Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Creusa Muñoz. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Creusa Muñoz
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789876145787
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y desde los modos de acción, con la influencia de las corrientes tanto estadounidenses como europeas. Damos por descontado que nadie se encontraba frente a un páramo, es decir, no se comenzaba desde cero.

      En paralelo, la comunidad médica argentina había desplegado importantes discusiones sobre los efectos de la píldora anticonceptiva en la salud de las mujeres como así también relativos interés y preocupación sobre el aborto inducido en nuestro país. Por ejemplo, desde el campo de la obstetricia y la ginecología se desarrollaron encuestas, estudios de casos e investigaciones con respecto a la temática, dentro de un contexto de debate internacional en torno a la explosión demográfica y a los programas de control de natalidad. (1) Si bien el listado de producciones expertas era sucinto, abrió paso, desde el dispositivo médico, al reconocimiento del impacto del aborto sobre la Salud Pública, aunque no lograran incidir en el desarrollo de programas oficiales sobre planificación familiar. Más aún, el Estado no otorgaba ningún tipo de solución ni tampoco se cumplía con las formas previstas en el Código Penal en cuanto a los casos de abortos no punibles, situación que se repitió hasta el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación del mes de marzo de 2012.

      Pese al reconocimiento del problema tanto de parte de las voces feministas, por un lado, como de las voces médicas, por otro, no lograron cruzarse; peor aún: se desconocieron entre sí. Si algún sector de la Salud hubiese acompañado el ritmo del activismo, se podría haber orientado una estrategia a favor de la legalidad, al menos como un tema de debate público. Solo ciertas esferas de la comunidad médica y algunas experiencias educativas aisladas ubicaron la planificación familiar en el terreno de los derechos y defendieron la capacidad de decisión tanto de las parejas como de las mujeres. Lamentablemente, no fue lo suficientemente generalizado. En palabras de la sexóloga feminista Sara Torres, “las pocas instituciones privadas que trabajaban sobre planificación sexual en Buenos Aires, por más que dispusiesen de amplios recursos técnicos, económicos y de conocimientos, no mantenían diálogo con el feminismo local y menos con otros grupos próximos al marxismo”.

      Así, se insertó la lucha por el derecho al aborto en los cenáculos feministas de Buenos Aires. Sea como fuere, la presencia de las viajeras militantes, emprendedoras de carácter decidido, marcaron el perfil del trasiego: en la publicación de textos, en la formación de grupos de autoconciencia, en las conferencias, en las calles, en los medios de comunicación, en las librerías, en el vínculo tête à tête con las consagradas figuras del feminismo dominante de esos tiempos.

      CON UN PIE FUERA DEL AVIÓN

      Pero hacia fines de 1970, las viajeras militantes alcanzaron un carácter menos excepcional, las andanzas de las mujeres perdieron la originalidad de las primeras décadas del siglo XX. De regreso a nuestro país se sentían favorecidas por haberse compenetrado con las luchas en otros continentes y luego volcaban el contenido, aunque no siempre en sintonía con la singularidad de sus experiencias. En ese pasado reciente, y aunque hayan transcurrido apenas cuatro décadas, todo se hacía a pulmón, paso a paso. Primero, se encaraba la búsqueda de la obra o materiales oportunos para difundir el tema en el país. Después, se hacían las traducciones con las herramientas disponibles y se publicaba en editoriales amigas o por cuenta propia. En consecuencia, las mismas traductoras podían ser después las editoras de la obra; con frecuencia cumplían ese doble papel sin mayores problemas. Publicar devenía una tarea común siempre en beneficio de las pares. Incluso, hacían memoria de las que no habían escrito pero sí vivido la experiencia de apostar a la acción. De más está decir que las viajeras militantes acompañaban la puesta en circulación de esos escritos inéditos en los círculos porteños con un sustancioso prólogo en el cual, con pelos y señales, se enfatizaba la trascendencia de incluir en la agenda de entonces polémicas inagotables comprometidas tanto con un cambio social como con la lucha por la liberación de la mujer.

      A veces, si esas mismas viajeras no podían cruzar el charco, recopilaban artículos y ensayos de teóricas estadounidenses, canadienses, españolas y francesas, extraídos de publicaciones internacionales, y los reproducían en los medios locales. De ahí que no haya habido obras inéditas requeridas a sus autoras extranjeras, no eran textos autógrafos. Seleccionaban a casi todas las de cuño radicalizado. De acuerdo con los conceptos de alejandra ciriza y Eva Rodríguez Agüero, las viajeras militantes elegían a las pensadoras “por las que sentían admiración, o cuyos proyectos les parecían interesantes en términos teóricos, éticos y/o estéticos”. (2)

      Hasta acá todo lo dicho habla de la forma en la que circulaban los escritos y los debates de un lado y otro. Sin darse cuenta, ellas hicieron algo que no se había realizado antes en la Argentina en cuanto al pensamiento feminista (3). Por supuesto que lo que hemos heredado de ese pasado reciente son versiones que probablemente no sobrevivieron por su calidad sino por tratarse de las primeras traducciones locales sobre tales temáticas. Seguramente nadie pretendía esconder que se trataba de traducciones caseras, artesanales, sin profesionalismo alguno, con giros lingüísticos difíciles de trasponer a nuestra lengua con la precisión que requería esa literatura para ingresar en el campo intelectual local. Efectivamente, no había recetas ni fórmulas preconcebidas; solo una cierta voluntad militante para lograr un diálogo cercano pero sin el desafío estético que implica el arte de traducir de un idioma originario al propio.

      El testimonio de la escritora y editora feminista Mirta Henault, al encontrarse con el escrito clave de Juliet Mitchell, de 1963, es una muestra acabada de lo expresado. Si bien ella aún no había cruzado continentes, tal como afirma, “algo de inglés hablaba, entonces lo traduje rápidamente”.

      Eso sí: de lo que estaban convencidas era de que lo que transcribían iba a ser eficaz para un público que se estaba congregando en pequeños grupos de estudio y formación, al menos en Buenos Aires hacia los inicios de los años 70. Por esa razón, el requisito de importar ese material debía cumplir una misión informativa para que sus congéneres no solo analizasen la sociedad en la que les tocaba vivir sino también sus propias condiciones de subalternidad.

      VIAJERAS SUI GENERIS

      Para completar la presentación de estas damiselas falta una nota de color. Integraba las filas del feminismo argentino una condesa italiana, radicada en la Argentina, Gabriella Christeller, nacida en 1924 en Milán, el epicentro de la moda europea. Quienes la miraban de reojo por su título de nobleza consideraban que su único mérito parecía ser su amistad con Simone de Beauvoir. Ambas se veían cada vez que Christeller viajaba a París. Otras la estimaban por su generosa contribución de bibliografía procedente de países lejanos y, también, en ocasiones, por el ejercicio de traducirlos. Se presume que ella introdujo en la agrupación los escritos de la Rivolta Femminile, junto con el libro Escupamos sobre Hegel, de Carla Lonzi, obra reveladora sobre la libertad de abortar. En palabras de Gabriella: “A Carla yo le tenía un gran cariño y estábamos siempre conectadas. No recuerdo en qué año mandé a traducir su famoso texto”. Y hubo una segunda vuelta. Además de viajar asiduamente por Europa también recorrió Estados Unidos. Por caso, la ciudad de Los Ángeles: “Por los años 60, yo me contacté con el feminismo estadounidense. Una funcionaria venezolana de Naciones Unidas me había dado dos archivos llenos de materiales relacionados con la situación de las mujeres. Me dijo que a nadie le interesaba y menos a los varones de ese organismo. Estaban escritos en español y en inglés. Algunos de ellos yo los traduje”.

      La escritora feminista Leonor Calvera recuerda el temple de andarinas tanto de la productora y cineasta feminista María Luisa Bemberg como de Gabriella: “Eran viajeras impenitentes, nos traían el material casi en el mismo momento de aparecer. Nos sentíamos formando parte del mismo cuerpo, el mismo organismo que nuestras hermanas del Norte”. (4) La poeta Hilda Rais dijo al respecto: “Nadie más que ellas dos viajaban (o habían viajado) a USA y a Europa respectivamente. Las traducciones las hacía Leonor Calvera, probablemente Analisa Matiussi y también Nelly Bugallo, del inglés al castellano”. Y prosigue: “Teníamos poquísimo material al alcance. Algunos libros que habían traído de afuera Gabriela de Italia y María Luisa de Estados Unidos. Hacíamos fotocopias de muchos artículos”.

      Pero quien dio un remate fue la consagrada periodista y diseñadora de modas Felisa Pintos, quien aún nos incita con sus notas. Dado que ella mantuvo una estrecha amistad con la Bemberg, puede dar cuenta