La Emoción decide y la Razón justifica. Roberto Aguado Romo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Roberto Aguado Romo
Издательство: Bookwire
Серия: Gestión Emocional
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788497276825
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un gran regalo; este tipo de confidencias no eran habituales para Félix.

      – Muchas gracias por contarme –respondió Pedro–. Según me ibas hablando tenía la impresión de estar delante de un llanero solitario.

      – Bueno, solitario soy y estoy. En mi profesión llevarse bien con la soledad es prioritario, en una máquina de ferrocarril se pasan muchas horas solo, tienes que estar en turnos de 24 horas al día y puedes trabajar los 365 días del año. Me parece bien tu definición de mi persona. Soy un “llanero solitario”, porque casi siempre voy solo y, la mayoría de las veces, el tren anda por la llanura.

      – Y si tiene tanta responsabilidad un maquinista, ¿cómo os dejan tan solos?

      – Antes estaba la figura del ayudante de maquinista y antes de esta figura se encontraba el fogonero, en la época en que los trenes eran de vapor. Pero desde 2001, con la ley del agente único, los maquinistas hacemos nuestro trabajo en solitario, al haber desaparecido la figura del ayudante. En realidad, nosotros no somos los que conducimos, quien conduce es la máquina. Nuestro trabajo consiste en controlar la velocidad, frenar cuando es necesario y abrir y cerrar las puertas, lo demás lo realizan los sistemas tecnológicos.

      – ¿Y al maquinista quién lo controla? –dijo Pedro.

      – El Reglamento General de Circulación –afirmó Félix.

      – ¿Es una relación hombre-máquina?

      – Nunca mejor dicho, en España solo hay un 1,5 % de mujeres maquinistas y Noruega, que es el país del mundo con mayor número de ellas, no llega al 5 %. Pero, contestando a lo que me preguntas, lo peor no es la relación con la máquina, lo difícil es la relación contigo mismo. Hay que saber llevarse muy bien con uno mismo para poder estar tantas horas haciendo un trabajo que requiere en todo momento de atención, aunque, si todo va bien es la máquina la que sabe lo que tiene que hacer.

      – ¿Es como si tuvieras que estar en alerta permanente? Ya que si todo va bien, es como si tuvieras que estar en alerta permanente. Y si hay un problema, éste te reactiva hasta que lo resuelves.

      – No te entiendo –le replicó Félix con cara de desconcierto.

      – Me refiero –inclinando Pedro su cuerpo hacia Félix– a que el estado de alerta es necesario en tu profesión cuando todo va bien; es decir, si todo funciona perfecto, tienes que estar en alerta para no distraerte, dormirte o estar empanado. Y si en ese momento surge un problema, tienes que estar activado para resolverlo. Por eso, esta profesión es una de esas en las que cuando todo va bien hay que estar muy atento y, cuando algo falla, debes tener el estrés que se tiene cuando hay que resolver un problema, sabiendo que detrás de ti hay muchas vidas o muchas mercancías. Si te das cuenta, es un trabajo que te hace sentir tensión de una u otra manera.

      – No me había dado cuenta de lo que dices pero, en realidad, yo no me siento estresado en mi trabajo, voy tranquilo, me siento seguro.

      – Y ahora después del accidente, ¿cómo te sientes?

      – Fatal, es como si hubiese perdido mi vida. Siento que no la controlo mi vida.

      – A esa sensación que tienes, un psicólogo llamado Seligman la denominó “indefensión aprendida” y, cuando estamos en este estado, percibimos que no tenemos ningún control sobre nuestro entorno, estamos a merced del destino y es habitual tener miedo y tristeza –comentó Pedro–. ¿Cuándo has vivido esa sensación antes?

      – Nunca, siempre he tenido control sobre mi vida.

      – No, así no –dijo Pedro–. Siente lo que sientes, si para sentir necesitas cerrar los ojos, ¡hazlo! y, aunque dejar de pensar es imposible, no estés tan pendiente de lo que piensas como de lo que tu cuerpo siente. Localiza el lugar de tu cuerpo que está más presente en este momento. ¿Lo tienes?

      – Sí, mi pierna derecha me duele mucho –exclamó Félix con los ojos cerrados.

      – Lo que sientes en tu pierna, ¿en qué otro momento de tu vida lo has sentido? Permite que el dolor actual en tu pierna te trasporte a un dolor similar que hayas tenido antes. ¿Dónde te lleva?

      – A la primera Navidad que pasé sin mis padres, después de que murieran. Recuerdo un dolor similar cuando me acosté, era como que no me podía mover, sentía un vacío en el pecho y mis piernas parecían que eran de hormigón.

      – Lo que acabas de hacer es ser consciente del permanente diálogo que mantienes con tu biografía, lo hacemos todos permanentemente, cuando estamos en vigilia y cuando estamos durmiendo, lo único es que no somos habitualmente conscientes. Es más, tener esta consciencia suele suceder cuando trabajamos en psicoterapia y, por ello, cuando tenemos un problema o nos sentimos mal. Lo ideal sería que no tuviéramos que estar mal y pudiéramos tener esta conexión y, así, saber de nuestro estado emocional, ya que este suele ser un eco de aquello que ya vivimos. Deberíamos aprender a mantener esta consciencia en momentos de bienestar, es fundamental perder el miedo a conectar con aquello que hemos vivido. Nuestra vida es un continuo y mucho de lo que hoy sentimos ya está grabado en el ayer.

      Félix se quedó en silencio durante cuatro o cinco minutos, con los ojos cerrados, es como si estuviera mirando hacia dentro. Pedro ni se movió, se mantuvo en espera hasta que Félix decidiera hablar.

      – A mí nadie me ha controlado nunca desde la muerte de mis padres. Yo me he controlado, pero nadie ha podido controlarme –expresó Félix.

      – Me estás respondiendo a la pregunta que te he hecho antes, ¿verdad? –sugirió Pedro.

      – Sí. Me has preguntado: ¿quién controla al maquinista? Y te respondo que a mí no me controla nadie, me controlo yo –dijo Félix.

      – Lo que quieres decir es que nadie ha conseguido que cambiaras algo que querías hacer, es decir, nadie ha controlado tus conductas. Pero lo que te preguntaba al decirte, ¿quién controla al maquinista?, es si tú tienes control de tu propia maquinaria. Si sabes de ti tanto como para saber quién eres, si controlas el universo que tienes dentro y que te hace sentir de una u otra manera.

      – Pero, ¿eso es posible? –preguntó Félix con evidente ofuscación–. Nunca me paro a pensar en cómo me siento. Quiero decir, cómo me siento de verdad. No he prestado demasiada atención a mis sensaciones sobre mí mismo.

      – ¿Cómo te sientes ahora mismo? –dijo Pedro.

      – Raro, incluso un poco mareado, pero tengo la sensación de que sentir lo que estoy sintiendo me hace bien, me saca del infierno en el que me encontraba desde que desperté en el hospital.

      – No es necesario que sientas tanto sufrimiento en un proceso como el que tienes que vivir –reiteró Pedro, acercándose aún más a Félix–. El dolor a veces es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.

      – Claro, claro. Te agradezco mucho lo que has hecho por mí, Pedro. Me gustaría dormir, estoy cansado, tengo la sensación de que toda esta semana he estado luchando para no dormir, es como si permanecer despierto fuera necesario, ahora estoy agotado, quiero dormir.

      – Por supuesto, amigo –expresó con una sonrisa Pedro–. Ha sido un placer, te visitaré dentro de un par de días. Y no olvides que en estos momentos tienes que hacer lo mismo que cuando conduces tu máquina, tienes que estar tranquilo y seguro, pero involúcrate con el equipo, en esta travesía no estás solo, nadie te va a molestar, nadie querrá que tú cambies; solo que estamos todos en el mismo tren y cada uno conduce su propia máquina. Descansa.

      Y salió de la habitación, andando con sus zapatones de la manera más natural que pudo.

      Según salía Pedro de la habitación, Félix le miro y sonrió, verle andar con esos zapatones, la peluca y la nariz en la mano era una situación un tanto grotesca y esperpéntica. Pedro sintió vergüenza, estar vestido de payaso nunca le había dado vergüenza, pero estar medio vestido es como si estuviera desnudo, abrió la puerta y mirando a Félix también sonrió. Fue como un sello que garantizaba un vínculo entre ambos.

      Nada