—Supongo que ya conoce a Bernardo de Irigoyen, mi ministro de relaciones exteriores —dijo indicando al más avejentado de los que estaban en la sala.
—Por supuesto —dijo dándole la mano afectuosamente. Él era conocido como “El Tayllerand Argentino”. El francés había sobrevivido como funcionario el paso de Gobiernos antagónicos: Luis XVI, la Revolución Francesa, Danton, Robespierre y hasta Napoleón. Bernardo de Irigoyen había sobrevivido políticamente su conocido pasado Rosista y había ocupado cargos de relevancia en casi todos los Gobiernos que lo sucedieron; el apodo estaba bien ganado.
El otro hombre era Dardo Rocha, el nuevo gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
—No nos conocíamos personalmente pero conozco muy bien a su padre —dijo éste cuando fueron presentados. Moreno sabía que él había sido herido gravemente en la guerra contra el Paraguay, pero parecía que no le quedaban secuelas importantes.
Los cuatro hombres se sentaron alrededor de una mesa baja.
—Entonces, ¿cómo le fue por las Europas? —preguntó Roca con un exagerado acento tucumano.
—Excelente. Fue una experiencia fascinante. Europa no sólo es sumamente antigua sino que también tiene cosas muy modernas y logran combinarse armoniosamente. Imagínense que en París, ciudad señorial como ninguna, han construido edificios de estructura de metal. Visité el taller del ingeniero más brillante de Francia, un tal Gustav Eiffel. Un genio que utilizó las más modernas técnicas constructivas para hacer puentes gigantescos en todos lados del mundo. Ahora estaba trabajando en un proyecto de un simbolismo extraordinario. Francia le ha regalado a Estados Unidos una inmensa estatua que simboliza la libertad para conmemorar los cien años de su independencia.
—Claro —dijo Irigoyen—. Francia ayudó mucho a Estados Unidos en su guerra contra Inglaterra. Es natural que quieran festejarlo. ¿En qué ciudad se elevará?
—En una isla de Nueva York. Será gigantesca. Funcionará como faro. Eiffel se encarga de la estructura interior que la sostendrá. Yo vi los bocetos del artista y son impactantes.
—¿Quizás tan impactante como el Arco del Triunfo de París? —dijo Irigoyen.
—Creo que mucho más. Lo que me dijo Eiffel es que también quiere construir algo realmente impactante en París para conmemorar los cien años de la Revolución Francesa. Pero así es París, lo moderno junto a lo antiguo; un deleite.
—¿Visitó museos de ciencias naturales? —preguntó Rocha.
—Claro —respondió sorprendido de que al gobernador le interesara ese tema—. Estuve en varios, tanto de Francia como de Inglaterra. El que más me atrajo es el British Museum, es monumental. Me lo mostraron en detalle ya que fui con carta de presentación del mismísimo Charles Darwin.
—¿Darwin? ¿El que dice que somos descendientes de los monos? —preguntó Irigoyen.
—Bueno… La teoría de él es bastante más compleja, pero se podría resumir así. El propio Darwin me mostró caricaturas de revistas donde aparece él con cuerpo de mono. Muy gracioso.
—¿Y qué le pareció volver a este rancherío después de visitar países tan avanzados? —preguntó Roca.
—Es como ver el vaso con agua hasta la mitad, puede estar medio lleno o medio vacío. Por un lado da tristeza ver lo atrasados que estamos respecto a ellos, pero por otro lado se nota que acá está todo por hacerse. Como tenemos muchos más recursos naturales que ellos podemos superarlos si se aplican políticas de desarrollo en lugar de perder el tiempo luchando por el poder.
Los ministros se quedaron en silencio porque parecía que el comentario era una crítica implícita al Gobierno, pero Roca no lo tomó así.
—Coincido plenamente. Acá todavía tenemos que construir el país, y creo que con la revolución de Tejedor se terminaron las luchas intestinas que nos tenían paralizados. Estamos frente a una posibilidad de hacer una gran Argentina —se sentó más adelante para acercarse a Moreno—. Quiero que mi Gobierno siga una serie de políticas de Estado que apuntan en esa dirección. Le cuento: determinar las fronteras del país, ocupar efectivamente su territorio, aprovechar el suelo para producir, poblar el país con inmigrantes, y modernizar la nación. ¿Qué le parece? Hay trabajo para veinte años.
—Me parece fantástico —le respondió Moreno entusiasmado.
—Entonces quiero que usted forme parte de mi equipo.
—¡Cuente conmigo!
Rocha y de Irigoyen se miraron, estaban asombrados de que dos hombres tan distintos pudieran entenderse tan bien.
—Respecto al tema de la determinación de las fronteras, ya sabrá que hemos avanzado mucho —prosiguió Roca.
—Me enteré de algo.
—En julio finalmente firmamos el tratado con Chile. Así que ya sabemos que la Patagonia de este lado de los Andes es nuestra.
—Bueno, no toda —aclaró Moreno.
—Es cierto, no toda, pero casi toda. Lo que queda por verse es aquel corredor verde que usted nos había explicado. Por ese motivo habíamos introducido aquella frase ambigua: “altas cumbres divisorias de aguas”. Costó un poco, pero esa frase quedó, así que todavía tendremos que determinar con Chile el lugar exacto por el que corre la frontera. Ese es uno de los motivos por los que lo quiero a usted dentro de mi equipo.
—Me encanta la idea. Es hacer algo que me gusta y que le es útil al país.
—Bien —continuó el presidente—, pero luego de su paso por Europa y de conocer a tantos científicos, hay otra tarea para la cual usted está capacitado.
—¿Cuál?
—Ahora le cedo la palabra al Señor Dardo Rocha —dijo Roca haciéndose el misterioso.
—Bueno… —dijo el gobernador—. Como sabrá, como consecuencia de los tristes hechos del año pasado, la Ciudad de Buenos Aires ha dejado de pertenecer a la Provincia de Buenos Aires para ser la capital de la nación. Por eso la Provincia debe encontrar otra capital. Hemos decidido que en lugar de elegir algún pueblo para ser capital, nuestra provincia merece una ciudad totalmente nueva, absolutamente moderna, y con una urbanización revolucionaria. Una ciudad a la altura de Europa o mejor dicho de…
—De Estados Unidos —interrumpió Moreno, tratando de adivinar— que hicieron su capital, Washington, de cero.
—Exactamente —dijo Rocha, contento de que lo entendiera—. Será La Plata.
—¿Cómo? —dijo el joven, que no entendió lo que quería decir.
—La nueva ciudad se llamará La Plata.
—Lindo nombre. Evoca a este gran río y al mismo nombre de nuestro país, Argentina, que viene de argentum: “plata” en latín.
—Nosotros queremos que La Plata —intervino Roca— con ese nombre que habla de riqueza, sea el símbolo de este nuevo país que estamos creando. Una nueva ciudad, una nueva Provincia de Buenos Aires, y una nueva Argentina.
—Brillante —dijo Moreno entusiasmado—. ¿Pero cómo encajo yo con la Ciudad de La Plata?
—Tenemos que trabajar en la urbanización, y a partir de eso ubicar los principales edificios públicos —retomó la palabra Dardo Rocha—. Parques y hasta el jardín zoológico. Para eso estoy formando una Comisión encargada de edificios públicos, y me gustaría que usted formara parte de ella.
—Bueno… Gracias —dijo dubitativo el joven—. Ciertamente me siento halagado, pero no estoy seguro de estar preparado para eso.
—Cuéntele lo que viene después de eso —le dijo Roca a Rocha.
—Señor