Historias malditas y ocultas de la historia. Francisco José Fernández García. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco José Fernández García
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788415306009
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no se podían seguir ignorando, por lo que decidieron actuar. La tarea se encomendó al obispo de Nantes, que llevó con bastante efectividad las diligencias. Éste rápidamente mandó prender al barón de Rais, sobre el que recaían las sospechas desde hacía ya bastante tiempo. Fue arrestado el 13 de septiembre en su castillo, donde además las autoridades encontraron los restos descuartizados de multitud de jóvenes. Puede ser paradójico o irónico, vaya usted a saber, pero Rais en todo momento se declaró inocente, incluso ante las torturas recibidas para que confesase. Tan sólo la amenaza de ser excomulgado le impulsó a confesar. Según los interrogatorios, Gilles había acabado con la vida de más de 300 jóvenes a los que en algunos casos, según él, colgaba de ganchos en las mazmorras para después destriparlos y gozar del dantesco espectáculo. En otras ocasiones, para no caer en el aburrimiento, los sodomizaba, algunas veces antes de ser asesinados y otras después. Pero que sean sus propias palabras dirigidas ante los jueces las que nos expliquen con todo detalle sus actos y fechorías:

      Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes —niños y niñas— y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos —aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto— y que los he matado con mis propias manos o he hecho que otros los mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados.

      Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente.

      Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía...

      Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el Infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y se aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos.

      Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla.

      Esta persona, que no se merece tal calificativo, fue llevada a la horca y después a la hoguera el 26 de octubre de 1440, dando así por finalizado el caso del primer asesino en serie que describe y registra la Historia. Como vemos, ¡en esta vida se paga todo!

      Sólo es capaz de realizar los sueños el que, cuando llega la hora, sabe estar despierto.

      León Daudí

      Este aguerrido personaje, descubridor de La Florida y conquistador de Puerto Rico, nació en 1460 en el vallisoletano pueblo de Santervás de Campos. De pequeño fue paje del rey Fernando II de Aragón, pues su familia estaba vinculada con la nobleza; de mayor, fue gestando en batallas como la guerra de Granada su espíritu y temple guerrero. Posteriormente dicha veteranía militar le sirvió contra los indios caribes.

      Ponce de León fijó su residencia en Caparra, lugar rico en oro y junto al puerto llamado Rico que luego dio nombre a la isla. Ponce se dedicó a fundar pueblos por doquier y a utilizar a los indígenas a su antojo, hasta que éstos, cansados de tantos abusos, empezaron a añorar su falta de libertad. El conspirador de la revuelta indígena fue un tal Agueybaná, que se dedicó a matar a todos los conquistadores que caían en sus manos, tras haberse enterado de que eran tan dioses como parecían.

      Al principio los indígenas estaban convencidos de que los españoles eran dioses y por ello no se les podía matar. Un buen día, un indio llamado Bayoan decidió probar si tal teoría era cierta, utilizando para ello a un español llamado Salcedo. Mandó que le secuestraran y que le sumergieran después en el agua para ver qué le ocurría; lógicamente falleció por asfixia. A pesar de ello, los indígenas no quedaron muy convencidos con la prueba y decidieron vigilar sus restos varios días, por si volvía a la vida. Pasados tres días, y viendo que Salcedo no se levantaba y el olor iba siendo acusado, Bayoan y los suyos dictaminaron que había muerto. Los indígenas habían descubierto que a los españoles se los podía matar.

      Ante este gran descubrimiento, decidieron levantar las armas. Ponce, escaso de soldados, optó por la táctica de guerrillas. Grupos de 30 hombres se lanzaban en incursiones de castigo contra los indios, acosándolos en unas ocasiones o emboscándolos en otras. Cuentan las crónicas que entre aquellos soldados destacó uno muy especial y de gran fama por entonces, llamado Becerrillo. El tal Becerrillo era de raza canina y demostraba gran arrojo y valentía. Se dice que Becerrillo sabía distinguir a los indios buenos de los malos. A los primeros los colmaba de cariñosos lengüetazos y a los segundos los hacía correr a mordiscos; los indios no estaban acostumbrados a estos animales y les tenían auténtico pavor. Becerrillo tenía asignados casi los mismos privilegios que los soldados en cuanto a paga y raciones. Finalmente, murió en acto de servicio, a causa de un dardo envenenado que le tiraron mientras perseguía a un enemigo de Ponce. Durante mucho tiempo se habló de sus grandes gestas y mé-

      ritos.

      Ponce de León, por cuestiones políticas, entregó el gobierno de la isla y decidió seguir explorando el nuevo mundo a golpe de espada. En una de sus exploraciones un grupo de indígenas le puso tras la pista de unas tierras ricas en oro y donde se hallaba el más preciado tesoro de todos: la fuente de la eterna juventud. Sólo tenía que darse un chapuzón y saldría rejuvenecido. Estos mismos indígenas, según relataron a Ponce, habían enviado a un grupo para buscarla que jamás regresó, por lo que dedujeron que la habían hallado y no sintieron la necesidad de volver.

      Hay que tener en cuenta que nuestro protagonista era ya de edad algo avanzada y el nuevo mundo toda una novedad de fauna y flora; además, la gente culta de entonces daba crédito a todas esas leyendas. En una misiva de Pedro Mártir al papa León X, se dice lo siguiente:

      Al norte de la isla Española y a unas 325 leguas de distancia, según los que lo han explorado, se encuentra un manantial de agua viva que tiene la virtud de restablecer a los ancianos su juventud cuando beben de ella.

      En dicha carta se asegura que esto es verídico y que se debe a la gracia de Dios.

      El 3 de marzo del 1512, Juan Ponce salió de San Germán, Puerto Rico, con tres barcos que había preparado para la ocasión, rumbo hacia las tierras de la milagrosa fuente. El día 14 llegó a Guanahaní y luego a San Salvador. Al tocar tierra, emprendió las pesquisas para encontrar la ubicación de la fuente, pero no lo logró, a pesar de beber sorbos de todas las aguas que salieron a su paso: ríos, cascadas, manantiales y lagos, incluso de aguas saladas. Ponce no desesperó y prosiguió, ya que creyó haberse equivocado de lugar.

      El 2 de abril llegó a unas hermosas tierras de árboles y campos llenos