[12] Para un análisis más amplio, cfr. H. M. Blalock, Causal Inferences in Non-experimental Research, Chapell Hill, The University of North Carolina Press, 1964, pp. 38 y 42 ss.
[13] Cfr. infra.
[14] La bibliografía sobre medidas de influencia y poder es muy amplia. Cfr., entre otros: L. S. Shapley y M. Shubik, “A Method for Evaluating the Distribution of Power in a Committee System”, American Political Science Review, vol. 48 (1954), pp. 787-792; J. G. March, “An Introduction to the Theory and Measurement of Influence”, American Political Science Review, vol. 49 (1955), pp. 431-451; D. Cartwright, “A Field Theoretical Conception of Power”, en D. Cartwright (ed.), Studies in Social Power, Ann Arbor, Institute for Socail Itxsearch, 1959, pp. 183-220; G. Karlson, “Some Aspects of Power in Small Groups”, en J. H. Criswell, H. Solomon y P. Suppes (eds.), Mathematical Methods in Small Groups Processes, Stanford, 1962, pp. 193-202; Robert A. Dahl, “The Concept of Power”, Behavioral Science, vol. 2 (1957), pp. 201-215; J. G. March, “The Power of Power”, en D. Easton (ed.), Varieties of Political Theory, Englewood Cliffs, N. J., Prentice Hall, 1966, pp. 39-70.
[15] Cfr. J. Baillie, The Belief in Progress, Londres, Oxford University Press, 1950, y K. Löwith, Meaning in History, Chicago, The University Press, 1955.
[16] Sobre la historia de la idea de “explotación”, cfr. L. L. Lorwin, “Exploitation”, Encyclopedia of the Social Sciences, Nueva York, MacMillan, 1957.
[17] K. Marx, op. cit., t. III, p. 574 (salvo especificado, edición 1964).
[18] K. Marx, El capital, t. III, vol. II, México, Fondo de Cultura Económica, 1947, p. 917.
[19] Lenin, “Ce que sont les ‘amis du peuple’ et comment ils luttent contre les social démocrates”, en Oeuvres choisies, Moscú, 1948.
[20] Ibid., p. 141.
[21] Reconocida la relación de explotación, aparecen históricamente articuladas a ella las relaciones del poder, sus represiones y mediaciones. Éste es un fenómeno muy importante, consustancial a las relaciones de explotación y a sus interacciones con otras relaciones. Vid., P. González Casanova, Las nuevas ciencias y las humanidades. De la Academia a la Política, Barcelona, Anthropos, 2004.
La explotación global[1]
Muchos son los que hablan de la desigualdad. Algunos incluso son muy conservadores; pero pocos son los que hablan de la explotación. La enorme diferencia entre esos dos conceptos pasa por lo general inadvertida. Corresponde al secreto más temido por la especie humana. Se encuentra entre los tabúes internalizados por las comunidades de científicos sociales. La desigualdad ayuda a ocultar la explotación. Permite actitudes humanitarias y justicieras a las que difícilmente se oponen las mentes más conservadoras, o a las que sólo pueden oponerse con argumentos que privilegian la libertad sobre la igualdad y que hacen ver con razones “responsables” los inconvenientes de un mundo igualitario. El caso más reciente y brillante de una defensa de la libertad contra la igualdad es el de Dahrendorf. Los enemigos de la igualdad no tienen que oponerse a un ideal que ataca a la relación social predominante: el de un mundo con explotación. Se oponen a un fenómeno que incluso se identifica con las diferencias de la naturaleza y la sociedad y que hoy a los posmodernistas radicales los lleva a aclarar: “Somos partidarios de las diferencias, no de las desigualdades”. Frente a las desventajas de la explotación, la desigualdad aparece precisamente como un fenómeno natural y social, cultural y religioso que puede legitimar al mundo realmente existente. La explotación difícilmente se puede usar con ese propósito. Cualquier intento por justificar la explotación terminará por negar su existencia o por darle una importancia muy secundaria.
Definir la explotación implica, en primer término, reconocer su existencia. En segundo, reconocer su orden de magnitud. El que éste adquiera hoy características globales nos obliga a precisar lo que entendemos por global. El término ha sido vagamente definido y usado con un sentido polisémico. Aquí no sólo lo identificamos con el proceso de mundialización (Samir Amin) o con la evolución más reciente de la “economía-mundo capitalista” (Immanuel Wallerstein), sino con el creciente predominio de organizaciones que se articulan en estructuraciones de carácter mundial o global y que afectan la vida del conjunto de la especie humana y de la naturaleza (Elmar Altvater). El que esas organizaciones y estructuraciones correspondan a sistemas autorregulados es un hecho de la mayor importancia, dado el enorme peso que tienen en el conjunto del sistema-mundo. El que su notable eficacia se haya incrementado en grados que no tienen precedente en la historia humana ni como adaptabilidad ni como precisión ni como alcance, ni como capacidad creadora de políticas macroestructurales y megasistémicas, en nada o poco ha quitado a la relación social de explotación el carácter general de una relación determinada y determinante de la historia y la política del sistema capitalista, de su pasado animal y social y de su futuro incierto.
Analizar el problema de la explotación de unos hombres por otros a escala global tiene hoy un significado nuevo: no sólo permitirá plantear y eventualmente resolver el problema de los explotados, sino el de los seres humanos. También el de la biósfera, el muy simple y llano de la vida en la Tierra. Comprobar que estas hipótesis tienen altas probabilidades de ser ciertas exige precisar su validez, al menos como hipótesis. Contribuir a ese objetivo es el propósito de este texto. Para lograrlo vamos a buscar dos tipos de evidencias: las que hacen imposible pensar en la historia pasada del hombre sin las relaciones de explotación, salvo en periodos y espacios mínimos, y las que hacen imposible pensar en una política de libertad, igualdad y fraternidad, o en una política de democracia sin una política contra la explotación, y por el poder necesario para acabar con las relaciones de explotación como sistema global dominante en las distintas regiones y países del mundo.
La explotación es un concepto con posibilidades heurísticas y prácticas mayores de las que los propios marxistas le han dado. Incluso en las obras de los clásicos no siempre es un concepto central o en torno al cual se busquen las interfases de fenómenos económicos, sociales, políticos, culturales. Hasta nuestros días, y tras la crisis de los proyectos revolucionarios y reformistas que reclamaron representar al pensamiento marxista, en los planteamientos más comunes tiende a ocupar ese papel central el “modo de producción”. En otros, algo pasados de moda, se levantó un monumento a la función automática de “las estructuras sobre las superestructuras”. En otros más, identificados con la Escuela de Fráncfort, se privilegiaron las categorías de la enajenación y la utopía. En los más recientes, a veces autodefinidos como posmodernistas y posmarxistas, se privilegió la categoría del poder y de la inserción del poder en la propia sociedad civil. En todos esos casos se escogieron categorías con menores posibilidades que la explotación para establecer puentes entre el análisis estructural y el histórico; entre las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales; entre la enajenación económica y la teórica o ideológica: entre las luchas políticas, las utopías y los intereses creados deseosos de mantener las relaciones de explotación y capaces para ello no sólo de los máximos actos de represión, sino de cooptación, mediación y mediatización mercantil, política, tecnológica, laboral, organizativa, estructural y sistémica. Se abandonó la relación de explotación no obstante su enorme potencial de pasar de análisis micro a macro y viceversa; de servir a análisis sistémicos e históricos y también a análisis de situaciones