Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada". Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Paula Velásquez "Escalofriada"
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013300
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otra mujer, pequeña y redonda, que usaba un traje rosado—. Este joven no ha hecho más que burlarse de las Escrituras.

      —Pues la verdad, yo no me había divertido en una misa hace mucho tiempo, Judith —dijo un hombre mayor de cabello rizado, riéndose. Tenía un corbatín rosa en su traje.

      Judith lo miró con desaprobación.

      —¡Jerry! No la apoyes.

      —Eres tan retrógrada, querida —dijo Deborah haciendo un gesto con su mano enguantada—. Debemos abrirles la puerta a las nuevas generaciones.

      Posó la mano en su brazo. Él la miró y sonrió de medio lado.

      Un joven de barba que había estado al margen se aclaró la garganta.

      —Eso que dijiste era una estrofa de New Sensation de INXS, ¿cierto?

      Soltó una carcajada.

      —¿La conoces?

      —¡Claro! ¡Amo a INXS! —declaró.

      —¡Yo también!

      —¡Ya basta! —vociferó un hombre con un corte militar, que posó su mano en la cintura de Deborah. Debía ser el papá de la novia—. ¡Esto es inaudito, padre Ross! Explíquenos que significó todo esto.

      —Yo ni siquiera conozco a este hombre —replicó el padre.

      —¿Entonces deja que cualquier persona se suba al atril de su iglesia? ¡Eso es muy grave! —chilló Judith.

      —Ustedes están exagerando, nadie resultó herido —intervino el muchacho de barba.

      —¡Yo no lo dejé subir! —respondió el padre Ross.

      —¿Entonces quién? —dijo el que tenía pinta de militar.

      Todos se giraron para mirar al acólito que temblaba como hoja en el viento; levantó las manos en defensa.

      —¡Él me dijo que usted le había pedido que hablara! Me contó de su sueño con el turul y el altar.

      —¿Qué diablos es un turul? —replicó el padre Ross.

      —¡Padre! ¡No hable así! —dijo Judith.

      Unos pasos corriendo llamaron la atención del grupo. Era el novio. Se detuvo a la mitad de la iglesia y gritó:

      —¡Llegó la novia! ¡Señor Allen!

      El papá de la novia corrió por todo el pasillo del centro hacia la salida. Todos se pusieron de pie, los padrinos acomodándose en sus lugares. El padre Ross y el acólito corrieron al atril a preparar lo que faltaba.

      —¡Valerie! ¡El piano! —dijo el padre. Una mujer de mediana edad vestida de rojo corrió a sentarse en el piano. Los miembros de la orquesta corrieron a tomar sus instrumentos.

      El novio trotó hasta la primera fila y, al llegar frente a él, le ofreció la mano.

      —Siento haberme perdido su discurso, padre Kárpáthy, tenía una llamada urgente que atender.

      Puso la mano sobre el hombro del novio.

      —No te preocupes, hijo. Discúlpame a mí porque no podré presenciar tu boda. Tengo una cita ineludible. Te deseo las mejores fortunas para tu boda; cuídala y hónrala como lo establece la palabra de Dios.

      Sus ojos brillaron, relamió sus labios.

      —Los amo.

      El novio asintió y se despidieron. Fue hacia la mesa, tomó un cinnamon y se dio vuelta para dirigirse a la salida; todos estaban muy ocupados como para detenerlo. Al salir, pasó junto a la novia que hablaba con su padre.

      La reconoció.

      Audrey Lacombe —piel morena, rizos sedosos y un conocimiento excelso en mitología europea— era amiga suya en la universidad, pero había cortado contacto con ella, como con el resto de sus amigos, hacía dos años. Cuando lo miró, él agachó su rostro, acelerando el paso.

      —¿Zack? —dijo Audrey—. ¿Zack Hawkins eres tú?

      Siguió caminando sin mirar atrás.

      —¡Zack! —insistió.

      No se dio por aludido, después de todo, era Gabór Kárpáthy en ese momento. Además, no estaba listo para esa conversación, la típica charla de amigos que no se ven hace tiempo. Imaginó todas las posibles preguntas que podría hacerle y cada posible respuesta era peor que la anterior.

      «—¿Te ordenaste en la iglesia? ¿No eras ateo?

      »—En realidad, estoy fingiendo ser uno de los personajes de la novela que estoy escribiendo».

      «—¿Cómo le fue a la novela que publicaste?

      »—Fue un fracaso tan apoteósico que solo se compara a la caída de Lucifer del cielo».

      «¿Cómo vas con Janine?

      »—Las cosas no funcionaron (una hermosa forma de adornar lo que en realidad pasó)».

      «¿Qué has estado haciendo estos dos años?

      »—He estado escribiendo novelas por dinero sin que me den el crédito».

      No, no iba a pasar.

      No tenía tiempo para charlas triviales, tenía una novela que terminar y tres días para hacerlo. Su pequeña obra de teatro en la iglesia era suficiente para acabar con el bloqueo que lo había atormentado los últimos días. No es como si se hubiera quedado de brazos cruzados sin escribir nada, de hecho, ya había escrito esos capítulos desde el punto de vista del padre Kárpáthy. Solo que le resultaban tan artificiales e inverosímiles que los odiaba.

      Cada vez que no lograba escribir algo que lo satisficiera, se hacía pasar por sus personajes para saber qué sentían.

      Ahora solo le quedaba ir a casa, sentarse a escribir, entregarle el manuscrito a Nina y...

      —Mis gafas. No puedo escribir nada sin ellas.

      La estación King Edward era su única esperanza, era el último lugar en el que las había visto, así que se encaminó hacia allá.

      Se sentía contrariado. Por un lado, era afortunado. Ni en el más loco de sus sueños imaginó que una de sus novelistas policiacas favoritas lo llamaría a decirle que necesitaba que alguien terminara su nuevo libro. Llevaba meses bloqueada. Se había esmerado tanto en construir una amistad entre los personajes para desviar las sospechas del lector, que ya no era capaz de conducir la historia hacia la inminente revelación y muerte del culpable.

      Por eso lo había contratado a él.

      Se sentía como un asesino a sueldo. Era un experto en matar personajes ajenos. Nina lo había contratado para que orquestara los eventos que conducirían a la muerte de Jude. Pero nadie podía saberlo, se llevaría todo el crédito y la fama; su reputación seguiría intacta. Él ganaría una buena cantidad de dinero. Ese era el trato.

      Por el otro, ella dijo que cambiaría el final. «Mi editor piensa que así llegaré a más público», fueron sus palabras. Él le dio sus mejores argumentos de por qué eso atentaba contra la historia, pero ella le recordó que no tenía ningún poder de decisión sobre su novela. Después de todo, solo era un escritor fantasma.

      Si algo le frustraba de su trabajo, no era escribir historias sin recibir el crédito, sino que no pudiera elegir qué escribir. Podía escribir historias fantásticas, pero en ocasiones se veía obligado a narrar escenas que detestaba. A veces, en las noches de insomnio, imaginaba qué se sentiría tener el poder total de sus historias. Qué se sentiría reunir el valor suficiente para volver a publicar algo bajo su nombre.

      Cuando llegó