Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada". Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Paula Velásquez "Escalofriada"
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013300
Скачать книгу
con el cambio —dijo y le guiñó el ojo. Ella tomó la libreta y se fue.

      —¿Qué le dijiste? —preguntó.

      —Es una idea simple, pero creo que funcionará. Cuando sea el momento, vamos a salir de aquí, Charlie.

      —¿Y cuándo será el momento?

      —Lo sabrás, créeme, ahora solo nos queda esperar.

      —¿Por qué no podemos ser como los escritores fantasmas normales? Ellos se la pasan hablando de su misterioso trabajo en las fiestas.

      —Porque no tienen a Fabrizio Castell como jefe.

      Se recostó hacia atrás.

      —Es una lástima que nunca le haya hablado a Carmilla. Ahora ya murió y es demasiado tarde.

      Hannibal rio.

      —Sabes que probablemente no la despidieron, ¿cierto? Es poco usual que nos encontremos a los otros fantasmas en la oficina. Fabrizio nos cita en días diferentes para que no nos crucemos. ¿Cómo supiste que se llamaba Carmilla entonces?

      —Soborné a Daphne para que me contara.

      —¿Con qué la sobornaste?

      —Le compré uno de esos persas —dijo, señalándolos en la vitrina. Eran pasteles tostados con sabor a canela, recubiertos con un glaseado de fresa rosa vibrante.

      —¿Y ella te dijo su seudónimo? Debían estar buenos esos persas.

      —Por supuesto que lo estaban, la señora Williams es la mejor pastelera de Vancouver, sin discusión, nunca he probado nada igual.

      O eso pensaba antes de probar los de Layla Bramson.

      —No discutiré eso.

      Zack tamborileó los dedos sobre la mesa. Echó una mirada hacia atrás y vio a Fabrizio comiendo animado.

      —Además, tú tienes novia —añadió.

      Él rio.

      —Apenas llevamos saliendo cuatro meses y ¿sabes qué hizo Maggie? La otra noche se quedó a dormir en mi apartamento

      y cuando desperté en la mañana, había ordenado todo.

      —Define todo.

      —Todo. Apiló mis manuscritos de distintas novelas, guardó los libros en los estantes sin siquiera doblar la esquina de donde iba, botó algunos papeles sueltos donde había anotado cosas. Es decir, sí, yo sé que mi apartamento se ve desorganizado, pero yo sé dónde está todo, o por lo menos, dónde debería estar todo. Tengo un sistema, ¿sabes?

      —Y me imagino que le explicaste. —Hizo comillas con los dedos—. «Tu sistema».

      —No te burles, sí tengo un sistema, y sí, se lo expliqué. Le dije que cada zona tenía su función: en el sillón escribo las ideas iniciales, los bocetos, hago una lluvia de ideas; en el escritorio investigo; en el comedor hago correcciones.

      —¿Y dónde se supone que te sientas a escribir?

      —En mi oficina, claro. Pero a ese lugar no puede entrar nadie, es mi santuario. Ahí tengo toda la información sobre las novelas que he escrito como negro literario.

      —Entonces me imagino que le dijiste a qué te dedicas. Si pasa tanto tiempo en tu apartamento, no le tomará mucho descubrirlo.

      —¿Qué me crees? ¡Claro que no! Soy muy cuidadoso con el tema. Le dije que eran novelas que estaba traduciendo, lo cual técnicamente es cierto. Bueno, al menos una de ellas. La mayoría de los papeles eran de mi proyecto actual.

      —¿Y en qué andas trabajando ahora, Charlie Parker?

      Él suspiró.

      —Una novela de amor.

      Hannibal se rio con ganas.

      —¿Desde cuándo escribes historias de amor?

      —Desde que Fabrizio me asignó ese cliente. Gatsby está ocupado con una saga juvenil.

      —Pudiste rechazarlo.

      —Es una buena historia, tiene potencial. Además, es un giro de trama interesante. ¿No crees? Pasar de una novela negra a un romance. ¿Quién sabe? Tal vez sea bueno en esto.

      —Tal vez si hay algún psicópata en la historia.

      —Tal vez me dejen agregarle alguno.

      Hannibal rio.

      —Podrías escribir una novela policíaca mientras tanto, ¿sabes? Para no perder los estribos.

      Se cruzó de brazos.

      —Podría llamarla El extraño caso de los escritores degollados en Midnight’s Baker.

      Ambos rieron.

      —Hablo en serio, ¿no has pensado volver a pub...? —dijo y se quedó a la mitad de la frase pasmado—. No puede ser, Fabrizio se va a levantar.

      Miró sobre su hombro; su jefe estaba corriendo la silla.

      —Ay, no, pero ella no se levanta. ¿Por qué? Y si... ¿Y si viene hacia el baño? —dijo.

      El baño estaba justo al lado de ellos.

      Se dio la vuelta y hundió la vista en su plato vacío. Hannibal se agachó y lo miró directo a los ojos. Una gota de sudor bajaba por su frente y la sangre había abandonado su rostro.

      —Él me vio. Se puso de pie y me vio.

      Los pasos de Fabrizio yendo hacia ellos retumbaron en sus oídos. Cerró los ojos y esperó su final. Adiós, empleo; adiós, carrera; adiós, familia; adiós, Maggie; adiós todo. Su mirada ferviente taladraba su cráneo. Apretó las rodillas con sus dedos delgados. Empezó a divagar en posibles excusas: «Nos encontramos de casualidad», «¿él también trabaja para ti?», «¿Zack Hawkins? Debe estar confundiéndome con mi hermano gemelo. Yo soy Rudolf».

      —Happy birthday to you, happy birthday to you... —Un coro de voces surgió de la cocina—. Happy birthday, dear Molly.

      Happy birthday to you…

      Fabrizio no llegaba.

      —From good friends and true, from old friends and new...

      Abrió los ojos. Hannibal había tomado sus cosas y se estaba poniendo de pie. Miró a sus espaldas, un grupo de personas estaba rodeando a Fabrizio, conduciéndolo de nuevo a su mesa. La señora Williams —la pastelera de Midnight’s Baker—, su esposo, su hijo mayor, una anciana que no distinguía y las dos meseras. Ellos eran los que cantaban, llevando consigo globos y un pastel de cumpleaños con las velas encendidas.

      —¿Qué esperas? —dijo su amigo.

      Corrió detrás de Hannibal hacia la salida, agachándose para pasar detrás de las personas.

      —¡Esto es un error! —Escuchó vociferar a su jefe—. ¡Ella no es la tal Molly! ¡Nadie está cumpliendo años!

      Salieron, la brisa nocturna golpeó sus rostros. Corrieron sin parar hasta llegar al conjunto de apartamentos donde vivía él. Cuando llegaron, se sentó en las escaleras de la entrada, agotado.

      —Mi pecho va a explotar.

      Hannibal se sentó a su lado, riendo.

      —Casi que podía sentir a Fabrizio pisándonos los talones, ¿no?

      —El viejo nos tiene traumatizados.

      —Creo que ni siquiera nos perseguía.

      Zack se rio.

      —No, creo que no. ¿Qué le dijiste a la mesera?

      —Le dije que era una vieja amiga y quería sorprenderla.

      —Cuando él les pregunte quién los envió, y la mesera diga que el rubio guapo del fondo, sabrá que