Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada". Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Paula Velásquez "Escalofriada"
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013300
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señorita.

      —¿Cómo cree que se sienta ser liberado de arenas movedizas? Solo... Imagínelo y descríbalo, por favor.

      Echó la cabeza hacia atrás, claramente sorprendido por la pregunta. Levantó su gorra y peinó el cabello con su mano, la vista fija en el suelo. Meditó durante unos segundos y respondió:

      —Para ser honesto, no se me ocurre nada, lo siento.

      Después de preguntar a tres personas y no obtener una respuesta satisfactoria, llamó a Elijah de nuevo. Es decir, ¿quién tenía más imaginación para las situaciones dramáticas que él?

      —¿Qué pasa? —contestó somnoliento al tercer timbre.

      Le pidió que mirara si había dejado sus audífonos en la habitación. Él aceptó a regañadientes, al medio minuto le dijo que estaban sobre su cama.

      —Gracias. Hazme un favor, déjalos encima de la mesa del comedor junto con tu cámara y ya voy por ellos.

      —¿Para qué quieres mi cámara?

      —La portada de Flavours está en el metro. Nuestra foto está en el metro. La del pollo horneado con mostaza y miel. Intenté tomarle una foto con mi celular, pero salió borrosa.

      —¡Qué! ¿Nuestra foto está en el maldito metro? —exclamó Elijah—. ¡Debiste empezar por ahí! ¡Eso es increíble! Tengo que ir ya mismo a fotografiarla. Espérame quince minutos.

      —Okey. Pero antes de eso, ¿cómo te sentirías si te liberaran de arenas movedizas?

      —¿Qué?

      —Solo responde, después te explico.

      —¿Aliviado?

      —Físicamente. ¿Cómo te sentirías físicamente? —insistió ella—. Imagina ese momento y descríbelo, por favor.

      —Eso pasa cuando no duermes. ¿Ves? Empiezas a hacer preguntas extrañas.

      —Por favor.

      —Um, déjame pensar... En ninguna película que haya visto se liberan, ¿sabes? Mueren ahí.

      —¡Elijah!

      La arena invisible ya había cubierto su abdomen y amenazaba con alcanzar su pecho. Solo podía mover los brazos y la cabeza. De nada le servía saber que nada de eso era real si al intentar moverse, su cuerpo no le obedecía. ¿Qué pasaría si la arena llegaba a su cabeza? Si abría la boca, ¿la saborearía? ¿Se sentiría asfixiada? No tenía respuestas a eso y no quería averiguarlo tampoco. Inhaló profundo para calmarse.

      —Okey, okey. Supongo que me sentiría como cuando me quité ese pantalón de cuero apretado que me prestó Roxy.

      —¿Qué? ¿Por qué tenías un pantalón de Roxy?

      —Ella me retó —explicó su hermano—. En fin, esa cosa me estaba matando.

      —Concéntrate, por favor. Imagina que estás atrapado en arenas movedizas, estás asustado y tus piernas se están entumeciendo. ¿Qué sentirías si alguien viniera y te sacara? ¿Qué harías?

      —Am, supongo que sentiría que mis piernas se liberaron de un gran peso que las aprisionaba, como si pudieran respirar. Las frotaría y movería para ver que están bien. Creo que me reiría del gran susto que acabo de pasar y les contaría a todos mi gran hazaña.

      Sus rodillas se doblaron y la presión invisible desapareció. Ella se agachó en cuclillas y suspiró.

      —Gracias.

      —¿Por qué?

      —Por darme un nuevo ítem para mi lista de sensaciones agradables —improvisó Layla—. Se me ocurrió que esa podría ser una.

      —Eso lo explica.

      La gente decía que sostener una mentira por años requería más esfuerzo que decir la verdad, pero había comprobado que no era cierto, no en su caso. La verdad era tan extravagante e inexplicable que las mentiras sonaban más reales.

      Le dijo a Elijah dónde podría encontrarla y fue a buscar agua a la máquina. Solo tenía que mantenerse alejada de todas las conversaciones mientras llegaba su hermano. No quería tener más sensaciones desagradables, había sido suficiente. De camino, pasó junto a una joven sentada en el pasillo, tocando la guitarra. Su voz era aterciopelada y ella cayó en su hechizo. Reconoció el estilo español del instrumento: la canción era Have You Ever Loved a Woman?, de Bryan Adams.

      —She needs somebody to tell her that it’s gonna last forever, so tell me have you ever really, really, really ever loved a woman? —cantaba la chica.

      Cuando terminó de llenar su botella, se detuvo frente a ella. Sabía cómo se sentiría la siguiente estrofa, era placentero y aterrador a la vez. Cerró los ojos y se dejó llevar.

      Unos brazos rodearon su cintura, una respiración ligera recorrió su nuca y una lengua se deslizó por ese tramo de piel. Sus hombros se sacudieron por el estremecimiento. Inhaló profundo y una colonia irrumpió en su nariz. Era la de Dawson Hardy, el jefe de redacción de la revista Flavours y su cliente.

      Abrió los ojos de golpe y sacudió su mano frente a su nariz para espantar aquel olor. No había nadie, solo ella y la cantante, quien la miraba intrigada. Dejó un dólar en el forro abierto de la guitarra, después buscó una silla en la que sentarse y calmar su ritmo cardiaco. Había una banca que estaba dándole la espalda a otra igual, ambas mirando hacia una plataforma diferente. Se sentó en la que daba vista a la plataforma a la que llegaría Elijah. Se dedicó a observar los metros pasar, esperando que volviera el suyo.

      Miró la hora, aún era muy temprano para llamar a su papá para agradecerle. Él fue quien los había recomendado para el trabajo. El estilista de comida de la revista Flavours había sido hospitalizado después de un accidente mientras escalaba,

      Dawson necesitaba alguien que terminara de tomar las fotos para la edición de mayo y los contrató.

      Hacer esas fotos no fue tarea fácil; él era la personificación del perfeccionismo. Elijah y ella tuvieron que recrear decenas de composiciones, preparar una y otra vez la comida, cambiar las luces, probar distintos ángulos y variar la utilería hasta lograr el resultado que querían. Durante esa semana que trabajaron para la revista, ingirieron el café de todo el mes. Sin embargo, ese trajín era lo que amaba. Probar, equivocarse, aprender, empezar de cero, cambiar de dirección. Él éxito sabía a ambrosía cuando tenía que trabajar duro para conseguirlo.

      El dilema era que ahora que el contrato entre ellos había terminado, no tenía razones de peso para no aceptar sus invitaciones a salir.

      Una pareja se sentó en la silla del respaldo. No podía verlos, pero por sus voces parecían ser un hombre joven y una mujer mayor. Tomó sus cosas para levantarse, no quería escuchar más historias.

      —Eso no es lo que me afecta —dijo la voz masculina—.

      Mi problema es que no puedo evitar sentir cosas que no me

      pertenecen.

      Se quedó congelada en su lugar. Las palabras calaron hondo en su ser; ese era exactamente su problema.

      —Mis personajes están tan llenos de odio que cuando escribo sobre ellos la rabia me enceguece, endurece mis puños, el rencor hace hervir mi sangre, todo... Todo ese dolor se clava en mi pecho como navajas. —Hizo una pausa—. Se siente real para mí. En esos breves momentos, todo se siente real, no puedo controlarlo. A veces escribir es conjurar una lágrima.

      Por unos instantes, deseó golpear una pared gritando furiosa, hasta romper en llanto. Fue una sensación momentánea, pero tan nítida que la asustó. No quiso escuchar más, se puso de pie y emprendió la marcha hacia el baño. Palpó su pecho