Te quiero pero voy a matarte. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013287
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se aplastó contra los barrotes y sintió el contacto frío del metal en su carne desnuda.

      —Uno...

      A pesar de que ella estaba de espaldas a la bestia, sus demás sentidos percibían la vitalidad animal que la acechaba. Su percepción aguda del peligro hacía que su cerebro gritara enloquecido de terror y trataba de que la pantera no oliera su miedo, pero no podía evitarlo.

      Le tocaba ser la humana.

      —Dos...

      «Corre. Escóndete. Huye. Grita. Sálvate», decía su conciencia, pero algo muy elemental e instintivo le ordenaba a su cuerpo que hiciera otra cosa: «Defiéndete. Pelea. Desgarra. Muerde. Araña. Ruge. Caza. Mata».

      Reby pudo sentir al animal que se acercaba; podía escucharlo pensar: «Matar. Comer. Lamer».

      Entenderlo le daba más miedo que perder su vida. Sabía lo que era sentir esa necesidad de atacar, porque eso la cegaba hasta llegar a relamerse los labios con la punta de la lengua. En su mundo todo tenía forma de corderito indefenso y el único propósito que tenía era matar a la presa: comer su carne y limpiar sus huesos.

      Sintió una sensación de regocijo al morderse la lengua con los caninos, pero, entonces, el dolor y sabor de su propia sangre le hizo recordar quién era el corderito indefenso en esta ocasión.

      —¡Tres! ¡Agáchate!

      La bestia rugió como si le enfureciera que Reby cayera al suelo. Sin dudarlo, tomó impulso y empezó a correr.

      Ella volteó de repente y vio a una bestia negra de noventa kilos de pura brutalidad cernirse sobre ella. Parecía un ataque definitivo, el felino tenía las patas delanteras extendidas y sus garras fuera de las fundas.

      Cerró los ojos y pensó que era una manera justa de morir. No porque fuera digna, sino porque, muy en el fondo, sabía que era horrible. Y morir de una forma espantosa era lo que se merecía: se lo había ganado a pulso. El cielo no podía ser más justo con su expediente y ella lo aceptaba con resignación.

      Michael le gritó algo, pero solo escuchó a su potencial asesino rugir. Luego, percibió un golpe sordo que provocó que el suelo bajo ella vibrara por un segundo. Si le hubieran dicho que morir era hermoso, nunca lo habría creído. Comprobó que no le había dolido nada. Solo sentía que su cabeza se bamboleaba de atrás hacia adelante.

      Sus hombros estaban siendo sacudidos con fuerza.

      —... ¡Corre!

      Escuchó el eco de una voz y cuando abrió los ojos vio una doble masa negra en el suelo, no muy lejos de sus pies.

      —¡Reby, reacciona! ¡Tienes que correr!

      Era Michael, era...

      Una segunda pantera los observaba con una atención casi mortal. No parecía muy amigable.

      Ella dejó de parpadear y sus ojos se abrieron de par en par. Al final, no pudo seguir fingiendo que era un maniquí desnudo. Sus rodillas se doblaron hacia adentro y se levantó. Sacó fuerzas de un lugar que desconocía, se plantó en la tierra y empezó a correr como si no hubiera un mañana por ver.

      Como un venado que escapa, podía sentir a su depredador pisándole los talones: la tierra temblaba bajo sus poderosos pasos.

      La mente de Reby estaba bloqueada. Solo tenía un pasamiento: Correr. Correr. Correr. Correr y correr.

      Hasta que su pie aplastó una rama y la hizo crujir. De pronto, una larga astilla se hundió en el centro de la planta de su pie y un ensordecedor grito de dolor salió disparado con fuerza desde la herida hasta su boca. Trastabilló y cayó de espaldas con un golpe sordo.

      —¡Reby, corre! —chilló Michael, desesperado.

      La bestia respondió al grito y mostró sus dientes largos, curvos y afilados. Se agazapó, meneó el trasero preparada para saltar, rugió llena de furia y ahogó el propio grito de Reby. Cuando el animal tomó impulso y se encumbró en el aire, ella se convenció de que quedarse quieta era una excelente opción suicida, por lo que giró hacia un lado y logró incorporarse en cuatro patas. Hizo una mueca de dolor, pero se levantó del suelo y ahogó un alarido de dolor antes de echarse a correr.

      Michael no dejaba de gritar que huyera, parecía pensar que sus palabras le darían más potencia. Ella se movía a tal velocidad que le fue imposible frenar al llegar a la pesada puerta de metal, por lo que se azotó contra el acero. Un dolor punzante emergió desde su clavícula y, también, volvió a ser consciente de la astilla enterrada.

      Reby estaba empapada en sudor frío, nunca se había sentido tan congelada en su vida. Con los pulmones encendidos y la respiración jadeante, miró hacia atrás. El animal estaba lo suficiente cerca como para captar el hedor dulzón y nauseabundo de la sangre en su aliento. La pantera era inmensa, aún más grande que la anterior. Reby observó que sus silenciosas patas eran del tamaño de un balón de fútbol. Un solo zarpazo y terminaría como una piñata reventada.

      Ella sabía cómo funcionaban las cosas. Primero, se atacaba directo a la cabeza de la presa y luego se profería un mordisco fatal en dónde los colmillos atravesaban el cráneo y alcanzaban al cerebro.

      —¡Michael, abre! ¡Por el amor de Dios, ábreme ya! —imploró y aporreó la puerta.

      Echó un vistazo al depredador. Estaba a menos de cinco metros, la escuchaba, la acechaba, era consciente de que cada uno de sus movimientos. A ella le pareció escuchar el sonido de un cerrojo que se deslizaba contra el metal.

      El ruido alteró de lleno al animal que se lanzó sin más contemplaciones. Reby pudo ver el interior de su boca llena de colmillos y observó con claridad su garganta antes de sentir que una mano la agarraba del brazo y la jalaba hacia atrás como a una muñeca de trapo.

      Lo último que vio, fue el otro lado de la puerta después de cerrarse y escuchó el porrazo de la cabeza de la pantera contra el metal, como resultado de haber saltado sobre Reby.

      En ese momento, pudo haber muerto por decapitación, pero solo terminó desmayada en los brazos de un héroe.

      Michael la llevó en brazos hasta la fuente del recinto e ignoró su desnudez de una forma muy profesional. La recostó en una banca, formó un cuenco con las manos y empezó a arrojarle agua en la cara, con cuidado de no ahogarla. Sin embargo, el líquido se le metió en la nariz y despertó con un ataque de tos.

      Michael la ayudó a sentarse y cuando Reby logró respirar con normalidad, lo miró. Él estaba hincado sobre una rodilla y tenía la otra pierna flexionada. Uno de sus brazos estaba recargado sobre un muslo y su otra mano colgaba, temblorosa.

      Se centró en sus ojos, eran de un verde pálido que tendía al color miel, y reflejaban una profunda preocupación.

      Reby apretó un puño y con la otra mano le asestó una fuerte cachetada en la mejilla. El ruido del golpe hizo que los tucanes salieran volando asustados.

      El golpe hizo que la cabeza de Michael se girara con brusquedad. Se quedó un momento petrificado y sin quererlo ofreció la vista de su impecable y bien marcado perfil. Sus pestañas aletearon al parpadear desconcertadas y, con lentitud, volvió su rostro que mostraba una mezcla homogénea de sorpresa y de enojo en sus ojos. Reby observó con cierta satisfacción la marca roja que su mano dejó.

      —¿Por qué hiciste eso? —exclamó Michael, con la mandíbula apretada, y se puso de pie de forma abrupta. Estaba claro que le dolía, pero evitó sobarse frente a ella a toda costa.

      Reby se levantó para encararlo, sin embargo, le quedó claro que él era muchísimo más alto e imponente, de modo que ella adoptó una pose desafiante para compensar la desventaja.

      —Asqueroso pervertido. —Le enterró un dedo en el pecho. Pero, demonios, ¡era durísimo!—. Es por haberme visto desnuda.

      Michael se había olvidado de que ella