Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Pedro Cayuqueo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789563247879
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espectáculo incluye una serie de pruebas ecuestres propias de nuestra caballería, con jinetes vestidos y armados con lanzas, a la usanza de aquella época.

      Otro ejemplo lo constituye la doma india, método de amanse de caballos basado en la cultura ecuestre de los mapuche de la pampa trasandina.

      Popular hasta nuestros días entre los gauchos, destaca por lograr un fuerte vínculo de confianza y lealtad con el animal al respetar el domador su personalidad, carácter e imitar su lenguaje corporal. Se trata de un método único entre los pueblos originarios de América y sin influencia foránea conocida.

      La importancia del caballo llevó incluso a algunos estudiosos argentinos de comienzos del siglo XX a plantear la existencia en las pampas de un complejo ecuestre, similar al observado en las tribus de las llanuras norteamericanas.

      Si bien sobre ello no existe consenso académico, resultan innegables las transformaciones que la introducción del caballo produjo en la cultura e identidad de nuestro pueblo: en la vestimenta (aparición de la bota de potro y la chiripa), en el armamento (adopción de la lanza y boleadoras, en detrimento del arco y la flecha), en el comercio (arreo y crianza de animales, desarrollo de la orfebrería ecuestre, la cacería), en el transporte (los viajeros-nampulkafe, la vida en las tolderías de cuero), en la estructura social (surgimiento de castas de guerreros y de hombres ricos, ülmen) y, por supuesto, en la cosmovisión (ritos religiosos y funerarios).

      Tal es parte del rico legado de nuestra cultura ecuestre, desconocido hoy para tantos y que por largos siglos fue pieza clave de un poderío económico y militar sorprendente.

      Los caballos y sus acrobáticos jinetes. Y junto a ellos siempre el waiki, la temida lanza de coligüe (Chusquea culeou) o quila (Chusquea quila) de tres metros, endurecida al humo por más de un año. La lanza era un arma que los weichafe operaban con la destreza de un arte marcial. De allí tal vez el desprecio cultural que sentían por las armas de fuego utilizadas por los winka.

      Orgullosos, altaneros y fieros, para ellos la bravura y el honor se demostraba en el combate cuerpo a cuerpo, no en el traicionero disparo a distancia. Era allí, sobre el campo de batalla, donde se probaba la real valentía de un combatiente.

      “Compenetrados en esta idea, reprochan a los chilenos el uso del fusil diciendo que un arma que mata a distancia es buena solo para hombres cobardes y sin honor; no pocos jefes araucanos han provocado con fiereza en armas iguales a los jefes militares chilenos, mostrando una valentía digna de los tiempos heroicos”, relata Gay en su obra ya citada.

      Era la vieja escuela militar mapuche, aquella que llevó al mismísimo Pedro de Valdivia a escribir en 1550 que “ha treinta años que sirvo a Vuestra Majestad y he peleado contra muchas naciones, nunca tal tesón de gente he visto jamás en el pelear”.

      Pero aquella legendaria tradición guerrera hacía mediados del siglo XIX tenía sus días contados. Pasa que la guerra en el mundo estaba cambiando, fruto principalmente de los grandes avances tecnológicos en las armas de fuego.

      Modernos cañones, fusiles con más de kilómetro y medio de alcance, devastadoras ametralladoras y, por si no bastara, los populares y temidos Winchester y Remington del Ejército de los Estados Unidos, las armas que derrotaron a las tribus de las grandes llanuras en las Indian Wars de Norteamérica.

      El equipamiento militar es un aspecto muy poco estudiado a la hora de analizar nuestras propias Guerras Indias del siglo XIX. Lo mismo su implicancia en la derrota mapuche frente a los bien equipados batallones chilenos y argentinos.

      Lo adelantaba en el prólogo: resulta curioso constatar que no existen mayores estudios respecto de esta guerra, solo menciones al pasar de tal o cual armamento en servicio. Es a todas luces una guerra oculta, secreta, tal vez por la vergüenza que provoca.

      En cambio, todo sabemos de la Guerra del Pacífico. ¡Si hasta desfilamos siendo niños en su honor!

      En lo referido a la tecnología militar hay hitos que son claves. Uno de ellos fue la aparición en 1830 del fusil de percusión y su temprana incorporación a los ejércitos chileno y argentino. Este fusil redujo a un mínimo el fallo en los tiros a corta distancia, incluso en las adversas condiciones climáticas que caracterizan el sur del Biobío.

      En la misma década aparecen los primeros fusiles de cerrojo con cargador interno y de los cuales el más famoso llegaría a ser el alemán Mauser 98. Hasta nuestros días los fusiles de cerrojo son las armas favoritas de los francotiradores militares alrededor del mundo.

      A mediados del siglo XIX, la introducción de la bala y el cañón rayado o estriado, perfeccionado en 1849 por el capitán francés Claude-Étienne Minié, resultó una verdadera revolución en los ejércitos de Europa, Norteamérica y Asia; aumentó hasta en quinientos metros la precisión de los disparos.

      El fusil Minié, como fue llamado en honor al oficial francés, resultaría clave en la Guerra Civil de Estados Unidos y sobre todo en la Guerra Boshin de Japón, aquella que marcó el fin de su viejo orden feudal. Su llegada a Chile se produjo el año 1866 y de inmediato pasó a formar parte del arsenal del ejército de Frontera comandado por Cornelio Saavedra.

      El militar se aprestaba por entonces a fundar su línea de ocho fuertes sobre el río Malleco: Cancura, Huequén, Lolenco, Chiguaihue, Mariluán, Collipulli, Peralco y Curaco. Estos abarcaban desde el primer cordón de los Andes a la cordillera de Nahuelbuta en la costa. Un verdadero “cerco” de cañones y fusiles sobre los mapuche de la actual provincia de Malleco.

      Estanislao del Canto, general chileno, héroe de la revolución de 1891 y que prestó servicios junto a Saavedra siendo un joven oficial, relata en su libro Memorias militares la llegada de los fusiles Minié a la Frontera.

      A mediados del mes de diciembre de 1866 habían llegado por tierra a Talcahuano los nuevos fusiles franceses, llamados Carabina Minié, para reemplazar al fusil de pistón y de ánima lisa que hasta entonces teníamos. Como los fusiles llegaron primero a Concepción donde yo me encontraba destacado, tuve ocasión de examinar dicha carabina que era rayada y con bayoneta o sable, y aún hacer con ella algunos disparos […] resultó que el fusil era magnífico, un arma inmejorable (Del Canto, 2004:25).

      Del Canto no tardaría en pasar de las prácticas de tiro a las incursiones con su fusil al interior del territorio mapuche.

      Un episodio en particular quedaría grabado en su memoria. Aconteció en 1867 y tuvo como protagonista a su batallón, el Séptimo de Línea, acuartelado en Angol y encargado de enviar divisiones armadas para subyugar a los mapuche rebeldes. Lo cuenta también en su libro, en detalle:

      El 15 de julio de 1867 hicimos una internación que duró cuatro días por las orillas del río Huequén. La división tenía por objeto reducir al cacique Huechún que era el osado que venía hasta cerca de Angol y cometía las mayores depravaciones. Acompañaba a la división el señor Manuel Bunster y varios otros. Íbamos en grupos de seis a ocho personas cuando llegamos a la casa del cacique y notamos que los moradores huían y trataban de internarse a un pequeño bosque. Entonces el señor Bunster me dijo: “Vamos a ver. Ayudante Canto, cace aquel indio”. Yo me desmonté y le dije que era preciso pegarle en la cabeza y disparado el tiro cayó en el acto. Corrimos hacia él y cuando llegamos notamos que seis u ocho mujeres y una cantidad de niños estaban rodeando al cacique y lloraban amargamente. El cuadro me fue muy enternecedor porque yo había causado aquella verdadera desgracia. Como se tenía la orden de llevar prisioneros, hombres, mujeres y niños, me dirigí al señor comandante para suplicarle dejara libre a esa gente y tuvo a bien acceder a mi petición (Del Canto, 2004:26).

      Catorce años estuvo el oficial en la Frontera, participando bajo el mando de Saavedra y más tarde del general José Manuel Pinto de campañas que no duda en calificar de “inhumanas y rudas”, evocando los días en que partían al interior de las selvas y reductos mapuche mientras sus jefes les daban fósforos a soldados y oficiales, obligándolos a prender fuego a las rucas, a los