La Emoción decide y la Razón justifica. Roberto Aguado Romo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Roberto Aguado Romo
Издательство: Bookwire
Серия: Gestión Emocional
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788497276825
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si lo pides.

      – No, por el momento el único calmante que quiero es a Escarabajo, ¿sabes si vendrá hoy por el hospital?

      – Sí, he visto en el cuadrante que viene este mediodía, ¿quieres que le diga que te visite?

      – Sí, por favor, necesito hablar con él, si no tiene ya el día ocupado.

      – Escarabajo está aquí al mediodía hablando con el Sr. Félix, faltaría más. Me pone muy contento verle este cambio que ha tenido, Félix. Todo el equipo se va a alegrar cuando se lo diga, nos tenías preocupados. Bueno, la tensión está mejor, estos días de atrás la tenías muy baja, y la temperatura, fenomenal. Lo dicho, nos vamos viendo. No te vayas.

      – Cachondo, decirle que no se vaya a un tío que tiene una escayola hasta el sobaco... Muchas gracias a ti, López, muy amable.

      Es curioso, al cerrar López la habitación, Félix sintió un golpe de soledad, ayer le molestaba quién pasaba por la puerta y hoy el hecho de que López se marchara, después de hacer su trabajo, le hizo sentir cierta angustia por encontrarse solo. Fue entonces cuando pensó que, cuanto mejor se encuentra uno, más sufre, de tal manera que hay un momento en la depresión en que el sufrimiento no existe. Cerró los ojos, siguió pensando en su pasado y se dijo que iba a seguir dialogando con su biografía. Y en ese momento entró de nuevo López. Se asustó, ya que cuando conectaba con su biografía es como si entrara en una especie de trance.

      – Félix –dijo López– tenemos un pequeño problema que queremos decirte antes de nada.

      – ¿Qué ha pasado? –exclamó Félix.

      – No tenemos habitaciones, hasta ahora te hemos dejado solo porque te veíamos muy mal, pero ha ingresado un señor encantador que se ha roto la cadera y tenemos que darle esta habitación, te lo quería indicar, porque en diez minutos lo traemos.

      – Gracias, López, qué voy a decirte, pues que venga el buen señor, intentaré ser su mejor compañero de fatigas.

      – Gracias, Félix. Ahora lo traemos.

      Félix se alegró, ya no iba a estar solo, es como que las cosas pueden suceder cuando realmente las deseas, él siempre había deseado estar solo, la gente le agobiaba y eso es lo que había ocurrido. El primer día que siente la sensación de soledad, aparece un vecino de habitación. Posiblemente sea todo casualidad y es eso precisamente lo que tenemos que intentar, que la casualidad se parezca a nuestros deseos. Cerró los ojos y quiso volver a dialogar con su biografía, esta vez más deprisa por si luego no podía. Lo primero que le vino fue su hijo Abel, le veía cuando tenía dos años y llegaba a casa, entraba en su habitación y el niño estaba dormido. Sintió mucha rabia y tristeza ya que no se acordaba de su cara ni, por supuesto, sabía la fisionomía que tendría en este momento. Comenzó a llorar, hacía años que no lloraba, quizás nunca había llorado y, en ese momento, descubrió la importancia de la tristeza como emoción básica y lo pertinente que es estar triste cuando la situación lo requiere. Estaba descubriendo que no existen emociones negativas, solo existen emociones positivas, algunas desagradables cuando se sienten pero, si están adaptadas a la situación que se vive, son todas adecuadas.

      – Buenos días –replicó el celador que traía a Ismael, un señor de 74 años al que le habían operado esa noche de una cadera después de una caída tonta en la cocina de su casa.

      – Ya no estás solo –dijo López, que acompañaba a Ismael para dejarle conectado el suero y demás apósitos–. Te traemos una joyita de hombre para que podáis soldar esos huesecillos que tenéis averiados –siguió con su gracejo cordobés.

      Cuando López terminó de realizar todos los trabajos y le explicó a Ismael lo que tendría que hacer si se encontraba mal o necesitaba alguna cosa, se despidió, como si dejara a dos tortolitos solos en una cita a ciegas. Ismael es padre de dos hijas, su mujer murió hace dos años. Desde entonces se niega a estar con sus hijas, ellas viven en Argentina y “yo aún me valgo bien”, les dice. No quiere ser un estorbo, además, desde que se jubiló es un hombre muy estudioso, su entretenimiento es rodearse de libros científicos y escribir. Hasta el momento ha escrito doce libros, sobre todo de temas que tienen que ver con lo que era su profesión, biología y neurología. Estuvo trabajando casi toda su vida de biólogo para la Universidad de Maimónides (Argentina). Al enviudar llegó a España y no ha parado de interesarse por todos los descubrimientos neurológicos de la actualidad. Su hobby es leer todos los artículos que caen en sus manos, es socio de revistas como Behavioral and Brain Sciences, Nature Neuroscience y Nature Medicine, Journal of Neuroscience, Neuron, The Lancet o Science.

      Desde la muerte de su mujer es la segunda vez que se cae o, como él dice, se resbala. En esta ocasión tuvo la mala suerte de no poder agarrarse y cayó de costado rompiéndose la cadera.

      – Buenos días, compañero, me llamo Ismael.

      – Buenos días, yo Félix. Por lo que veo se ha fastidiado usted la cadera.

      – Sí, esta vez he copado bien. Hasta que no me he visto encamado no he parado, me caí hace unos meses, pero esta vez ha sido la de verdad.

      – Bueno, pues aquí estaremos para pasar juntos nuestras caídas –exclamó Félix.

      – No quiero ser un meterete para ti. Mis hijas dicen que platico por los codos, por lo tanto, sé sincero conmigo, cuando no tengas ganas de platicar me lo dices.

      – No te preocupes tu acento argentino me divierte. ¿Eres argentino?

      – Bueno nací en España, aquí en Madrid, pero después de mi licenciatura me fui a yugar a la Argentina y allí estuve hasta que me dieron la carta. Mis hijas quedaron allí pero, después de esta caída, vendrán en unos días.

      – Pues nos hemos juntado dos solitarios. ¿Tienes familia en España? –insistió Félix.

      – Después de la muerte de mi esposa, murió va a hacer dos años, vivo solo, pero tengo una mujer que me asiste divino y luego tengo ñeris de la universidad que seguimos viéndonos muy a menudo.

      – Hay cosas que no te entiendo Ismael. ¿Qué es un ñeri?

      – ¡Ah! perdona, se me van las palabras al argentino. Ñeri es un amigo íntimo, yugar es trabajar y copado es resbalar. Ya no me pasa, hablo perfectamente español, pero es que cuando estoy a gusto me salen las palabras de allí. Perdóname.

      – Nada Ismael, suenan muy bien, pero solo que no me enteraba, habla como quieras –dijo Félix disculpándose–. ¿Y qué hacía usted en la Universidad?

      – He investigado todo lo relacionado con los neurotransmisores que dan soporte a las emociones básicas. He trabajado durante 20 años lo que ocurre en nuestro cerebro cada vez que nos emocionamos desde el punto de vista bioquímico y cómo eso repercute en la salud.

      – Vaya, somos al final bioquímica –sugirió Félix.

      – Bueno, somos todo lo que somos y, entre otras cosas, somos reacciones químicas. La química está en todos los lugares y en las cosas más cercanas a nosotros. Por ejemplo, Jesucristo fue un gran químico cuando convirtió el agua en vino. Los grandes cocineros actuales son bioquímicos de primera. El amor y la naturaleza son dos grandes fábricas de química. Según la química que en este momento se está movilizando en tu cerebro, así te estas emocionando y esto incide en que me consideres un amigo, un sabio o un coñazo de viejo. Si me consideras tu amigo te encuentras en acetilcolina, si me consideras un sabio tienes una mezcla de dopamina con serotonina y si me consideras un viejo que no para de hablar estarías en noradrenalina con dopamina.

      – No me lo puedo creer –se incorporó Félix–, es interesantísimo. Por lo tanto, lo que sentimos necesita de una química en nuestro cerebro.

      – Sí, más o menos. Si quieres yo te explico sin ningún problema lo que hoy se sabe en ciencia. Ni tú ni yo nos vamos a ir de esta habitación en unos días, solo que no querría aburrirte.

      – Se lo ruego –insistió Félix