Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Pedro Cayuqueo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789563247879
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en 1877, mismo camino habían tomado los últimos guerreros samurái liderados por el legendario Saigo Takamori al enfrentarse en Shiroyama al moderno ejército imperial japonés; fueron masacrados con ráfagas de ametralladoras Gatling y eficientes cañones Krupp de montaña.

      En Takamori se inspira el personaje de Katsumoto Moritsugu, protagonista central de El último samurái (2003), película de Warner Bros. Pictures que relata la histórica rebelión de Satsuma y que tiene a un soberbio Ken Watanabe en el rol principal.

      En el exitoso filme, el capitán estadounidense Nathan Algren, personaje que interpreta Tom Cruise y que es un atormentado veterano de las Guerras Indias del oeste, viaja a Japón para entrenar al ejército imperial y hacer frente a la insurrección que algunos nobles llevan a cabo contra una revolución cultural que —advierten al emperador— amenaza las tradiciones niponas.

      Tras una batalla inicial, las tropas de Algren son derrotadas y él cae prisionero del líder rebelde, Katsumoto, un prestigioso samurái que también desea aprender las tácticas de la guerra moderna. Tiempo más tarde, después de que Algren aprende a su vez las técnicas samurái y se une a sus captores, llegará la batalla final contra el ejército del emperador, que es en definitiva quien triunfa.

      Sin embargo, los samuráis alcanzan la gloria muriendo en una carga imposible y su propio líder se hace el seppuku, el ritual de suicidio por desentrañamiento, provocando tal admiración que sus adversarios le rinden honores en el propio campo de batalla.

      Aquel fue, en clave hollywoodesca, el rito final de aquella otra honorable casta de guerreros tradicionales.

      ¿Pudo ser diferente el desenlace de la guerra en Wallmapu? Orélie Antoine de Tounens, el abogado y espía francés retratado como un “demente” por la historiografía chilena y argentina, fue a mi juicio la gran oportunidad perdida por los mapuche.

      Lo cuento en extenso en el tomo I de esta trilogía: su arribo a Wallmapu desde Buenos Aires, la alianza política que establece con los toqui Kilapán y Calfucura, su monarquía constitucional y, lo principal, el compromiso de pertrechos y asistencia militar por parte de Francia “para que mantengáis vuestra independencia y libertad”, como había prometido.

      No se trata de un juicio apresurado. Lo comparte, entre otros, el investigador Francisco J. Montory, un estudioso de la historia de la provincia de Arauco y en los ochenta un activo colaborador del boletín del Museo Mapuche de Cañete.

      Quilapán pretendía formar un ejército de a lo menos ocho mil hombres dotado de caballería, infantería y artillería. No solo estarían armados de lanzas, cuchillos y macanas, sino que además el “rey” Orélie le había prometido modernos fusiles de repetición de origen francés, artillería liviana e incluso soldados de esa nacionalidad. Con tal poderío bélico, Quilapán y Orélie, con sus fuerzas franco-mapuche hubieran podido fácilmente aniquilar a las fuerzas chilenas y expulsarlos lejos de los límites históricos de la Araucanía (Montory, 1989:17).

      No es ningún secreto. Por aquellos años Francia e Inglaterra se hallaban enfrascadas en una lucha por extender sus dominios coloniales a escala global. Francia desde el siglo XVII había fijado su mirada en la Patagonia y el estrecho de Magallanes. En el puerto de La Rochelle habría de nacer para ello la Real Compañía del Mar del Sur, de la que era accionista el mismísimo rey de Francia, Luis XIV.

      En junio de 1695 cinco de sus barcos zarparían con rumbo austral para fundar en el estrecho una colonia al amparo del pabellón francés. Y, si bien la expedición fracasó, el interés se mantuvo intacto.

      Solo queda agregar que entre 1695 y 1749 al menos 175 barcos registrados en Francia salieron para los mares del sur con el objetivo de explorar tierras para futuras colonias y contrabandear productos. Varias de estas expediciones tuvieron contacto con los mapuche.

      Fue el caso del navegante y científico francés Amédée-François Frézier, quien estuvo en América del Sur entre 1712 y 1714 estudiando —académicamente, en teoría— las fortificaciones españolas del Virreinato del Perú. Lo cierto es que se trató de una labor de espionaje militar con vistas a intentar encauzar las riquezas americanas hacia la corte de Versalles.

      Frézier recorrió sobre todo las costas del Pacífico desde Magallanes al Callao, redactando un completo informe que incluía mapas de los puertos, fortificaciones, depósitos de munición, recuento de piezas artilleras e incluso estimaciones de los soldados hispanos en cada sitio. Su viaje incluyó la bahía de Concepción y también los fuertes de Valdivia, las fronteras norte y sur entre la Corona española y el Wallmapu occidental.

      En 1716, dos años después de su viaje, Frézier publicó en París el libro Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile i el Perú. Fue un éxito editorial, con reediciones en inglés, alemán y holandés, algo bastante inusual en esa época.

      Cinco años más tarde el propio Luis XIV lo eligió para un nuevo viaje a América, esta vez a La Española (Haití). Allí tendría la misión de construir una serie de fuertes siguiendo el modelo español que observó en los mares del sur.

      Pero en su libro Frézier no solo habla de puertos, mapas y fortificaciones. De su paso por la bahía de Concepción incluyó una extensa y detallada descripción de los mapuche, sus costumbres, territorio y estatus independiente respecto del reino de Chile.

      Estos indios no tienen reyes ni soberanos que les prescriban leyes; cada cacique, así le llaman los españoles, es enteramente independiente y dueño absoluto de su dominio [...] Aunque nos parezcan salvajes saben muy bien ponerse de acuerdo respecto de sus intereses comunes. Por esta buena conducta y heroísmo han impedido en otro tiempo al Inca del Perú que entrara en sus dominios y han detenido las conquistas españolas, llegados solo hasta la orilla del Bio-Bio y las montañas de la cordillera (Frézier, 1902:23-26).

      El libro, que incluye catorce láminas y veintitrés mapas y planos, cuenta además con bellas ilustraciones del juego de palín —chueca, le llama— y de las vestimentas mapuche. Pero no solo a ello prestó atención en Wallmapu, sino también a las frutillas.

      “Los indios cultivan campos enteros de fresas; sus frutos son comúnmente del porte de una nuez y a veces como un huevo de gallina. Su color es rojo blanquecino”, apunta en su libro.

      Hoy pocos saben que la actual fresa que se consume mayormente en el mundo, la Fragaria annanasa, es mitad originaria de este rincón del planeta. Así es: nació del cruce experimental de la Fragaria virginiana del este de Norteamérica y la Fragaria chiloensis, la misma que sorprendió al francés en su paso por Wallmapu.

      En 1614 el jesuita español Alonso de Ovalle conoció esta fruta blanca (llaweñ) y roja (kelleñ), perfumada y dulce, que los mapuche cultivaban en jardines y campos y que por su gran tamaño superaba a la fresa de Virginia y también a la europea, esta última no más grande que una frambuesa.

      Ovalle la bautizó como Fragaria chiloensis y así lo cuenta en su clásico libro Histórica relación del Reyno de Chile (1646).

      Pero un siglo más tarde, en 1714, sería el galo Frézier el primero en llevar con éxito estas frutillas mapuche a Europa, entregando cinco plantas al Jardín Real para su análisis y cultivo. Es más, su propio apellido derivaría de fraise, la palabra francesa para frutilla (fresa) que el tiempo deformó en Frézier.

      Las obras de navegantes y exploradores como Amédée-François Frézier fueron ampliamente divulgadas en Francia y ejercieron gran influencia en la monarquía. También en sus afanes expansionistas, especialmente hacia Oceanía y África.

      Francia, en la primera mitad del siglo XIX, incorporó Las Marquesas y Tahití, así como también colonias en Argel, Costa de Marfil, Gabón y Guinea. Pero Inglaterra, su gran adversario colonial, se había instalado en 1833 en pleno Atlántico sur, en las islas Malvinas.

      ¿Es