Como estos datos demuestran, aunque Iquique también recibía mujeres provenientes del sur peruano, es en Arica donde se conformaba una migración predominantemente sureña, originaria de los departamentos de Tacna y Puno. Estos territorios sufren procesos de marginalidad interna en Perú, mayormente asociados con la estigmatización étnica de su población, relevantemente compuesta por indígenas aymara.
Según Vich (2010: 158), Benza (2005: 195-196) y Méndez (1995: 15-16), la construcción de la identidad nacional en Perú yuxtapuso una asimetría jerárquica entre las identidades indígenas internas y los simbolismos atribuidos al territorio. La ideología que glorifica el pasado incaico de la nación eleva la etnicidad quechua a un estatus superior al atribuido a otros grupos. Consecuentemente, los territorios supuestamente originarios o emblemáticos de Estado Incaico (la costa y la sierra norte) adquieren un lugar privilegiado en los imaginarios nacionales, mientras la selva y la sierra del sur (asociadas a otros colectivos étnicos) se marginan25. La sierra sur será especialmente renegada dada su asociación a los aymara, que se enuncian como inferiores y subordinados en el Imperio Incaico, parte de aquello que fue el último territorio conquistado26.
Así, los resultados de nuestra encuesta nos añaden unos contornos particulares con relación a la “etnificación” de las mujeres fronterizas: en Valparaíso, 7 % de las migrantes se adscribía a una identidad indígena; en Santiago 12 % y, en Iquique, 29 %. En Arica, este porcentaje alcanzaba el 54 % (41 % se declaraba aymara). Así, recordando una vez más la historia de Rafaela con la que abrimos este libro, el hecho de que muchas de las migrantes de Arica fueran aymara nos informa sobre el tipo de fronteras identitarias que ellas han debido cruzar dentro de su propio país. Nos informa, a la par, que las migrantes peruanas “en Chile” eran predominantemente indígenas en por lo menos una parte del país, dato que contradecía las afirmaciones reiteradas por los estudios realizados en Santiago (que, generalmente, retrataban a las peruanas en el país como no-indígenas).
Al mismo tiempo, en Arica, las peruanas estaban expuestas a condiciones de mayor vulneración documental e institucional que sus connacionales en Iquique, Valparaíso y Santiago. Eran interrogadas por la policía en el control aduanero o fronterizo y en el espacio urbano (en calles y plazas) con increíble frecuencia. En los relatos sobre los cruces de la frontera chileno-peruana en Arica, abundaban narraciones sobre los excesos policiales. Abusos más intensos también fueron relatados (y presenciados por nosotros) sobre el trato recibido por otras instituciones del Estado: en los servicios públicos de salud, escuelas y oficinas que otorgan las visas y permisos de residencia. Asimismo, sus ocupaciones laborales eran más precarias: con más horas diarias (entre 12 y 16 horas), con un sueldo inferior al que obtenían las migrantes en las demás ciudades (comparándose los mismos nichos laborales), y con tratos marcadamente deshumanos y discriminatorios27. Tratos racistas, xenófobos o misóginos por parte de los empleadores fueron relatados por casi todas nuestras entrevistadas en Arica y fueron también observados por nosotros en terreno (Guizardi, Valdebenito et al., 2015: 245).
Con todo, este cuadro de excesos violentos que diferenciaba la zona de frontera de las demás ciudades del estudio retrocedía, en los relatos de las mujeres peruanas, a momentos constitutivos de su vida. La violencia cruzaba contradictoriamente los límites entre aquí y allá, entre público y privado, entre aliados y enemigos, narrándose como una experiencia transversal, vivida de los dos lados de la frontera. Este cuadro desvió nuestra atención al tema central del libro: la relación entre las violencias de género y la constitución de la agencia de las migrantes que se enfrentan a las imposiciones del patriarcado en las fronteras de los Estados-nación.
Se puede decir, entonces, que estos resultados abrieron los caminos que nos “llevaron a la frontera”. Pero la constatación de esta excepcionalidad fronteriza, si bien confirmada con la finalización del proyecto, ya nos había impactado desde el primer año de ejecución de la investigación. La etnografía y las entrevistas con las mujeres en Arica nos dieron señales claras de la excepcionalidad y gravedad de la situación femenina peruana en la ciudad; y esto nos hizo dirigir los dos años finales del proyecto hacia una profundización etnográfica del estudio de caso en la frontera chileno-peruana. El presente libro es el resultado de este esfuerzo.
Con todo, antes de invitarles a conocer el escenario de la migración femenina peruana en Arica –tarea que desarrollaremos del Capítulo IV en adelante–, es necesario situar, conforme prometimos en la introducción, algunos debates teóricos que nos han servido como puntos de partida desde los cuales diseñamos nuestra mirada etnográfica. El capítulo que sigue se dedica justamente a estas discusiones.
1 Los debates del presente capítulo fueron publicados, en versiones previas, en Guizardi, Nazal et al. (2017) y Guizardi (2016b).
2 Haciendo eco a otras de las reflexiones de Becker (1999), la omisión narrativa de los procesos metodológicos conlleva a una enajenación curiosa que, en muchos casos, genera una imagen de la investigación en la que se omiten los errores, equivocaciones y el papel de las casualidades en la consecución de hallazgos importantes. En general, esta omisión provoca también una imagen de los investigadores como profesionales capaces de controlar todo su experimento y toda su experiencia, lo que retira de la investigación su carácter más humano, más situacional y, por lo mismo, más histórico (Guizardi, 2017: 55). Nuestra insistencia por explicitar la construcción metodológica –a contracorriente de lo que normalmente desean los editores– no deviene de un capricho ingenuo: es parte de nuestra perspectiva antropológica crítica y del esfuerzo por historizar la investigación, narrándola vinculada a su propia procesualidad.
3 El estudio en cuestión fue dirigido por Alejandro Garcés (Universidad Católica del Norte, Chile) entre 2011 y 2014 con financiamiento de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile (Conicyt) a través del Proyecto Fondecyt 11110246, “Etnicidad y procesos translocales en espacios de frontera: migraciones internacionales en el norte de Chile”.
4 Cabe mencionar que Chile ha contado con un mayor porcentaje de migrantes internacionales en otros momentos históricos. Por ejemplo, 1907 año en que el país presentó un 4,2 % de migrantes sobre el total de sus habitantes (Martínez, 2005; Gavilán y Tapia, 2006; Guizardi, 2016a).
5 Sobre esto, véase Grimson y Guizardi (2015).
6 Esta tendencia se expresa, más usualmente, a través de tres variables: 1) ignorar o menospreciar la importancia del nacionalismo en las sociedades modernas, 2) naturalizar o dar por sentado las fronteras del Estado, y 3) confinar el estudio de los procesos sociales a las fronteras político-geográficas de un Estado particular (Levitt y Glick-Schiller, 2004: 65).
7 El tipo “ideal” o “puro” constituía, para Weber (2006), un instrumento analítico a partir del cual establecer regularidades medibles y comparables en los procesos históricos o en las relaciones sociales. Según el autor, se trata de un recurso metodológico analítico sin paragón en la realidad. La producción de este recurso debiera darse o bien a través de la condensación de características diversas y difusas de un actor o fenómeno social en un solo elemento; o bien a través de la exacerbación de un aspecto específico de estos actores o fenómenos.
8 De hecho, en los territorios más septentrionales del país, en las regiones de Tarapacá, Arica y Parinacota y Antofagasta, los migrantes llegaban a constituir en 2015, respectivamente, 7,4 %, 5,8 % y 4,6 % del total poblacional, los porcentajes más altos de todo el país (Rojas-Pedemonte y Silva-Dittborn, 2016: 12-13).