Historias malditas y ocultas de la historia. Francisco José Fernández García. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco José Fernández García
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788415306009
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personas que le conocieron afirman que realmente existió tal pacto, pues a raíz de aquello, alrededor del año 1525, Fausto comenzó a demostrar en público proezas imposibles. Dilapidaba el dinero como si nada y en una ocasión que estaba reunido con unos amigos, afirmó haber viajado a los infiernos y, pese a las enormes llamas, no haber sufrido lesión alguna —seguramente estaría escogiendo apartamento para cuando se le acabase el plazo pactado con el demonio—. ¿Cómo sería firmar un pacto con el diablo? Dejemos que sea el Fausto literario quien nos lo cuente:

      Fausto.- (...) ¿Qué quieres de mí, maligno espíritu: bronce, mármol, pergamino o papel? También dejo a tu elección si debo escribirlo con un estilo, un buril o una pluma.

      Mefistófeles.- ¡Cuánta palabrería! ¿Por qué te has de exaltar de este modo? Basta un pedazo de papel cualquiera con tal de que lo escribas con una gota de sangre.

      Fausto.- Si así lo quieres...

      Mefistófeles.- La sangre es un fluido muy especial.

      Se cuenta una anécdota muy curiosa ocurrida en Leipzig, cuando Fausto se topó con un tabernero y sus ayudantes, que estaban en un gran apuro, pues cansados y sudorosos eran incapaces de sacar de la bodega un barril de vino de grandes dimensiones. Fausto se ofreció a bajar a por el barril y subirlo él solo. El tabernero dijo que eso era imposible y que si lo conseguía se lo regalaba. Fausto bajó a la bodega, se montó en el barril y lo subió como si fuese a caballo. Esto impresionó tanto a la gente que lo plasmaron, en forma de pinturas, en las paredes del establecimiento. Seguramente fueron estos dibujos los que inspiraron la leyenda, o quizás el mito.

      En cuanto al final, tal y como se esperaba, fue trágico. El pacto, que constaba de un periodo de 24 años, estaba a punto de expirar, y así lo anunció un mensajero de los infiernos. Horas antes de que acabara, Fausto invitó a sus amigos a una gran y última cena en la que les contó todos los pormenores del compromiso satánico; además, los hizo partícipes de su arrepentimiento tardío. No obstante lo afrontó con valentía y les dijo que si escuchaban sus gritos por la noche no se preocupasen, que no salieran de sus habitaciones y no les pasaría nada; y así lo hicieron. A media noche se dejaron oír los gritos angustiosos y desgarradores del pobre Fausto pidiendo socorro y haciendo que cundiera el pánico entre sus invitados, que siguiendo el consejo dado por su anfitrión se encerraron en sus habitaciones para quedar a salvo. Por la mañana el espectáculo que se encontraron era dantesco: había sangre por todos lados, medio cerebro servía de cuadro en la pared, trozos de huesos estaban esparcidos por los suelos y el resto del cadáver que había sido tirado por la ventana y fue a parar al cercado de un estercolero.

      Una vez enterrado hubo quien afirmó que el ataúd, junto con el cuerpo, desapareció para siempre. Desde ese momento las gentes del lugar dicen que el fantasma de Fausto vaga sin rumbo aparente, por las viejas calles de la ciudad. ¡Como vemos, no sólo vendió su alma, sino también su cuerpo!

      El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella.

      Jesucristo

      Este personaje, siniestro donde los haya, podría haber competido de igual a igual con Vlad III por el título de conde Drácula. Como verán, las aficiones de Gilles no tenían nada que envidiar a las del empalador rumano o, puestos a comparar, a las de la preciosa húngara Erzsébet Bathory (la condesa sangrienta). Ésta, para seguir manteniendo su imperecedera belleza, solía bañarse con la sangre de las jóvenes que secuestraba, torturaba y asesinaba. Pero conozcamos algo mejor la horrenda historia de este señor, por llamarlo de alguna manera.

      Gilles de Rais tuvo una cuna bien alta. Nació en Nantes, en 1404, en el seno de una de las familias más poderosas e influyentes de toda Francia. Pasó la infancia y la juventud en el castillo de Champtocé, donde adquirió una exquisita educación a la vez que, en sus ratos de ocio, espiaba a los jóvenes pajes de palacio. Pero un suceso terrible le acaeció cuando tan sólo tenía 10 años, y le marcó para el resto de su vida. Su padre, Guy, que había partido con unos amigos a cazar, fue embestido por un jabalí mal herido que le desgarró el vientre con sus colmillos. Guy fue llevado rápidamente a su casa, pero fue en vano, pues no pudieron hacer nada para salvarle la vida. El pequeño Gilles no se separó en ningún momento del lecho de su progenitor, y fue testigo principal de sus últimos minutos de agonía. La imagen de las vísceras y la sangre saliendo del vientre desgarrado de su padre y empapando el lecho le acompañaría para el resto de su vida, hasta tal punto que él mismo se encargaría de rememorarla con saña con muchas de sus víctimas. Si esto no fue bastante, al mes de haber muerto su padre, Marie Craon, su madre, fallecía, como vaticinando la vida rodeada de muertes que le esperaba a su hijo.

      Gilles y su hermano quedaron bajo la tutela del abuelo materno, Jean de Craon, que los malcrió permitiéndoles todo tipo de caprichos. Este hombre consiguió inculcar a los dos hermanos el narcisismo, la soberbia, el poder y el orgullo con los que Gilles fue desarrollando su inestable personalidad. Siendo aún joven, con unos 14 años, le obligaron a casarse con Catherine de Thouars, a la que no hacía el menor caso, pues sus atenciones y miradas se dirigían hacia los hermosos y guapos jóvenes.

      Según cuentan las crónicas, entre 1427 y 1435, Rais se hizo cargo, con el grado de comandante, del ejército real. Este hecho fue un trampolín que le condujo ante la que sería su amor platónico, Juana de Arco, a la que le otorgó una lealtad casi obsesiva. Junto a esta carismática dama luchó en varias campañas contra los ingleses y sus aliados burgundios. Estas batallas fueron un desahogo para los bajos instintos de Rais, que cometió toda clase de sangrientas carnicerías. De todos modos, algunos autores afirman que se exageró su posición, que no estaba más que a cargo de una treintena de soldados y que jamás fue una persona relevante al lado de Juana de Arco, sino que esto le llegó más tarde.

      Más adelante, cuando Juana fue apresada y ejecutada en la hoguera, la labor guerrera de Rais y su poca estabilidad mental se vieron truncadas. Esto le produjo un shock y decidió encerrarse en su castillo de Tiffauges, lugar donde llevaría a cabo una serie de trágicos y escabrosos sucesos. Sumido en la melancolía y defraudado por la ejecución de Juana, comenzó a lapidar su fortuna en fiestas y representaciones teatrales con las que animar su espíritu.

      Pasado un tiempo, Rais se dio cuenta de lo precario de su economía, cercana a la bancarrota, lo que hizo que se rodease de alquimistas y magos con la confianza de que éstos le devolverían con sus artes mágicas la fortuna dilapidada. Lo que no sabía era que esto, a parte de no solucionarle nada, le iba a costar otra fortuna y lo poco que le quedaba de cordura. Los magos fueron despedidos uno a uno, y los pocos que quedaron se las arreglaron para convencerle de que al único que podía recurrir era al Diablo, capaz de solventar sus problemas. Rais se aficionó a las misas negras y a los pactos diabólicos con el fin de que le otorgaran sus deseos. Hay algunas leyendas y autores que comentan que Rais hizo testamento legando sus propiedades a Satanás, y que así consta en las escrituras de su castillo.

      Conforme se iba aficionando a los rituales y misas negras, fueron despertando sus oscuros instintos y deseos, reprimidos hasta entonces en lo más profundo de su ser: el gozo y el éxtasis en las torturas, violaciones y asesinatos de jóvenes. Para ello no dudó en ordenar a sus criados el secuestro de bellos muchachos, a los cuales, en el transcurso de escalofriantes rituales, les arrancaba los brazos, los ojos y el corazón, para después beber, como si fuera un zumo, la sangre de sus desdichadas víctimas. Incluso se afirma que se masturbaba mientras los iba desmembrando, y que luego caía en un profundo estado de catalepsia. Pero esto no fue todo. Su enfermiza mente no se saciaba y seguía deseando más y más perversión, hasta tal punto que los jóvenes cuyos rostros le parecían más bellos eran decapitados, destruía sus cuerpos y sus cabezas eran expuestas en un sitio donde pudiera verlas continuamente. Cuando disponía de un gran número de estas cabezas, mandaba adornarlas y maquillarlas, para luego organizar una gran fiesta en la que sus amigos e invitados —igual de enfermos— premiaban la más bella de todas.