Liquidada la aventura de Fiume, D’Annunzio tuvo un período de contacto y de negociaciones con algunos líderes del proletariado. En su villa de Gardone, se entrevistaron con él D’Aragona y Baldesi, secretarios de la Confederación General del Trabajo. Recibió también la visita de Chicherin, que tornaba de Génova a Rusia. Pareció entonces inminente un acuerdo de D’Annunzio con los sindicatos y con el socialismo. Eran los días en que los socialistas italianos, desvinculados de los comunistas, parecían próximos a la colaboración ministerial. Pero la dictadura fascista estaba en marcha. Y, en vez de D’Annunzio y los socialistas, conquistaron la Ciudad Eterna Mussolini y los “camisas negras”.
D’Annunzio vive en buenas relaciones con el fascismo. La dictadura de las “camisas negras” flirtea con el Poeta. D’Annunzio, desde su retiro de Gardone, la mira sin rencor y sin antipatía. Pero se mantiene esquivo y huraño a toda mancomunidad con ella. Mussolini ha auspiciado el pacto marinero redactado por el Poeta, que es una especie de padrino de la gente del mar. Los trabajadores del mar se someten voluntariamente a su arbitraje y a su imperio. El poeta de La Nave ejerce sobre ellos una autoridad patriarcal y teocrática. Vedado de legislar para la tierra, se contenta con legislar para el mar. El mar lo comprende mejor que la tierra.
Pero la historia tiene como escenario la tierra y no el mar. Y tiene como asunto central la política y no la poesía. La política que reclama de sus actores contacto constante y metódico con la realidad, con la ciencia, con la economía, con todas aquellas cosas que la megalomanía de los poetas desconoce y desdeña. En una época normal y quieta de la historia D’Annunzio no habría sido un protagonista de la política. Porque en épocas normales y quietas la política es un negocio administrativo y burocrático. Pero en esta época de neorromanticismo, en esta época de renacimiento del Héroe, del Mito y de la Acción, la política cesa de ser oficio sistemático de la burocracia y de la ciencia. D’Annunzio tiene, por eso, un sitio en la política contemporánea. Solo que D’Annunzio, ondulante y arbitrario, no puede inmovilizarse dentro de una secta ni enrolarse en un bando. No es capaz de marchar con la reacción ni con la revolución. Menos aún es capaz de afiliarse a la ecléctica y sagaz zona intermedia de la democracia y de la reforma.
Y así, sin ser D’Annunzio consciente y específicamente reaccionario, la Reacción es paradójica y enfáticamente dannunziana. La Reacción en Italia ha tomado del dannunzianismo el gesto, la pose y el acento. En otros países la Reacción es más sobria, más brutal, más desnuda. En Italia, país de la elocuencia y de la retórica, la Reacción necesita erguirse sobre un plinto suntuosamente decorado por los frisos, los bajo relieves y las volutas de la literatura dannunziana.
La inteligencia y el aceite de ricino
El fascismo conquistó, al mismo tiempo que el gobierno y la Ciudad Eterna, a la mayoría de los intelectuales italianos. Unos se uncieron sin reservas a su carro y a su fortuna; otros le dieron un consenso pasivo; otros, los más prudentes, le concedieron una neutralidad benévola. La Inteligencia gusta de dejarse poseer por la Fuerza. Sobre todo cuando la Fuerza es, como en el caso del fascismo, joven, osada, marcial y aventurera.
Concurrían, además, en esta adhesión de intelectuales y artistas al fascismo, causas específicamente italianas. Todos los últimos capítulos de la historia de Italia aparecen saturados de dannunzianismo. “Los orígenes espirituales del fascismo están en la literatura de D’Annunzio”. El futurismo –que fue una faz, un episodio del fenómeno dannunziano– es otro de los ingredientes psicológicos del fascismo. Los futuristas saludaron la guerra de Trípoli como la inauguración de una nueva era para Italia. D’Annunzio fue, más tarde, el condottiere espiritual de la intervención de Italia en la guerra mundial. Futuristas y dannunzianos crearon en Italia un humor megalómano, anticristiano, romántico y retórico. Predicaron a las nuevas generaciones –como lo han remarcado Adriano Tilgher y Antonio Labriola– el culto del héroe, de la violencia y de la guerra. En un pueblo como el italiano, cálido, meridional y prolífico, mal contenido y alimentado por su exiguo territorio, existía una latente tendencia a la expansión. Dichas ideas encontraron, por tanto, una atmósfera favorable. Los factores demográficos y económicos coincidían con las sugestiones literarias. La clase media, en particular, fue fácil presa del espíritu dannunziano. (El proletariado, dirigido y controlado por el socialismo, era menos permeable a tal influencia). Con esta literatura colaboraban la filosofía idealista de Gentile y de Croce y todas las importaciones y transformaciones del pensamiento tudesco.
Idealistas, futuristas y dannunzianos sintieron en el fascismo una obra propia. Aceptaron su maternidad. El fascismo estaba unido a la mayoría de los intelectuales por un sensible cordón umbilical. D’Annunzio no se incorporó al fascismo, en el cual no podía ocupar una plaza de lugarteniente; pero mantuvo con él cordiales relaciones y no rechazó su amor platónico. Y los futuristas se enrolaron voluntariamente en los rangos fascistas. El más ultraísta de los diarios fascistas, L’Impero de Roma, está aún dirigido por Mario Carli y Emilio Settimelli, dos sobrevivientes de la experiencia futurista. Ardengo Soffici, otro ex futurista, colabora en Il Popolo d’Italia, el órgano de Mussolini. Los filósofos del idealismo tampoco se regatearon al fascismo. Giovanni Gentile, después de reformar fascísticamente la enseñanza, hizo la apología idealista de la cachiporra. Finalmente, los literatos solitarios, sin escuela y sin capilla, también reclamaron un sitio en el cortejo victorioso del fascismo. Sem Benelli, uno de los mayores representantes de esa categoría literaria, demasiado cauto para vestir la “camisa negra”, colaboró con los fascistas y, sin confundirse con ellos, aprobó su praxis y sus métodos. En las últimas elecciones, Sem Benelli fue uno de los candidatos conspicuos de la lista ministerial.
Pero esto acontecía en los tiempos que aún eran o parecían de plenitud y de apogeo de la gesta fascista. Desde que el fascismo empezó a declinar, los intelectuales comenzaron a rectificar su actitud. Los que guardaron silencio ante la marcha a Roma[6] sienten hoy la necesidad de procesarla y condenarla. El fascismo ha perdido una gran parte de su clientela y de su séquito intelectuales. Las consecuencias del asesinato de Matteotti han apresurado las defecciones.[7]
Presentemente se afirma entre los intelectuales esta corriente antifascista. Roberto Bracco es uno de los líderes de la oposición democrática. Benedetto Croce se declara también antifascista, a pesar de compartir con Giovanni Gentile la responsabilidad y los laureles de la filosofía idealista. D’Annunzio, que se muestra huraño y malhumorado, ha anunciado que se retira de la vida pública y que vuelve a ser el mismo “solitario y orgulloso artista” de antes. Sem Benelli, en fin, con algunos disidentes del fascismo y del filofascismo, ha fundado la Liga Itálica con el objeto de provocar una revuelta moral contra los métodos de los “camisas negras”.
Recientemente, el fascismo ha recibido la adhesión de Pirandello. Pero Pirandello es un humorista. Por otra parte, Pirandello es un pequeño burgués, provinciano y anarcoide, con mucho ingenio literario y muy poca sensibilidad política. Su actitud no puede ser nunca el síntoma de una situación. Malgrado Pirandello, es evidente que los intelectuales italianos están disgustados del fascismo. El idilio entre la Inteligencia y el aceite de ricino ha terminado.
¿Cómo se ha generado esta ruptura? Conviene eliminar inmediatamente una hipótesis: la de que los intelectuales se alejan de Mussolini porque este no ha estimado ni aprovechado más su colaboración. El fascismo suele engalanarse de retórica imperialista y disimular su carencia de principios bajo algunos lugares comunes literarios; pero más que a los artesanos de la palabra