [...] una defensa del teísmo sin recurrir a la supuesta revelación especial”.74 En este sentido, la teología natural es lo que Plantinga llama “el intento de probar o demostrar la existencia de Dios”.75 Visto así, “la teología natural” es en realidad un proyecto filosófico; como dicen Sennett y Groothuis, “el término ‘teología natural’ es en realidad una designación incorrecta. La actividad, así concebida, es un ejercicio de investigación filosófica, no teológica”.76
Entendiéndolo así, tanto los filósofos como los teólogos han criticado el proyecto de la teología natural. Especialmente desde la obra de David Hume, Dialogues Concerning Natural Religion (Diálogos sobre la Religión natural) y An Inquiry Concerning Human Understanding (Investigación sobre el entendimiento humano), los filósofos han debatido acerca de los méritos y deméritos de los distintos argumentos tradicionales sobre la existencia de Dios. Además de debates más extensos, también han discutido los puntos fuertes y los débiles de los propios argumentos de Hume, y en este caso el veredicto parece muy poco favorable a Hume.77 Pero interpretado así, ¿en qué se relacionan la teología analítica y la teología natural? La respuesta, francamente, es que no hay mucha relación, y no tiene por qué haberla en absoluto. La teología analítica, tal como la he presentado aquí, simplemente no está sujeta a esa clase de ejercicio. Los teólogos analíticos pueden estar interesados en la teología natural, y entender, por ejemplo, que los argumentos cosmológicos o teleológicos son sólidos. Incluso pueden pensar que tal tarea es útil o incluso obligatoria en apologética. O puede que no, creyendo que Barth estaba completamente en lo cierto o incluso que se le subestimaba. La cuestión es que la teología natural, interpretada así, no es esencial para el proyecto de la teología analítica. Con independencia de sus propios méritos y deméritos filosóficos, y de sus propios puntos fuertes y certezas teológicas, la teología natural simplemente está fuera de lugar. Discutir más sobre ella solo sirve para aumentar la confusión.
Supongamos que consideramos a la teología natural en un sentido parecido, pero algo diferente. Supongamos que la vemos más como el intento de obtener algún conocimiento sobre la naturaleza, el carácter y los actos de Dios, fuera de la revelación especial. Siguiendo esta interpretación, cuando Charles Taliaferro dice que la teología natural es “practicar la reflexión filosófica sobre la existencia y la naturaleza de Dios, con independencia real o aparente de la revelación o Escritura divina”, lo que realmente nos interesa aquí es la parte que dice “y la naturaleza de Dios”.78 Es este elemento, este esfuerzo por saber algo sobre la naturaleza de Dios fuera de la revelación de Dios en su palabra encarnada y en su palabra escrita, lo que presenta más problemas para muchos teólogos y da lugar a “desconfianza, hostilidad y acusaciones directas de blasfemia”. Para algunos teólogos, lo que describe mejor la relación que hay entre la teología revelada y la teología natural es una pelea de gallos a muerte. Según ellos, nos enfrentamos a las opciones más descarnadas: teología natural o teología revelada y, por tanto, arrogancia e idolatría, o humildad y obediencia. Así pues, si la teología analítica es solo una versión maquillada de la teología natural, pues peor para la teología analítica.
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