La Emoción decide y la Razón justifica. Roberto Aguado Romo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Roberto Aguado Romo
Издательство: Bookwire
Серия: Gestión Emocional
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788497276825
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que convivían con Escarabajo, con lo que este era capaz de conseguir con niños que estaban muy tristes, con cómo los pacientes necesitaban menos medicación y aceptaban mejor los estudios y las prácticas que precisaban cuando Escarabajo había estado con ellos. Sin duda, Escarabajo llevó muy buena vibración al hospital y para ella era como si pudiera tener cerca esa parte que no quería perder de Pedro. Como buena gallega, Natalia dejó que el tiempo eligiera el destino y no dio ningún paso para acercarse a Pedro, por lo menos para indicarle los motivos de su decisión. Las veces que veía a Escarabajo, notaba cómo Pedro desde dentro del disfraz la decía con la mirada “¿Qué ha pasado?, ¿Por qué no estás en casa?” Pero no podía hacer otra cosa que seguir con sus pacientes, las sesiones clínicas y todas sus ocupaciones. Todo muy irracional, como las cosas del amor.

      Natalia tenía por costumbre cuando llegaba a casa hacer una hora de bicicleta estática. Enfrente de la bicicleta había varios bonsáis que cuidaba con esmero, la mayoría de ellos se los había regalado Pedro. Como si fuera entrando en trance, su mente dejó de sentir el movimiento de sus piernas en los pedales, dejó de sentir cómo su trasero se apoyaba en el sillín y comenzó a trasladarse al día en el que decidió marcharse. Ese día se levantó agitada y sintió, por su profesión lo sabía, un ataque de pánico. Pedro ya se había marchado a su consulta, como siempre, le había dado un beso, nada ni nadie podría presagiar que Natalia iba a realizar lo que hizo. Comenzó como una autómata a recoger sus cosas y ponerlas en una maleta. Cuantas más cosas recogía, más tranquila se sentía. Cuando le venían a la cabeza dudas o se decía “¿Pero qué estás haciendo?”, el ataque de ansiedad comenzaba a visitarla, como si fuera domándola, como si en su interior hubiese una fuerza que con el palo (ataque de ansiedad) y la zanahoria (tranquilidad) la llevara hacia el objetivo de abandonar a Pedro. Cuando tuvo todas sus cosas embaladas, llamó a una amiga que tenía una constructora y le pidió que le prestara una de las furgonetas. Su amiga Amanda no le hizo muchas preguntas, solo le indicó que hasta el mediodía no podría mandar a nadie. Natalia sabía que Pedro no llegaría hasta las ocho de la noche, era su día largo de consultas de la semana por lo que, mientras llegaba la hora de la recogida, comenzó a mirar pisos donde ir. No le costó mucho encontrar uno, la crisis hacía que en Madrid hubiese bastantes pisos y estudios en alquiler. Visitó varios y al final de la mañana estaba firmando el contrato en un estudio de la Plaza de Santa Ana, en el mismo centro de la capital, tenía dos habitaciones para ella y un cuarto de baño, qué más podía pedir. Y así lo hizo, recogió todas las cosas y a las seis de la tarde tenía totalmente colocado su nuevo espacio vital. Según pedaleaba iba siendo consciente de que a partir de un momento, en ese día se olvidó de Pedro; ni siquiera tuvo en cuenta que lo dejó sin cama, ya que era una de las cosas que había comprado ella. También lo dejó sin frigorífico, licuadora, y sin un perchero donde colgaba los enseres de Escarabajo. Estaba, en ese momento, siendo consciente de todo lo que había hecho y de cómo ignoró la angustia que pudiera sentir Pedro al llegar a casa, no verla a ella y encontrarse todo desmantelado. Incluso en este momento pensó “¿Y cómo durmió Pedro esa noche?” De lo que sí que era consciente, siempre lo fue, es de que dejó una nota de despedida en el mueble donde Pedro ponía siempre las llaves al llegar, que decía:

      Me voy, no preguntes, no tengo dudas, es mi decisión, respétala. Y firmaba Natalia.

      Esa fue la comunicación que hasta este momento había vivido como suficiente para que Pedro no se asustase al entrar en casa y creyera que había sucedido un secuestro con enseres incluidos.

      Y es cuando brotó de sus entrañas un recuerdo aún más antiguo, más cercano al diálogo con su biografía; como un flash surgió la imagen de sus padres, dos gallegos que estuvieron siempre juntos, buena gente por separado pero que como matrimonio trasmitían sin reparo a sus hijos (Natalia tiene dos hermanos, uno varón, el mayor, Fernando y otra menor que ella, Elena) lo importante de mirar para uno mismo. Su madre decía, de manera habitual, que nadie puede ser más importante que uno mismo, que la felicidad debe ser personal, era habitual escuchar: “si algún día no me siento feliz con tu padre, no estaré con él, lo que ocurre es que es un hombre que me acompaña en mi felicidad”. A la vez su padre cuando escuchaba estas cosas a su madre, asentía como ratificando que así tenía que ser. Ambos pasaban muchos meses fuera uno del otro, su padre era marino y, por ello, estaba habitualmente cuatro o cinco meses en la mar. Cuando llegaba a casa era una fiesta, era como si la lejanía reforzara la relación, pero cuando estaba fuera, su madre seguía su vida, nunca la notó triste o melancólica como otras mujeres de marino, ella era profesora del instituto de la ciudad y tenía una vida social y familiar idéntica a la que tendría si su marido estuviera en casa. Esta forma de vivir siempre había sido una fuente de orgullo para Natalia, tenía amigas que sus padres también eran marinos y cuando entraba en sus casas el tiempo que estaban en alta mar, parecía la capilla de un torero antes de irse hacia la plaza, llena de velas, imágenes de santos, es como si la vida se cortara mientras el padre estaba navegando. Natalia le agradeció siempre a su madre que tuviera esa manera de entender la vida, quería a su marido y su marido a ella como el que más, pero nada se paraba cuando no estaban juntos. Nunca vio que su madre cambiara la rutina del día porque el padre estuviera en alta mar, solo recuerda un día que la madre andaba muy preocupada, ya que hubo un incidente en el barco en el que trabajaba el padre. Era por 1995 y los barcos gallegos recibían permanentemente el acoso de la marina canadiense en el caladero NAFO, por la captura del fletán negro. Esta crisis hizo que los congeladores portugueses se alejaran de la zona y comenzaran a capturar otras especies. Hubo momentos de mucha tensión, aviones por la noche a muy baja altura pasaban por encima de los congeladores españoles, pero todo mejoró cuando la armada española mandó la patrullera vigía y su presencia hizo que el hostigamiento declinara. Sólo en esa situación sí que vio a su madre preocupada y asustada, el resto del tiempo, en los 33 años de su vida, siempre ha sentido que, independientemente de lo que hacía cada uno de sus padres, el otro hacía lo que tenía que hacer.

      Y de esta forma y con este diálogo con su biografía, Natalia se fue dando cuenta de que, para su familia, ser feliz había sido un objetivo fundamental en su educación, habían nacido en un ambiente donde la felicidad era la meta, era como el bien supremo a conseguir y que esta, además, tenía que surgir de uno mismo, que la fuente de la felicidad debía suceder dentro de cada uno. Fue consciente de su forma de entender el amor y el mundo; desde muy pequeña aprendió que la felicidad es el baremo que te indica si lo que está sucediendo es adecuado o no. Dejar a Pedro estaba muy unido a sus creencias. El único motivo para dejar a Pedro fue darse cuenta de que su felicidad dependía de convivir con él y que ese hecho chocaba con sus guiones y con sus esquemas emocionales. Esto provocó esa crisis de ansiedad y, desde ahí, su decisión, completamente irracional e injusta para muchos, pero plenamente coherente para las coordenadas de su manera de sentir cómo deben ser las cosas.

      Dos formas de entender la vida teniendo como resorte conseguir la felicidad, dos maneras totalmente opuestas de buscar ese sentimiento anclado en la emoción alegría. Las dos loables, totalmente adecuadas para los valores de la sociedad en la que nacieron y crecieron. Los mundos familiares y la biografía de Pedro y Natalia tenían algo en común, conseguir la felicidad, ponerla como meta, la diferencia era la manera de conseguirlo, sobre todo la dirección de los esquemas emocionales que hacen de guía a las personas. En la mente de Natalia el lugar de control para ser feliz es interno, de lo que se trata es de conseguir una felicidad basada en uno mismo, lo importante es encontrar la fuente de la felicidad dentro de cada uno, de tal manera que, si algo o alguien te hace sentir que eso no es así, hay que abandonarlo, evitarlo o cambiarlo, ya que es un signo de dependencia emocional. Pedro, por su parte, tenía el locus de control, su lugar de control, su atribución de la fuente de la felicidad en el otro, teniendo como meta que su felicidad pase porque aquel que convive con él sea feliz, es una felicidad donada y, por ello, lo que te dice que eres feliz es encontrar que aquellos que conviven contigo son felices, como si estuviera en ti una parte muy importante de responsabilidad para que el otro consiga ser feliz.

      A ocho kilómetros de ambos, Félix comenzó a pensar en la conversación con Pedro y, de nuevo dialogando con su biografía, fue entrando en ese estado en el que el recuerdo se coloca en la primera fila de la mente, siendo cada vez más consciente de cómo, al conocer la muerte de sus padres, se prometió que nadie le cuidaría. Era hijo único, permitir que alguien