Al avanzar hacia el exterior de estos círculos concéntricos muchos de nosotros vivimos en unidades familiares que requieren otro nivel de sabiduría. Honrar a los padres, amar como es debido al cónyuge, proporcionar seguridad a los niños en un mundo complejo y violento, al mismo tiempo que los criamos para que sean amables y compasivos, siendo a la vez cercanos sin agobiarlos, sabiendo cuándo y cuántas reglas establecer con los hijos adolescentes. ¿Quién compra y quién prepara la comida? ¿Cómo llegar a fin de mes cuando a veces escasean las finanzas?
Muchos viven en comunidades pequeñas, con amigos y vecinos que pueden caernos bien o mal, o ambas cosas a la vez. ¿Cuándo hemos de poner límites y cuándo somos egoístas? ¿Acudimos a nuestros amigos y vecinos cuando los necesitamos, o nos las arreglamos solos? ¿Qué hacemos cuando otros nos necesitan? Algunos de nosotros somos miembros de iglesias en las que tenemos que decidir si las diferencias ideológicas y doctrinales afectan a la unidad en Cristo. Debido a que muchas iglesias están perdiendo membresía en estos días, nos planteamos muchas preguntas acerca de cómo mantenernos relevantes en un mundo posmoderno y cuándo los esfuerzos por ser relevantes colisionan con el compromiso moral.
Retrocediendo un poco para ver los círculos concéntricos más grandes, vemos que pertenecemos a grupos cívicos, ya sea el municipio, la región o estado, la nación o el mundo. No es tarea fácil entender nuestros derechos y responsabilidades en cuanto al voto y saber cómo priorizar los puntos de vista de los candidatos en cuanto a moralidad personal, seguridad nacional, economía y justicia social. ¿A quién vamos a dar nuestras aportaciones económicas siendo nuestros recursos limitados y pareciendo las necesidades locales y globales infinitas? A dondequiera que nos volvamos, cada día que vivimos, somos gente que anhela ser sabia en medio de un mundo complicado.
Los expertos en ciencias sociales han estado estudiando la sabiduría, que para algunos es algo bueno, y para otros irrelevante y, tal vez, para los científicos escépticos malas noticias. Habiendo pasado toda mi carrera valorando las contribuciones de la ciencia, mi objetivo es fomentar una relación entre lo que la ciencia nos ayuda a descubrir y lo que la fe nos dice acerca de la sabiduría. Al poner la ciencia y la fe juntas, y dejar que se influyan mutuamente, podemos construir sabiduría para la vida diaria.
LA PSICOLOGÍA DE LA SABIDURÍA
Paul McLaughlin, uno de los que jugaban conmigo al flag football ayer, entró en mi oficina hace tres años y me dijo que quería dar una conferencia acerca de la sabiduría. “Es un gran tema”, dije, “pero en realidad los psicólogos no estudian la sabiduría”. Paul fue a la biblioteca y me demostró que estaba equivocado. Resulta que los psicólogos llevan estudiando la sabiduría durante treinta años como mínimo. Buena parte del trabajo ha salido de la Universidad de Chicago y del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Berlín. He leído mucho acerca de la sabiduría en los últimos tres años, Paul y yo publicamos un artículo sobre el tema y él completó su conferencia sobre la sabiduría.2
A veces envidio a los químicos e imagino que las sustancias que estudian están claramente definidas según el número de moléculas de carbono y los tipos de enlaces que comparten. Lo más seguro es que me equivoque sobre la simplicidad de la química, pero aun así no puedo pensar en algo más difícil de definir que la sabiduría. Si les pidiéramos a cien personas que definieran lo que es la sabiduría, seguramente obtendríamos una amplia gama de respuestas, desde hábiles consejos financieros hasta prácticas espirituales o cómo decidir con quién hemos de casarnos (o con quién no hay que casarse nunca).
Paul Baltes, experto en psicología evolutiva reconocido mundialmente y fundador del Berlin Wisdom Project (Proyecto Sabiduría de Berlín), consideró que la sabiduría es “el conocimiento experto en la práctica fundamental de la vida”.3 Ten en cuenta que la sabiduría implica conocimiento, pero no es lo mismo. Puedes saber mucho acerca de cómo vivir saludablemente, pero si descuidas las prácticas fundamentales de cómo comer bien, hacer ejercicio, dormir y disfrutar del momento presente, tu conocimiento no te beneficiará mucho. La sabiduría va más allá del conocimiento al aplicar el conocimiento a la práctica de una vida adecuada.
El psicólogo de Yale Robert Sternberg argumenta de modo parecido diciendo que el conocimiento ha de aplicarse para que se manifieste la sabiduría, pero nos recuerda que no se trata solo del propio interés: “Hay sabiduría cuando la inteligencia práctica se aplica para maximizar no solo el interés propio o el de otra persona, sino más bien cuando se equilibran varios intereses personales (intra-personales) con los intereses de los demás (inter-personales) y otros aspectos del contexto vital (extra-personales), como la ciudad, el país o el medio ambiente, incluso Dios”.4
El conocimiento solo no basta. Seguramente todos conocemos a expertos en relaciones sociales que tienen problemas con sus propias relaciones personales. Puede que sean pastores, consejeros o psicólogos que saben mucho sobre cómo debemos relacionarnos con los demás, pero tienen problemas a la hora de aplicar en forma práctica sus conocimientos sobre cómo mantener relaciones cercanas y duraderas. La sabiduría requiere tanto el conocimiento como la aplicación práctica de ese conocimiento, y va más allá de nosotros mismos hasta entrar en el ámbito de la preocupación por los demás.
Reconozco que esta manera de definir la sabiduría puede no satisfacer plenamente a creyentes, filósofos y a quienes generalmente sospechan de la gente de ciencia, pero quedémonos aquí por un momento antes de pasar a una comprensión cristiana más matizada de la sabiduría.
Puesto que la ciencia implica criterios medibles, no basta simplemente con definir la sabiduría como el conocimiento experto en la práctica fundamental de la vida. Necesitamos algo más específico y que se pueda medir. Los investigadores del Proyecto Sabiduría de Berlín definieron y probaron cinco criterios que encajaban en su definición: conocimiento objetivo, conocimiento procedimental, contextualización a lo largo de la vida, relativización de valores y cómo gestionar la incertidumbre”5. Los dos primeros, el conocimiento objetivo y el procedimental, se consideran criterios básicos porque reflejan el conocimiento necesario para la sabiduría, pero que no bastan por sí mismos. Los tres criterios restantes se refieren a la aplicación práctica del conocimiento a una situación concreta.
Podemos ilustrar estos cinco criterios con una anécdota banal, aunque la banalidad de la anécdota no se verá hasta el final. Hace bastantes años, nuestra gata Frisky, se escapó cuando acordamos quedarnos unos días con un perro. La “dueña” de Frisky era mi hija Sarah, aunque es cuestionable pensar que un gato pueda realmente tener dueño. Pensamos que Frisky simplemente estaba en el bosque cercano a nuestra casa y que regresaría después de los tres días en los que teníamos que cuidar del perro, pero no lo hizo. Después de diez días, al volver del trabajo, Lisa me dijo que había visto a Frisky muerta en la cuneta cuando volvía a casa desde la escuela de posgrado.
El primer componente de la sabiduría es el conocimiento objetivo. Mientras desconocíamos el paradero de Frisky, no había muchas posibilidades de avanzar hacia la sabiduría. Pero ahora, con lo que Lisa había contado, conocíamos los hechos y necesitábamos saber cómo actuar con sabiduría. La querida gata de nuestra hija estaba muerta y ella no lo sabía.
El siguiente componente de la sabiduría es el conocimiento procedimental. Cuando ocurre X, lo mejor que se puede hacer es Y. El conocimiento procedimental se consigue con el tiempo y la experiencia. Como crecí en una granja donde nunca hubiéramos pensado tener una mascota doméstica, no tenía ni idea sobre cómo actuar cuando se