Sincronía. Paula Velásquez "Escalofriada". Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Paula Velásquez "Escalofriada"
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9788418013300
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el estrés.

      Ella quería ser reconocida.

      Él era una celebridad en secreto

      Ella

      (Diez meses antes)

      Layla inhaló una gran cantidad de aire fresco. El cielo pintado de colores violáceos la cubría. Sus piernas pedaleaban a un ritmo constante. La bicicleta se deslizaba con ligereza por el sendero del parque Hemingdoll. Lo que le gustaba de montar cicla en las mañanas era la poca compañía que tenía; el camino estaba vacío frente a ella.

      Una pieza de Michael Giacchino sonó en su iPod Shuffle. La guitarra comenzó la melodía, se le unió el xilófono en una carrerilla y por último entró el acordeón. Se repitió el ritmo, esta vez todos acompasados, acelerando en un crescendo. Se repitió de nuevo, aún más rápido. Entonces, su parte favorita: el saxofón. Fue una explosión de colores. Cerró los ojos, deleitada.

      —¡Digby! ¡No! —gritó una voz aterrada.

      Ella abrió los ojos y vio a un Schnauzer detener su correteo justo a su lado. Ella viró hacia la dirección contraria para alejarse de él y por poco pierde el equilibrio. Tenía el corazón desbocado, giró la cabeza lo suficiente para ver que el perro estaba bien

      y había emprendido el camino de vuelta.

      Volvió la vista al frente.

      —¡Fíjate por dónde vas, chiflada!

      —¡Lo siento! —gritó, sin voltearse a mirar.

      Le costó recuperarse del susto.

      Las bandas sonoras le permitían seguir escuchando lo que pasaba a su alrededor. Punto para las bandas sonoras.

      El 90% de las canciones que tenía en su iPod no tenían voces y el otro 10% tenían letras que evocaban sensaciones agradables. Por tal motivo, había aprendido toda suerte de coreografías, pero se sabía muy pocas canciones.

      Después de dar sus habituales vueltas al parque, llegó al apartamento de su hermano relajada. Elijah estaba en la cocina, desayunando. Empujó un plato de cereal hacia ella.

      —Pensaba que hoy era tu día libre. Madrugaste igual que todos los días.

      —Lo es. Solo que me gusta tener el parque para mí. —Se llevó una cucharada de cereal a la boca—. Aunque hoy había un hombre paseando a su perro. Casi lo atropello.

      —¿Al hombre o al perro?

      —Al perro.

      —¿Un perro? No me extraña de alguien que atenta contra la vida de su propio hermano.

      Layla rodó los ojos y suprimió una risa.

      —No es para bromas. Si lo hubiera atropellado, no me lo habría perdonado. Incluso es preferible atropellar al dueño antes que al perrito. Además, ¿quién pasea a su perro a esas horas, de todas formas? Nunca lo había visto.

      —Alguien que quería el parque solo para él, ahora tendrás que compartirlo.

      —Ja.

      Cuando Elijah se fue, encendió el equipo de sonido. Sonó Big legs, tight skirt de John Lee Hooker. Su hermano era aficionado al rock y al blues. Ella se fue bailando hacía la cocina para traer todos los implementos de aseo, abrió las cortinas, barrió al ritmo de la música. Le tomó dos horas hacer aseo en todo el apartamento.

      Fue por su portátil y sus audífonos, se recostó en el sofá, con las piernas apoyadas en la pared. Puso el computador sobre su estómago. Buscó entre sus archivos y al encontrar el que buscaba, lo reprodujo. Se puso los audífonos. Cerró los ojos. Una voz comenzó a narrar:

      La fragancia era tan maravillosamente buena que a Baldini se le anegaron de repente los ojos en lágrimas.

      No necesitaba hacer ninguna prueba, sólo colocarse delante del matraz y aspirar. El perfume era magnífico. En comparación con “Amor y Psique”, era una sinfonía comparada con el rasgueo solitario de un violín. Y mucho más, Baldini cerró los ojos y evocó los recuerdos más sublimes. Se vio a sí mismo de joven paseando por jardines napolitanos al atardecer; se vio en los brazos de una mujer de cabellera negra y vislumbró la silueta de un ramo de rosas en el alféizar de la ventana, acariciado por el viento nocturno; oyó cantar a una bandada de pájaros y la música lejana de una taberna de puerto; oyó un susurro muy cerca de su oído, oyó un “Te amo” y sintió que los cabellos se le erizaban de placer, ahora, ahora, ¡en este instante! Abrió los ojos y gimió de gozo.

      Se quitó los audífonos. Patrick Süskind era un genio. Miró sus brazos y los vellos estaban erizados, tenía la piel de gallina; aspiró hondo, no recordaba haber evocado un olor como ese jamás. Un olor que le recordaba con total exactitud qué se sentía estar enamorada.

      Ese perfume se había hundido en su carne y había estrujado su corazón.

      Pasó los pulgares por sus ojos para secar las lágrimas que habían alcanzado a asomarse. Sonrió. Su don le había traído toda clase de momentos desagradables, pero entonces, estaban esos dulces momentos en que sus sentidos despertaban algo maravilloso con total nitidez. Era entonces cuando se sentía afortunada.

      Continuó escuchando el audiolibro durante cinco capítulos más, después escuchó durante una hora otro. Mientras los demás tenían grandes bibliotecas, ella tenía carpetas llenas de audiolibros. Las sensaciones eran más nítidas si las escuchaba que si las leía.

      Cuando terminó, revisó su e-mail. Tenía dos nuevos seguidores en su blog.

      —¿Qué dices de esto, papá? —dijo en voz alta—. Soy casi una famosa.

      En realidad, tenía veinte seguidores y el blog de su padre debía tener doscientos mil.

      Pero no importaba. Apenas llevaba un mes con su blog de fotografía Color a la carta. Ella lo abrió y le echó una ojeada. Había fotos de atuendos, fachadas y paisajes en los que primaba el color. Pero lo más importante, había mucha comida. Sus mejores fotos como estilista iban allí. Subió un par de fotos y las compartió en su MySpace. Había creado el blog la última vez que había cenado en la casa de sus padres. Vincent le había insinuado que un blog de estilismo de comida no podría tener tanto éxito como uno de recetas y críticas de restaurantes.

      Ella era de ese tipo de personas que, si le decían que no iba a tener éxito en algo, más empeño le metía.

      Entró a mirar el blog de su padre para leer las últimas reseñas. Como era usual, estaba destrozando a las pobres almas que lo habían recibido en su restaurante; lo más increíble de todo era que las invitaciones no paraban de llegar. Pedirle una reseña era cómo hacer una propuesta de matrimonio en público: si las cosas salían bien, recibirías la admiración y apoyo de todos; si las cosas iban mal, la humillación sería devastadora y te perseguiría para siempre. Era el riesgo que tenían que correr.

      El diseño del blog había cambiado. Ahora había una barra lateral, con su foto y perfil profesional:

      «Vincent Bramson. Reconocido crítico, autor de recetarios, columnista en el National Post y blogger. Si quieres que visite tu restaurante, escríbeme al correo [email protected]».

      Debajo había una fotografía a blanco y negro que le había tomado Elijah; aparecía sonriendo y aparentaba menos años de los que tenía.

      Photoshop.

      Sí, seguía molesta con él.

      Había cinco recetas nuevas. Estaba segura de que nadie las leería si un estilista de comida no hubiera hecho las fotografías tan provocativas. Además, ¿a quién le servían esas recetas? ¿Rollitos de miel de maple? ¿Quién no sabía hacer eso? ¿Quién?

      Cuando