El Protocolo. Robert Villesdin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Robert Villesdin
Издательство: Bookwire
Серия: Apostroph Narrativa
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412200539
Скачать книгу
pasa? —consiguió apenas balbucir.

      —Modesto, ¿te he despertado? —le contestó una voz difícil de reconocer a través de tan desconsiderado aparato.

      —¿Quién eres? —dijo, intentando ganar tiempo para ver si conseguía que su cerebro se pusiera efectivamente en marcha.

      —¿Ya no reconoces mi voz? Soy GR.

      —¿Ha pasado algo?

      —No, en absoluto; sólo quería comentar unas cosillas contigo.

      —¿A estas horas?

      —Bueno... no pensaba que ya estuvieras durmiendo.

      —¿A las cuatro de la madrugada?

      —Cualquier hora es buena para pasarlo bien.

      —Vale, vale. ¿De qué demonios quieres hablar? —transigió Modesto, procurando evitar profundizar en el tema de la diversión after hours.

      —Mira, no me gusta nada el cariz que está tomando la estrategia de Ton en relación al negocio inmobiliario; pienso que si no le paramos los pies, puede acabar arruinando a toda la familia.

      —¿Esta noche?

      —No seas burro —contestó, intentando sonar simpático.

      —Solamente quería saber si podía contar contigo para evitar una catástrofe.

      —Tú sabes que yo siempre intento hacer lo mejor para tus padres y para la familia —.El jurista trató de escabullirse mediante un regate en corto.

      —¡Pues ahora tienes una gran oportunidad! —se la devolvió ladinamente GR.

      —Bueno... mañana hablamos.

      —Muy bien. Por cierto... Si-por-ca-sua-lidad vieras a mi hermana, dile que mañana a primera hora me gustaría tener una pequeña conversación con ella.

      Modesto colgó el teléfono intrigado por saber cómo podía GR haberse enterado de que estaba con su hermana y rabioso de pensar lo divertido que debía parecerle... ¡Y encima pretendía utilizarlo para que accediera a colaborar en sus turbios manejos contra su hermano menor!

      Le costó lo indecible volver a conciliar el sueño y, cuanto más le daba vueltas al asunto, más furioso se sentía. El hecho de no estar acostumbrado a dormir con alguien pegado a su cuerpo le producía una sensación de asfixia que no le ayudaba en absoluto a calmarse.

      De pronto, cayó en la cuenta de que el extraño animal lapa que le acompañaba no debía ser ajeno a todo aquel montaje. Así que, se levantó, se fue a la cocina a preparar dos zumos de naranja, contó varias veces hasta cien y se dispuso a despertar a Lucy con el objeto de averiguar hasta qué punto estaba involucrada en aquella conspiración.

      Cuando entró con los zumos en la habitación se la encontró medio despierta, con el pelo revuelto y acodada en la almohada. Tenía un aspecto menos sofisticado que en la cena de la noche anterior, pero mucho más salvaje y, en cierto modo, perturbador.

      El aire viciado de la habitación no ayudaba precisamente a tener pensamientos fraternales.

      —¿Sabes que roncas? —le soltó ella como saludo.

      —Entre otras virtudes —contestó Modesto, sin saber muy bien por qué; —privilegios de soltero.

      —No, si a mí no me molesta, peores eran los ruidos de la calle donde vivía en Nueva York.

      —Bueno, me gustaría saber cómo has caído dentro de mi cama.

      —Ya te conté; me sentía muy sola y, además, algo borracha.

      Entonces Modesto recordó la escena con que se encontró la noche anterior al llegar a su casa: Lucy estaba tomándose un gin-tonic sentada en la taza del váter, con las bragas por los tobillos y llorando a moco tendido. En conjunto, un patético espectáculo pero que, para su etílica vergüenza, le excitó.

      —¿Qué haces aquí? ¿Te ha ocurrido algo?

      Lucy se puso a llorar todavía con más intensidad, mientras el gin-tonic le caía chorreando por la parte interior del muslo de una de sus bien torneadas piernas.

      —No lo sé. ¡Me encontraba muy sola!

      —¿Quieres que te acompañe a casa?

      —No, no me gustaría que nadie me viera en estas condiciones

      —respondió entre sollozos.

      —¿Entonces?

      —¿Dejarás que me quede a dormir aquí esta noche? —imploró ella desesperada.

      —Preferiría que no. ¿Qué pensará tu familia si se entera?

      —Total, les importo un bledo; nunca se han preocupado de mí.

      ¿Puedo dormir en tu habitación de invitados? No te ocasionaré ninguna molestia.

      —Bien; te dejaré un pijama mío. ¿Puedo hacer algo más por ti?

      —Sí, por favor. ¿Podrías darme un beso de buenas noches y un abrazo? Los necesito para dormir.

      Modesto procedió a satisfacerla y se fue a descansar a su habitación. Cuando empezaba a adormilarse, oyó que se abría la puerta y entraba Lucy, deslizándose subrepticiamente dentro de su cama mientras le decía sosegadamente «no te preocupes por mí, solamente necesito algo de compañía», lo que provocó que el propietario de la cama no pudiese casi dormir en toda la noche.

      —Ha llamado tu hermano.

      —¿GR?

      —¡Quién iba a ser!

      —No le habrás dicho que estaba aquí contigo.

      —Oye, ¿a qué juegas? ¿Te ha enviado él?

      —¿Insinúas que soy una puta?

      —Yo no he dicho eso; ni tú has contestado a mi pregunta.

      —¡Es evidente que no! De todas formas, si quieres te hago un servicio y así te quedas más tranquilo —balbució mientras arrancaba, otra vez, a gimotear.

      Modesto se volvió a tender en la cama y Lucy, inesperadamente, se arrebujó contra su cuerpo sin decir ni una palabra más.

      A la mañana siguiente, Modesto se levantó, se duchó y mientras estaba afeitándose apareció ella, con el pijama arrugado, todavía más despeinada, con más ojeras y, si ello fuera posible, más arrebatadoramente excitante. Sin decir palabra se sentó en el inodoro e hizo pis con total despreocupación, mientras arrancaba lo que, inicialmente, pareció una conversación intrascendente.

      —¿Conseguiste dormir algo?

      —Muy poco.

      —Lo siento; ha sido culpa mía.

      —No te preocupes, no ha sido tan horrible.

      —Pensarás que soy una tonta.

      —No es eso.

      —¡Lo de hacerte un servicio iba en serio!

      Vaya... ¡Lo que me faltaba!, pensó Modesto, debatiéndose entre el deseo y la inoportunidad de aprovecharse sexualmente de las horas bajas de la hija de su principal cliente. Si no fuera por la confianza que sus padres tenían depositada en él, probablemente se hubiera lanzado sin decoro a seguir las proposiciones de su involuntaria invitada.

      —Además, todavía está en vigor.

      —Lucy... dúchate y vete a casa. Ya hablaremos de esto en otro momento.

      —Me marcho, aunque... no sabes lo que te pierdes; tengo habilidades que te sorprenderían.

      —Vete, por favor.

      —Solo si seguimos siendo amigos.

      —Vale, pero debes irte a tu casa.

      El testamento

      Transcurridos