Historias malditas y ocultas de la historia. Francisco José Fernández García. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco José Fernández García
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788415306009
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tienen otra historia igual de intrigante que la anterior, digna de la mejor película de espías:

      Aristágoras, pues, no se encontraba en condiciones de cumplir la promesa que le había hecho a Artáfrenes; pero es que, además, las demandas que le hacían para que sufragara los gastos de la expedición le ponían en un aprieto; estaba, por otra parte, seriamente preocupado debido al fracaso que había sufrido el ejército y por haberse enemistado con Megábatas; y, finalmente, suponía que iba a verse desposeído del poder que detentaba sobre Mileto.

      Ante aquella serie de motivos de preocupación, tomó la determinación de rebelarse, pues coincidió que por aquellas fechas acababa de llegar el hombre de la cabeza tatuada, a quien Histeo había enviado para encargarle a Aristágoras que se sublevase contra el Rey. En efecto, Histeo, que deseaba incitar a Aristágoras a rebelarse, en vista de que los caminos se hallaban vigilados, sólo encontró un medio para transmitirle el encargo con garantías de éxito: afeitarle totalmente la cabeza al más leal de sus esclavos, tatuarle un mensaje, y esperar a que le creciera de nuevo el pelo; y, en cuanto le creció lo suficiente, le envió a Mileto, dándole como única orden que, una vez llegado a Mileto, indicase a Aristágoras que le afeitara el cabello y le echase una ojeada a la cabeza...

      Pero no crean, no todo es espionaje. También hay historias relacionadas con milagros y sucesos paranormales. La Historia es lo suficientemente larga para encontrarnos de todo. Juzguen ustedes mismos.

      Mientras Creso daba estas explicaciones, los bordes de la pira, presos ya del fuego, comenzaron a arder. Entonces Ciro al oír de labios de los intérpretes lo que Creso había dicho, cambió de opinión y reconoció que él, un hombre al fin y al cabo, estaba entregando en vida al fuego a otro hombre que había gozado de una prosperidad no inferior a la suya; como sentía, además, el temor a una venganza divina, y considerando que, entre otras cosas humanas, no hay ninguna que sea estable, ordenó apagar a toda prisa el fuego que alumbraba y hacer bajar de la pira a Creso y a los que con él estaban. Pero quienes lo intentaron no podían ya controlar el fuego.

      Entonces, según cuentan los lidios, Creso, al percatarse del arrepentimiento de Ciro —pues veía que todo el mundo trataba de apagar el fuego, si bien ya no podían dominarlo—, invocó a gritos a Apolo, suplicándole que si alguno de los presentes le había sido grato, acudiera en su ayuda y le librara del peligro que le acechaba. Y mientras, entre lágrimas, invocaba al dios, de pronto, en un cielo despejado y sereno, se amontonaron las nubes, estalló una tormenta, descargó un fuerte aguacero y se apagó la hoguera. Como Ciro vio, por este hecho, que Creso era caro a los dioses y un hombre de bien, le hizo bajar de la pira…

      ¡De buena se libró Creso! Hoy en día con tanta sequía… ¡quién sabe!

      No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira: podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía.

      Gustavo Adolfo Bécquer

      El canto de la poesía, que hace dulces todas las cosas a los mortales,

      dispensando honor, incluso hace que lo increíble

      sea creíble muchas veces.

      Pero los días venideros

      son testigos más sabios.

      Y es conveniente al hombre proclamar las cosas buenas

      de los dioses. Pues menor será su culpa.

      Hijo de Tántalo, de ti diré cosas contrarias a mis

      predecesores:

      Cuando tu padre invitó a irreprochable

      banquete en su querida Sípilo,

      ofreciendo a los dioses festín de agradecida réplica,

      entonces te raptó el señor del brillante tridente,

      dominado en su entraña por el deseo, y en áureas yeguas

      te llevó al excelso palacio de Zeus en todo lugar venerado.

      Allí en próximo tiempo

      llegó también Ganímedes…

      Fragmento de una oda de Píndaro titulada

      A Hierón de Siracusa, vencedor de las carreras de caballos.

      De Píndaro (518 ó 522-438 a.C.) se cuenta que fue un genio precoz y uno de los más grandes poetas líricos que vio Grecia. Las crónicas nos dicen que nació en Cinoscéfalas, una aldea próxima a Tebas, en el seno de una familia de alto poder adquisitivo, lo que le permitió, cuando llegó a la adolescencia, viajar hasta Atenas y estudiar música, una de sus pasiones, con los mejores docentes del momento: Agatocles y Laso de Hermione, aunque sobre éste último hay serias dudas, como sobre el verdadero nombre de su padre. Para su tutor los expertos barajaron diversos nombres, entre los que figuran Pagondas, o Pagónidas y Daifanto. Éste último, al ser el nombre que puso Píndaro a su hijo, es el más factible, ya que en aquellas fechas era frecuente que el nieto llevara el nombre del abuelo.

      Pero no todo fue un camino de rosas para este gran genio de las odas, en el 480 a.C., con motivo de las Guerras Médicas, su aportación al mundo del arte estuvo en serio peligro, por una parte estaba su lealtad hacia su patria, Tebas, aliada de los persas, y en el lado opuesto las ciudades estados Esparta y Atenas, que se resistían a la invasión persa. Ésta última, Atenas, quizás por ser la ciudad donde Píndaro estudió, fue objeto de una oda en la que la llamaba «soporte de la Hélade». Ese piropo le acarreó serios disgustos, pues vio cómo sus paisanos tebanos, enojados, le imponían una fuerte multa que ascendió a unos 1.000 dracmas, y que según todas las crónicas fue pagada muy gustosamente por los atenienses.

      Parece que este lírico se dedicó a viajar allá donde existieran juegos y carreras deportivas, haciéndolos protagonistas de sus odas. Fuera donde fuera era bien recibido, encontraba hospitalidad y muy buenos clientes, que quedaban siempre muy satisfechos por sus composiciones y que le agasajaban colmándole de toda clase de honores. Y es que el muchacho debió ser un fuera de serie en eso de componer, pues en torno a él surgió una fantástica leyenda que le hace merecedor de constar entre nuestros protagonistas. Las crónicas nos dicen que las odas de Píndaro eran tan dulces, armoniosas y perfectas que el mismísimo dios Pan —dios de los pastores, mitad hombre mitad animal y que suele representarse como una especie de genio del bosque fue visto saltando entusiasmado mientras entonaba uno de sus famosos poemas.

      Y es que el prestigio de Píndaro no tenía desperdicio ni fronteras, siendo universal. Según los cronistas, el propio Alejandro Magno (otras fuentes afirman que fue el rey Pausanias, de los lacedemonios), cuando marchó sobre Tebas en el 335 a.C., únicamente respetó la casa del poeta y a sus descendientes, todo lo demás fue arrasado hasta los cimientos. Se dice que la muerte de nuestro poeta fue tan dulce como sus odas, pues murió mientras dormía en los brazos del joven y bello Teóxeno.

      La envidia y aún la apariencia de la envidia es una pasión que implica inferioridad dondequiera que ella se encuentre.

      Plinio el Joven

      Cayo Plinio Cecilio Segundo nació en Como (Novum Comun), en el año 62, y era sobrino e hijo adoptivo de Plinio el Viejo (famoso naturalista que falleció mientras investigaba la erupción volcánica del Vesubio, debido a la inhalación de gases tóxicos desprendidos por éste). Fue un personaje excepcional, culto —tuvo como tutor a Quintiliano, un gran orador de la época—, honesto, moderado y según todas las fuentes compuso su primera obra a los 14 años, destacando en la poesía, la oratoria y el derecho, carrera