Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada". Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Paula Velásquez "Escalofriada"
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013300
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      —Rollos de miel de maple.

      Él

      (Diez meses antes)

      Dexter suspiró.

      —Recuérdame por qué no estás durmiendo en tu casa.

      —Estoy dándome una noche libre —respondió, cambiando el canal por quinta vez en diez segundos.

      Se lo lanzó.

      —No, no puedo porque si estoy allá, será inevitable volver al trabajo —respondió Zack—. Soy un trabajador compulsivo, ¿me entiendes? En cuanto al show, no es la gran cosa; gente corriendo y discutiendo de aquí para allá.

      —Tú no ganarías así fuera una carrera de aquí al parque

      Hemingdoll.

      Dexter se sentó en el sofá.

      —¡No es verdad!

      —Digby tiene mejor físico que tú. ¿Cierto, Digby?

      El perro que estaba acostado en el tapete levantó la cabeza para mirarlos y la ladeó un poco.

      —Él se mantiene al margen de esta discusión —dijo Zack.

      —Cállate y mira televisión un rato, como el resto de los

      mortales.

      Él no solía usar su televisor. Ni siquiera la prendía para que hiciera ruido de fondo, como suelen hacer los demás. Le gustaba trabajar en silencio o, si era necesario, con música a todo volumen. Cuando terminó el episodio de Amazing Race, Dexter dio un gran bostezo, apagó el televisor y se levantó del sofá.

      —Ahí tienes el sofá para que duermas. Puedes tomar lo que quieras de la nevera, excepto mis arándanos. No los toques, no los mires, no les hables. —Lo apuntó con su dedo.

      —Pero yo ni siquiera...

      —Te he visto hablándole hasta a las persianas.

      Intentó lucir ofendido.

      —Ellas tienen muchas historias que contar.

      Dexter torció la boca hacia abajo.

      —¿Es en serio? Ojalá así fueras con las personas de carne y hueso. En fin. Ahí tienes computador, biblioteca, mesa de ajedrez. —Señaló los objetos mientras los mencionaba—. Diviértete. Buenas noches, Charlie.

      —Buenas noches, Hannibal.

      Entró a su habitación y cerró la puerta. Digby dio vueltas en su camita hasta que se acomodó y se acostó.

      Encendió el computador. El navegador en incógnito estuvo abierto a los minutos, con Google esperando su próxima

      búsqueda. Tamborileó sus dedos en el teclado. Un pensamiento acudió a su mente.

      No, no se suponía que hiciera eso allá. Si Hannibal lo descubría, lo iba a odiar.

      Fue a la nevera y destapó una gaseosa y volvió a sentarse. Miró al navegador y después a la puerta cerrada de la habitación. Se puso de pie, caminó con sigilo hasta ella y apoyó el oído. Unos leves ronquidos se escuchaban al otro lado de la puerta.

      ¿Cómo es que se dormía tan rápido?

      Volvió a sentarse en frente al computador. La barra de búsqueda lo miraba tentadora.

      ¿Qué más daba? Él no tenía por qué enterarse.

      Buscó la palabra «Noveland» en Google y entró al primer enlace. Noveland era una página web en la que escritores (en su mayoría aficionados) publicaban sus historias.

      Él era una especie de celebridad del fanfiction allí.

      Nadie podía enterarse de ese placer culposo, en especial Dexter; lo acusaría de alta traición. Sin embargo, en su defensa, podía decir que lo que hacía era una buena causa y miles de personas se sentían agradecidas con él. Tomaba historias que habían sido abandonadas hace años y las terminaba. Generalmente eran de novelas negras, de ciencia ficción, fantasía, suspenso o sobrenatural. Era un camaleón y podía imitar casi cualquier voz, de cualquier género. Sin embargo, nunca había terminado una historia de romance, lo cual volvía locas a sus fans femeninas. Tampoco escribía nada propio. Se preguntaba con frecuencia que pasaría si lo hacía, pero prefería seguir bajo la sombra de ser escritor fantasma.

      Aun así, su cuenta tenía más de 380.000 seguidores. Una locura. Cuando inició sesión, encontró más notificaciones y mensajes de los que podría responder si pasaba toda la noche en ello. Sin embargo, pasó dos horas dándose a la tarea. Se divertía mucho con los comentarios y respondía los más ingeniosos o en los que le hacían preguntas. La mayoría le pedían un nuevo capítulo de Sin evidencias, una novela de misterio con un detective sarcástico que todos amaban.

      Volvió a mirar la puerta cerrada.

      Se suponía que era su noche libre de trabajo, pero no le pagaban por escribir fanfiction, así que no contaba como trabajo, ¿o sí?

      Con eso en mente, pasó tres horas escribiendo el nuevo capítulo.

      Era una lástima que no pudiera hacer ruido, porque a él le gustaba escuchar y cantar jazz mientras escribía esa novela en especial. De hecho, le gustaba cantar en general. En las fiestas solo podía hacer el paso del robot, pero era el rey del karaoke.

      Al terminar, envió el borrador a su correo electrónico y dejó el computador sin evidencias de que había estado escribiendo fanfiction allí.

      Cuando vio que se acercaban las cinco de la mañana, se levantó para salir a tomar aire fresco. Una caminata le haría bien.

      Se levantó, estiró los brazos, abrió la nevera y tomó una botella de agua. Su cabeza comenzaba a doler. Tomó las llaves que colgaban de la pared y, con sumo cuidado, quitó el seguro. Al deslizar el primer pasador, hizo suficiente ruido para despertar a Digby. El schnauzer se levantó y ladró, fue hacia la puerta y la aruñó con sus patas.

      —No, amigo, no te puedo llevar conmigo. Ni siquiera sé dónde está tu correa. Dexter se volverá loco si lo despierto tan temprano para preguntarle.

      Miró a su alrededor y no vio rastro de la correa. Solo había una pelota roja que debía ser un juguete del can.

      Otros dos ladridos.

      —Ya va, ya va. Shh. —Se cubrió la boca con el dedo índice—. No hagas tanto ruido.

      Tomó una pelota que había en el suelo. Quitó el otro seguro, abrió la puerta despacio y se deslizó fuera. Digby lo siguió.

      —Solo no te vayas muy lejos, ¿eh?

      Apenas salieron del edificio, echó a correr como alma que lleva el diablo.

      —¡Digby!

      Se fue corriendo tras él.

      El schnauzer corría entusiasmado, solo deteniéndose para ver si aún lo seguía. Lo siguió a una distancia larga, con el corazón saliéndose de su pecho, los pulmones le ardían. La última vez que había corrido tanto había sido cuando se fue sin pagar de un bar y el dueño lo persiguió cinco calles.

      Cuando Dexter dijo que no era capaz de correr ni hasta el parque Hemingdoll, se equivocaba, de alguna forma lo había logrado.

      Digby se detuvo cuando llegaron a una amplia zona verde, era una pequeña loma. No se veía ni un alma. El cielo estaba cubierto de tonos violáceos. El canino empezó a dar saltos a su alrededor, con la vista fija en la pelota roja.

      —Ah, ¿quieres esto? Pues no te lo daré.

      Ladró.

      —Hasta que tome agua, ¿eh? No me dejaste terminar.

      Tomó cuatro sorbos seguidos de agua. Inhaló,