Los primeros pasos de la empresa no fueron favorables. Por una parte, las interrupciones de las comunicaciones eran “en extremo frecuentes y con gran perjuicio público”, según lo denunciara un bando del Ministro del Interior de 23 de febrero de 1853, debido a la rotura de postes y alambres, sea por incuria o en forma deliberada, y las amenazas de castigos y pago de indemnizaciones allí establecidas no parecen haber surtido efecto768. Por la otra, el manejo de las tarifas fue desacertado. Estas fueron fijadas originalmente en un mínimo de 25 centavos por 10 palabras, pero al poco tiempo aumentó el cobro a 40 centavos por 12 palabras, lo que redujo la demanda. Por lo demás, el alza de tarifas no redundó en una mejoría del servicio. Ante la perspectiva del fracaso de la empresa, en noviembre de 1852 el Estado le otorgó un subsidio de dos mil pesos mensuales. Sin embargo, esta ayuda no la salvó de la insolvencia y en diciembre de 1853 se vio obligada a arrendar la línea a José Aguayo en la suma de mil 500 pesos al año.
Este último no logró resolver la situación del telégrafo. En abril de 1855 devolvió la línea a sus dueños, quienes, a su vez, la vendieron por tres mil 200 pesos a los hermanos Narciso y Ponciano Dávila. Ambos, con la asesoría de un experto del gobierno, renovaron los equipos e instalaciones antes de reanudar las comunicaciones en agosto de ese año. Los esfuerzos para mejorar el servicio, que incluyó la apertura de una oficina en Casablanca, se tradujeron en un aumento del tráfico y en los mayores ingresos consiguientes, a lo que se sumó el subsidio estatal aumentado a tres mil pesos anuales, que se mantuvo por lo menos hasta 1862. Este ya no existía en 1865, cuando se inauguró otra línea de dos hilos que iba paralela al ferrocarril de Valparaíso a Santiago769.
Ante el fracaso de la Compañía del Telégrafo Eléctrico y la consiguiente falta de confianza del público por empresas similares, el Estado estimó necesario abordar la construcción de las restantes líneas contempladas en la concesión inicial. Desde 1853 se contrataron técnicos en Europa y se adquirió equipo en Francia por intermedio del representante de Chile en ese país, Manuel Blanco Encalada. Sin embargo, por diversas razones, las obras se retrasaron y solo se iniciaron en 1856, de manera que el telégrafo hasta Talca entró en funcionamiento en octubre de 1858. Las estimaciones de entradas y gastos solicitadas por el ejecutivo arrojaban un déficit operacional superior a los 12 mil pesos anuales. En estas circunstancias, en junio de 1859 el gobierno resolvió entregar las líneas a los hermanos Dávila, que operaban el telégrafo de Valparaíso, por un plazo de tres años, mediando un subsidio de 13 mil pesos. Después de expirar dicho acuerdo, se suscribió un nuevo contrato de arriendo del telégrafo en julio de 1862 con Alexander Klehmet, el técnico contratado en Inglaterra, cuya oferta suponía un subsidio de solo siete mil 200 pesos al año. Este también arrendó la doble línea entre Valparaíso y Santiago vía Aconcagua en 1865770.
La guerra con España y la amenaza del bloqueo impulsó la construcción de los telégrafos hacia el norte y el sur. La línea de La Calera a La Serena fue completada en febrero de 1866, mientras que hacia el sur el servicio fue extendido hasta Concepción en junio de ese mismo año. A fines de 1868 entró en servicio una línea telegráfica fiscal entre Caldera y Copiapó, la que reemplazó a la anterior de propiedad del ferrocarril y que quedó tanto para uso público como para el servicio ferroviario. Para tender el tramo desde La Serena hasta Chañarcillo, que ya estaba conectado con Copiapó por el telégrafo del ferrocarril, se constituyó una compañía con capitales locales. Una vez pasado el peligro de la guerra y ante las magras expectativas del negocio, la mayoría de los accionistas de la empresa copiapina cedió sus acciones al gobierno, que adquirió las restantes y completó los trabajos en 1867. En ese año la línea troncal de telégrafos alcanzaba un total de mil 900 kilómetros entre Copiapó —o Caldera, si se quiere— y Concepción, la que había sido construida en su totalidad con capitales chilenos771.
La falta de tráfico no permitía financiar los gastos necesarios para brindar un servicio eficiente. La tala de los postes telegráficos para leña y otros actos de vandalismo obligaban a una costosa vigilancia y, pese a las disposiciones legales existentes, la protección efectiva era escasa o nula. Ante las consiguientes quejas por el mal servicio, el gobierno resolvió cancelar los contratos de arrendamiento en 1866 y tomar su administración directa, la que quedó a cargo de la Dirección General de Correos. En enero de 1872 el Reglamento General para la Administración de los Telégrafos del Estado separó a este servicio del correo, dependiendo directamente del gobierno a través del Ministerio del Interior772.
En la medida en que el telégrafo cobró aceptación y mejoró su servicio, aumentó el uso del mismo y se establecieron nuevas líneas privadas en competencia con las del Estado. Refiriéndose a esta situación, el director de Telégrafos recomendaba en su memoria para 1877 imitar la decisión del gobierno británico en 1869 y adquirir todas las líneas privadas tanto nacionales como internacionales773.
En cuanto a los telégrafos internacionales, todos los servicios habían sido establecidos por iniciativa privada. La primera línea comunicó a Chile con Argentina. Tenía su origen en la concesión obtenida del gobierno transandino por los hermanos Juan y Mateo Clark a favor de Clark y Cía. para tender una línea entre Valparaíso y Villa María (provincia de Córdoba), en octubre de 1869, al mismo tiempo que las autoridades rioplatenses disponían la creación de una línea desde Buenos Aires hasta dicha localidad. La concesión argentina garantizaba a la empresa un interés del ocho por ciento sobre el capital empleado en la línea y un tres por ciento de amortización774. Ya antes, los hermanos Clark habían solicitado una concesión semejante del gobierno de Chile, pero la propuesta se vio demorada en el Congreso, que fijó solamente una subvención anual de ocho mil pesos por nueve años, la que fue aprobada por ley de 3 de enero de 1871775.
Para llevar a cabo este proyecto se constituyó en Valparaíso el 1 de agosto de 1870 la sociedad Clark y Compañía, con un capital de 500 mil pesos776. Los costos de construcción superaron los presupuestos iniciales, debido en parte a los daños causados a las líneas por gauchos e indígenas. Esto obligó a reorganizar la sociedad, que pasó a denominarse Compañía del Telégrafo Transandino y que obtuvo nuevos capitales en Inglaterra y Argentina. La construcción empezó desde el lado argentino y fue inaugurada el 26 de julio de 1872 con un intercambio de mensajes entre los presidentes de ambos países. La tarifa entre las capitales fue fijada en 21 francos (alrededor de cuatro pesos y 30 centavos) por las primeras 10 palabras, y 13 francos y 10 centavos por las 10 siguientes777.
El servicio a Buenos Aires se extendía hasta Montevideo a través de la River Plate Telegraph Company. Aunque desde allí hasta Europa cualquier comunicación debía ir por barco de manera convencional, el sistema combinado permitía un ahorro de tiempo de 12 días. Sin embargo, esta situación duró poco. A mediados de 1874 se inauguraron las comunicaciones entre Europa y Sudamérica mediante un cable submarino que conectaba a Lisboa con Pernambuco en Brasil. Mediante acuerdos de retransmisiones entre las diferentes compañías telegráficas interesadas, los telegramas desde Europa llegaban a las diversas ciudades de ese país, a Montevideo y desde allí a Argentina y Chile778. Esto significaba que las comunicaciones telegráficas entre Sudamérica y Norteamérica se realizaban a través de Europa.
En la costa del Pacífico hubo diversos intentos por parte del gobierno peruano y de compañías europeas para tender un cable submarino desde el Callao hasta Panamá durante la primera mitad del decenio de 1870, los que no llegaron a hacerse realidad. Una de las compañías participantes en estas negociaciones fue la India Rubber, Gutta Percha and Telegraph Company de Gran Bretaña. Aunque no había logrado obtener la concesión hasta Panamá, esta sociedad buscó establecer un cable submarino que uniera al Perú con los puertos del sur hasta Chile. A mediados de diciembre de 1873 su representante Charles Scott Stokes obtuvo del gobierno de Lima el permiso respectivo, incluyendo el derecho de tender una línea terrestre desde Lima al Callao779. El eje del negocio, que explica la buena acogida del gobierno peruano al proyecto,