– Cuando el derecho al placer y el bienestar directo se coloca como fin en la sociedad y se dice a los ciudadanos desde que nacen que tienen derecho a ser felices, sin explicarles que esto solo es posible con el esfuerzo de todos, teniendo herramientas para combatir la adversidad y saber frustrarse, saber ser resilientes, saber estar a las duras y las maduras, creamos adictos de la subvención o la prestación social. Frecuentemente nos convertimos en sujetos pasivos que, como bebés, ponemos la boca para que nos den la fuente del placer. La idea es pensar que la sociedad en sí, aunque está presente, no existe, en el sentido de que quien te da la subvención en la sociedad son otras personas y esto, paradójicamente, puede ser una manera de hacerte sumiso/a y dependiente a su donación. Si el bienestar o el placer es consecuencia de la subvención, hemos inventado la mayor de las fábricas de hacer sujetos dependientes.
– Tócate los pies –vitoreó Félix como si estuviera en el final de un concierto de rock and roll.
– Debemos conseguir nuestro bienestar de forma activa, siendo el propio individuo el hacedor de su felicidad. No conozco a nadie que esté motivado si no ha participado en la conquista de la meta. La única manera de tener una sociedad de bienestar es haciendo partícipe a todos sus componentes en la realización de esa empresa, en este caso la sociedad en la que habita, y esto que puede parecer utópico, al menos, debe ser posible en nuestra idea de sociedad. Tenemos que impedir la dependencia en todos sus posibles planos, tenemos que permitir que, para vivir en sociedad, sea tan importante el derecho como el deber. No solo tenemos que dar peces, además debemos enseñar a pescar, hay que enseñar a realizarse su propia caña, saber dónde conseguir los cebos o, incluso, saber realizar la barca para adentrarnos en el río. Posteriormente nos haremos especialistas y desde ahí compartiremos lo que sabemos hacer con lo que el otro hace mejor que nosotros. Aunque es inevitable que existan diferencias, no serán de yo te doy y tú recibes, serán yo te doy y tú me das; quizás lo que yo te doy valga menos que lo que tú me das, pero yo también influyo y tengo mi sitio en la red social. Es muy peligroso pretender que los individuos sean felices porque mamá sociedad o papá estado te subvenciona no solo el dinero, sino lo que puedes o no puedes hacer, es un diálogo que dice más o menos “tú sé feliz que yo pienso por ti, eso sí vótame. Yo te resuelvo tu vida y tú me dejas que diseñe cómo tienes que vivir”.
– Alucinante y ¿todo esto lo obtienes de la bioquímica? Si me acabas de hacer una descripción socio-político-económica-financiera. Bendito resbalón que te ha roto la cadera, yo no me quiero morir sin saber todo esto –exclamaba eufórico Félix–. ¿Y qué más cosas hay en el circuito de recompensa ese…?
– Bueno, hay unos cuantos nombres extraños pero, cuando lo creamos necesario, llamamos a control y decimos que me traigan del bolso una revista en la que viene dibujado y te lo enseño. En el circuito de gratificación de recompensa encontramos su eje en el área tegmental ventral que, al segregar dopamina en el núcleo accumbens, dispara todos los indicadores fisiológicos y subjetivos del placer y el bienestar, por lo que hemos determinado que el núcleo accumbens junto al septum son los dos centros del placer en nuestro cerebro. Cada vez que se activa este circuito, aquello que lo ha activado o lo que estamos en ese momento viviendo, queremos que se repita o que permanezca más tiempo con nosotros. También existe otro circuito que al activarse provoca dolor, miedo y, por ello, sufrimiento, es el circuito de la evitación y cada vez que se activa, aquello que ha ocurrido para activarlo, tendemos a no querer revivirlo. Este circuito tiene como eje el locus coeruleus que, al segregar noradrenalina en las amígdalas, produce una respuesta de miedo o pánico. En la respuesta de evitación también intervienen, a nivel fisiológico, el haz espinotalámico, que es el canal del dolor físico; a nivel psicológico, la ínsula y, sobre todo, la corteza cingulada anterior, que son las precursoras de lo que podemos denominar sufrimiento o dolor psíquico.
– Una cosa, Ismael –interrumpió Félix en medio de tanto nombre–. ¿Es posible controlar a las personas o a las poblaciones haciéndoles sentir más una emoción que otra?
– Claro, de hecho todo lo que tú eres hoy, tiene mucho que ver con lo que viviste en tus tres primeros años de vida. Me explico, en el aprendizaje hay muchas variables que influyen, pero las fundamentales son dos:
• La situación que vivimos (estímulo, tanto interno como externo).
• La emoción que sentimos.
Si no nos emocionamos nuestro cerebro no enfoca en la situación que estamos viviendo, quedando esta como que no ha ocurrido. Si yo te digo a ti que me hables de tu vida, posiblemente me cuentes, haciendo mucho esfuerzo, cosas durante tres cuartos de hora, a partir de ahí te costará. Además, lo que me cuentes seguro que son situaciones que han sido para ti intensas en cuanto a emociones. Por lo tanto, solo grabamos aquello que nos emociona, si no nos emociona para nuestro cerebro no existe.
En nuestros primeros años de vida nuestra capacidad de emocionarnos es muchísimo más potente que posteriormente, de tal manera que, en principio, cualquier estímulo nuevo produce en nuestro cerebro un flash emocional. Este hecho es fundamental, ya que así vamos grabando y aprendiendo rápidamente.
La cuestión es: cuando el bebé se encuentra ante una nueva situación en su vida, ¿qué emoción es la que activa ante esa situación?
Hoy sabemos responder que la emoción que activa el bebé es la emoción que se activa en la madre, el padre o la persona adulta que le esté cuidando en ese momento, fundamentalmente su madre o su padre. ¿Sabes lo que significa esto, Félix?
– No, ni idea –replicó Félix.
– Que ese nuevo estímulo para el bebé quedará adherido, asociado, condicionado a la emoción que ha sentido su madre, padre… Por lo tanto, si un bebé nace en un seno familiar en el que lo habitual es sentirse asustado, rabioso, en culpa o alegre, llenará su cerebro de estímulos asociados a estas emociones que sientan aquellos que le han dado la vida.
Tenemos diez universos emocionales, es decir, diez emociones básicas que la ciencia ha demostrado que están en nuestro genoma, estos son: sorpresa, miedo, rabia, culpa, asco, tristeza, alegría, curiosidad, seguridad y admiración. Ahora piensa que, cuando tienes tres años, los universos emocionales que tienen más estímulos asociados son el miedo y la culpa. Pues bien, a partir de esa edad, siempre que el cerebro se enfrenta a un nuevo estímulo o situación anteriormente no vivida, la emoción que siente quien está a su lado ya no es tan valiosa, aunque aún tiene valor. Si es así, la emoción con la que se emocionará ante esa nueva situación es con la misma emoción que el estímulo equivalente, de tal manera que ese/a niño/a que tenía muchos estímulos asociados al miedo o a la culpa, tiene muchas probabilidades de que el miedo o la culpa sea la emoción que sienta ante ese nuevo estímulo, por lo que cada vez tendrá más momentos de miedo o culpa.
Y así llegamos a la juventud y a la adolescencia, con un cerebro que se emociona por la genética con la que nació y desde el aprendizaje que tuvo. Por todo ello, ¿dónde está tu libertad para ser de una manera u otra, Félix?
– Me parece que hay poca, ¿verdad?
– Muy poca. El resto de tu vida, a medida que vayas creciendo, podrás darte cuenta de lo absurdo de tu forma de emocionarte y comenzarás a realizar cambios para ser de otra manera. Habrá una lucha que algunas personas serán capaces de librar, pero otras ni se darán cuenta de ello. La vida depende de la emoción que sentimos ante los acontecimientos, de tal manera que hay personas que delante de la montaña rusa activan la alegría y lo disfrutan y otras que sienten miedo o simplemente curiosidad y los ojos del miedo ven un paisaje totalmente distinto a los ojos de la alegría.
Por esto, es fundamental conocerse, descubrirse, saber quienes somos y de dónde venimos, lo principal es dialogar con tu biografía, Félix. Y a partir de ahí, descubrir que debemos aprender a habitar nuestra vida, para poder hacernos dueños, lo máximo posible, de nuestro destino.
Eres como te emocionas, todo lo demás viene detrás. Si alguien decide no entristecerse nunca, pase lo que pase, no sentir culpa o no tener asco, está amputando