El concepto tradicional de trabajo se desmantela, y con ello, se ve amenazado el cumplimiento de la demanda masculinista del macho proveedor,9 ya que trabajar precariamente es considerado una deshonra, como lo argumenta Roberto Saviano:
… trabajar como aprendiz de camarero o en una obra [entre los jóvenes de los barrios desfavorecidos de Nápoles] es como una deshonra. Además de los eternos motivos habituales —trabajo clandestino, fiestas y baja por enfermedad no remuneradas, diez horas de media diarias—, no tienes esperanzas de poder mejorar tu situación. El Sistema10 al menos ofrece la ilusión de que el esfuerzo sea reconocido, de que haya posibilidades de hacer carrera. Un afiliado nunca será considerado como un aprendiz, las chavalas nunca pensarán que las corteja un fracasado.11
Es precisamente este entramado el que permitirá que, posteriormente, el capitalismo gore (aunque no con este nombre) se vuelva indisociable, como lo es a día de hoy, de las prácticas gore que son parte del proceso de producción de capital y que tienen sus raíces en la educación consumista de la sociedad del hiperconsumo, la desregulación tanto económica como social y la división sexual del trabajo.12
Con esto no afirmamos que el uso y abuso de la violencia como estrategia para conseguir el enriquecimiento rápido no haya existido en otras épocas sino que lo que buscamos dejar claro es que este hecho se recrudece a partir de la caída en crisis de los grandes ejes económicos, conocidos como Primer Mundo (o potencias económicas mundiales). Esta descompensación en los ejes en los cuales se detenta el Poder, crea un onda de efecto anti-doppler, una onda expansiva que afecta de forma directa a los territorios más alejados de estos centros conocidos como Tercer Mundo; sin embargo, este efecto se deja sentir inmediatamente en los centros, pero las respuestas desde las últimas ondas, que llegan de los territorios más alejados, se están dejando sentir actualmente no como un fenómeno espontáneo sino como una respuesta directa a la crisis postfordista, tan olvidada ya en el centro pero que aún muestra sus efectos en otros puntos del planeta, en los cuales las crisis han sido acumulativas y las respuestas a éstas han creado dinámicas económicas y sociales tales como el capitalismo gore.
Las reacciones del Tercer Mundo frente a las exigencias del orden económico actual conducen a la creación de un orden subyacente que hace de la violencia un arma de producción y la globaliza. De esta manera, el capitalismo gore podría ser entendido como una lucha intercontinental de postcolonialismo extremo y recolonizado a través de los deseos de consumo, autoafirmación y empoderamiento.
La forma lógica de explicar estas derivas económicas que crean sujetos y acciones distópicas (en adelante sujetos endriagos y prácticas gore) no es a través de la vía moral, sino por medio de la revisión de los fenómenos que reinterpretan y dinamitan los postulados humanistas que tenían valía en un mundo estructurado socialmente bajo el discurso del sistema benefactor y no en el mundo contemporáneo basado en la dictadura del hiperconsumo. Así pues, uno de los cambios fundamentales que se han derivado del orden económico actual, entendido como globalización, es la propia concepción del concepto trabajo, lo que ha traído como consecuencia una brutal desregulación de éste.
Ante la precarización extrema y el descuido de los gobiernos y de las empresas hacia el campo —un sector productivo que no reporta beneficios rápidos ni elevados— surgen por lo menos dos consecuencias notables. Por un lado, la masiva migración del campo a las ciudades que descompensa al sistema y lo vuelve inviable a medio y largo plazo, lo cual hace que crezca la clase precaria, que desarraigada, ya no puede englobarse en la categoría de pobreza ya que:
Hasta hace poco la pobreza describía a grupos sociales tradicionalmente estables e identificables, que conseguían subsistir gracias a las solidaridades vecinales. Esa época ha pasado, las poblaciones invalidadas de la sociedad postindustrial no constituyen, hablando con propiedad, una clase social determinada. El paisaje de la exclusión hipermoderna se presenta como una nebulosa sin cohesión de situaciones y recorridos particulares. En esta constelación de dimensiones plurales no hay ni consciencia de clase, ni solidaridad de grupo, ni destino común, sino trayectorias e historias personales muy diferentes. Víctimas de descalificación o invalidación social, de situaciones y dificultades individuales, los nuevos desafiliados aparecen en una sociedad que, por ser brutalmente desigualitaria, también es hiperindividualista al mismo tiempo o, dicho de otro modo, se ha liberado del marco cultural y social de las clases tradicionales.13
Esta liberación de las clases tradicionales crea mayor dificultad para lograr una socialización y cohesión reales y, por tanto, obstaculiza una resistencia crítica y efectiva. Por otro lado, el hecho de que, actualmente, el narcotráfico sea un factor sobradamente potente que dispone de los elementos suficientes (tanto económicos como políticos) para oponerse al Estado, ofrecer puestos de trabajo y revalorizar el campo, hace que este se convierta en una opción de trabajo terriblemente tentadora y rentable.
La desafiliación social y la oferta de trabajo criminal al alza hacen que la reinterpretación del trabajo esté completamente alejada de los sistemas éticos y humanistas, tanto por el lado de las empresas como por el lado de la economía ilegal.
Dos ejemplos claros de esta ruptura con los pactos ético y humanista son: por un lado, en el marco de la economía legal, la privatización y comercialización que hace la industria farmacéutica de ciertos fármacos que podrían salvar millones de vidas; dicha industria antepone el beneficio económico antes que respetar el derecho humano de preservar la vida. Por el otro, en el marco de la economía ilegal, están las organizaciones criminales, quienes en la misma lógica empresarial de las empresas legales, busca la mayor rentabilidad obviando los costes humanos. Beneficiándose además de la rentabilidad simbólica y material que genera la espectacularización de la violencia. En concreto, el narcotráfico reinterpreta el concepto de trabajo, dado que lo enlaza con transversales como hiperconsumismo y reafirmación individual, al mismo tiempo que preserva su obediencia a las demandas de género hechas a los varones, cristalizadas por medio del trabajo.
El narcotráfico hunde su raíces en la revalorización del campo14 como materia prima para elaborar su producto, al mismo tiempo que está impregnado de la educación consumista que le lleva a hacer uso de la violencia como herramienta para satisfacer sus necesidades de consumo como para afirmarse como sujeto pertinente, en tanto que participa de un nivel adquisitivo que legitima su existencia y lo transforma en un sujeto económicamente aceptable y lo reafirma en las narrativas del género que posicionan a los varones como machos proveedores y refuerzan su virilidad a través del ejercicio activo de la violencia. Es decir, en un sujeto aceptable, tanto económica como socialmente, porque participa de las lógicas de la economía contemporánea como hiperconsumidor pudiente. Sin embargo, esta participación se hace desde el lado oscuro de la economía, lo cual es juzgado por los Estados desde presupuestos financieros. De ahí que lo conciban como enemigo dada su evasión de impuestos; hecho que desencadena cuantiosas pérdidas económicas para el sistema capitalista.
La economía del narcotráfico reinterpreta al mercado, a las herramientas de trabajo, al concepto mismo de trabajo y, de una forma fundamental, a la revalorización del campo, como lo explica Lorena Mancilla:
Recuerdo que los marxistas siempre buscaban vincular sin éxito a la lucha urbana con la lucha campesina, sin embargo ahora el narco [los cárteles de droga] produce un fenómeno de guerrilla urbana bien organizada que tiene centros de entrenamiento (ayer encontraron uno en el sótano de una casa en Tijuana), están armados, tienen fortalezas disfrazadas de casas en puntos estratégicos, pueden sostener una lucha a tiros de tres horas contra el ejército, la policía estatal, la federal y la municipal. Todo ello es consecuencia de una lucha campesina, porque la droga se produce en el campo. Es interesante porque estamos hablando de una rebelión campesina que tiene como consecuencia una guerrilla urbana. Otra cosa interesante es que por lo regular este tipo de movimientos se dan en una sola región del mundo, o en un solo país, pero en este caso se trata de un fenómeno que incluye a los países productores, a los de tránsito y a los de consumo. Hablamos de una revolución internacional (quizá intercontinental) desorganizada,