El Protocolo. Robert Villesdin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Robert Villesdin
Издательство: Bookwire
Серия: Apostroph Narrativa
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412200539
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decirse que Susy era, debido tanto a su infalible intuición como a su gran sentido común, imprescindible para cuidar de la familia e insustituible para la buena marcha del negocio. Solamente había una cosa que la atormentaba y era si ella y su marido habían sido capaces de educar a sus hijos en la cultura del esfuerzo y de la constancia en el trabajo diario. Las privaciones y casi miseria con que habían crecido tanto ella como Sam les habían obligado a trabajar muy duro y temían que sus hijos no tuvieran su misma actitud, sino que se dedicaran a la buena vida y a esperar a ver lo que les caía de sus padres.

      De hecho, únicamente GR había decidido estudiar, aunque no llegó a terminar ninguna carrera en concreto. Los restantes hijos se habían autocalificado como incapaces para el estudio y se habían dedicado a revolotear alrededor de su padre y de sus empresas. Ton siempre había considerado que tenía un don natural para hacer negocios y que las escuelas y las universidades solamente podían servir para adulterarlo. Su hija, Lucy, estuvo durante varios años internada en un colegio suizo donde aprendió principalmente francés, a tocar el piano y a cómo comportarse en sociedad, sin que al final llegara a destacar en ninguna de las tres materias.

      El sufrimiento inicial sobre la educación de sus hijos había, con el transcurso de los años, dado paso a una sacrificada resignación, convencidos como estaban de que ya era demasiado tarde para cambiar las cosas. A veces, cuando estaban solos, comentaba con desánimo este tema con su marido.

      —Sam, ¿cómo es posible que hayamos educado tan mal a nuestros hijos?

      A lo que él contestaba invariablemente:

      —No, Susy. No es que los hayamos criado mal, ¡es la consecuencia de tener unos padres ricos!

      —¡Dichoso dinero! ¡Cómo me gustaría poder volver a empezar desde cero!

      —Es cierto; el dinero trae muchas complicaciones, envidias, estado de permanentemente vigilia para que no decrezca y, sobre todo, estar muy atento a que no te lo confisquen los de Hacienda.

      —¿Recuerdas lo felices y despreocupados que vivíamos cuando no teníamos dinero ni para pagar el recibo de la luz?

      —Sí, Susy. ¡Eran otros tiempos!

      Estos razonamientos constituyeron uno de los elementos decisivos para votar a favor de la creación, dentro del Family Office, de la división inmobiliaria que reportaría una ocupación a Ton y podría abrir nuevas oportunidades de distracción y actividad a su hija Lucy, a la cual Sam no quería ver por la empresa de reciclaje bajo el pretexto de que una chatarrería no era el mejor lugar para una señorita educada en Suiza.

      No obstante, esta decisión creaba a Sam cierto desasosiego, ya que se trataba de una actividad desconocida para él y para la familia y requería la inversión de mucho dinero. El hecho de que Ton hubiera sido designado responsable de la misma no aminoraba, precisamente, sus inquietudes.

      El divorcio

      En cuanto a Lucy, después del reciente abandono por parte de su marido, necesitaba «hacer-alguna-cosa» para no aburrirse y, de paso, mantener a su hijo, por lo que pidió a Sam que le pusiera una tienda especializada en el cuidado y la alimentación de animales de compañía. La tienda, situada en la mejor esquina de la ciudad, seguía, después de un año y en opinión de su propietaria, funcionando muy bien. Cuando le preguntaban si un negocio de este tipo podría ser rentable teniendo en cuenta el alto coste del alquiler y los gastos mensuales, Lucy contestaba con convicción que eso era algo que no le preocupaba porqué creía que era su padre quién pagaba todas las facturas. Por otro lado, y sin que su hija se enterara, Sam se jactaba de que la niña le salía mucho más barata si estaba ocupada en el negocio peinando canes y otros bichos, que si corría descontrolada por todas las tiendas de la ciudad y pistas de esquí de los Alpes utilizando con desenfreno su tarjeta de crédito. Era una chica delgada, de mediana estatura, de facciones agradables sin ser una belleza, y, sobre todo, interesante. Daba la impresión de que, debajo de aquella fachada superficial, escondía cierto misticismo. Todo en ella emanaba una secreta e indescifrable sensualidad de forma que, sin ella proponérselo, todas las reuniones y comidas, no importa que fueran con amigos, clientes o simplemente conocidos, acababan siempre tratando temas relacionados con ese hecho, cosa que a ella no le desagradaba en absoluto.

      Tenía un carácter alegre y extrovertido que resultaba encantador para todos aquellos que la trataban superficialmente. En cuanto a los restantes, evitaban toparse con ella, puesto que, en cuestión de segundos, era capaz de complicarle extraordinariamente la vida a cualquiera; muchas veces con preguntas o peticiones en apariencia tontas pero que para el receptor le suponían un trabajo engorroso y mortificante, aún más cuando el importunado pensaba que, muy posiblemente, no serviría para nada. En numerosas ocasiones, cuando la desafortunada víctima le entregaba el laborioso resultado de su solicitud, la respuesta solía ser: «¿Está seguro de que yo le pedí esto?» o «muchas gracias, pero ya no me hace falta». También tenía la nefanda habilidad de, en cualquier tipo de reunión, ya fuera familiar o de negocios, escoger las preguntas que más fastidiaban al interpelado o a alguno o varios de los asistentes. Los que podían permitírselo le respondían, siempre que tuvieran los necesarios reflejos, con incómodas evasivas.

      En resumen, era de aquellas personas que, con su sola y encantadora presencia y sin ella proponérselo, podía fastidiar tus planes; y encima tenías que aparentar que estabas encantado. A pesar de tener todo lo que quería, un psicólogo hubiera concluido que la parte perversa de su comportamiento se debía a un sentimiento de permanente insatisfacción provocado por el déficit de atención y cariño que había acumulado durante los años de internado. Y más tarde, como consecuencia de haber sido tratada por todos como una niña tonta y mal criada cuya única oportunidad, evidentemente desaprovechada, era conseguir un buen matrimonio.

      Por todo ello, Lucy era vista por todos como una chica acostumbrada a satisfacer todos sus antojos por costosos que fueran, incluyendo su matrimonio con un hindú de Kerala que había conocido durante un stage en la India —que debía durar un mes y se extendió casi un año—, y con el que, posteriormente, convivió durante otro período similar en Nueva York, con el objetivo de aprender inglés y, de pasada, conocer gente y mundo.

      A las pocas semanas de regresar a casa procedente de Nueva York, ya lucía un espectacular embarazo que mostraba con gran satisfacción y poco decoro, máxime cuando todos sus conocidos estaban escandalizados con el hecho de que la niña de Sam estuviera embarazada de un extranjero del que nadie tenía referencias y que, además, ¡era indio!

      La convivencia conyugal finalizó a los pocos meses de resolverse el embarazo, cuando el marido de Lucy propuso que ambos se marcharan a la India, donde él había encontrado un empleo de broker en un banco estatal de Mumbai.

      —Papá, estamos pensando en irnos a vivir a la India.

      —¿A la India? Pero ¿es que te has vuelto loca?

      —No, es que a Adamya —que así se llamaba el hindú— le han ofrecido un empleo en un banco de aquel país.

      —Pero si aquello no tiene ni la consideración de país... todo es miseria. ¡No creo que sea un lugar adecuado para mi hija! ¿Para esto te hemos pagado una educación en los mejores colegios de señoritas de Europa?

      A Sam, aunque quería muchísimo a su hija, le pasaba algo parecido que al resto de los mortales, es decir, sólo con verla ya sabía que se aproximaban oscuros nubarrones en forma de problemas.

      —Papá, no deberías preocuparte tanto. Además, entre lo que ganará Adamya trabajando para el banco y tu asignación mensual, podremos vivir en un buen barrio con todas las comodidades y la máxima seguridad. ¡Y te ahorrarás mucho dinero cerrando la tienda!

      —¡Ni pensarlo! Mi asignación no va a transferirse fuera de nuestro querido país y menos para ser cambiada por rupias o vete a saber qué otra especie de moneda. Ya me he acostumbrado a que parezca que mi nieto se pasa todo el año en la playa tomando el sol, pero que viva tan lejos y sin ninguna garantía respecto a su educación no puedo aceptarlo. Además, Susy se moriría de tristeza sin tenerlo cerca de ella. Y la culpa es tuya porque la has mal acostumbrado dejándole ejercer el papel de madre mientras