Los países incluidos que transfieren activos netos a los países desarrollados son 41 de África, 23 de Asia, 9 de Europa Central y del Este, 10 del Medio Oriente y 32 de América Latina y el Caribe. Las fuentes consultadas son del propio Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de otras organizaciones internacionales.
Nunca con anterioridad, que sepamos, se había elaborado un índice de este tipo: la carga de los intereses y pagos de la deuda, el deterioro de la relación de intercambio, las altas remesas de utilidades de las inversiones extranjeras habían sido objeto de análisis y contabilizaciones separadas, con críticas coincidentes al ocultamiento variado del monto, muy superior en los hechos al de todos los registros fiscales, bancarios, privados y públicos y, desde luego, a las “dimensiones económicas no mensurables”.
El índice —insistimos— arrastra subvaluaciones que es prácticamente imposible superar. Como índice del excedente global internacional, interno y transnacional, deja fuera una forma de explotación esencial y universal, como son las transferencias internas de excedente de los trabajadores a los empresarios, o del sector asalariado al no asalariado, sobre las cuales es prácticamente imposible hacer un cálculo global, aunque existen numerosos estudios de los países y regiones del mundo que permiten generalizaciones de tipo cualitativo y algunas sobre el monto de las transferencias e incluso de la tasa aproximada de explotación.[5] Por lo demás, la captación de datos sólo comprende el periodo que va de 1972 a 1995.
Con todas esas limitaciones, los resultados son suficientes para comprobar, sin refutación mínimamente aceptable, que las políticas neoliberales han contribuido a aumentar las transferencias de excedentes de la periferia al centro del mundo en un orden de magnitud que es superior al de la etapa anterior del capitalismo, conocida como el imperialismo monopólico, ya de por sí considerable en el tristemente famoso “saqueo del Tercer Mundo”.
En efecto, los resultados obtenidos (véanse las tablas 1a y 1b, pp. 175 y 176) muestran que en los cinco años comprendidos entre 1992 y 1995 la transferencia de excedentes (1 billón 364,405 millones de dólares) triplicó la correspondiente al periodo que va de 1972 a 1981, y es superior a cualquiera de los cuatro quinquenios precedentes. El comportamiento de los indicadores considerados por separado arroja resultados parecidos con los distintos significados de cada región e indicador. Sólo por concepto de pago de servicio de la deuda, las transferencias de la periferia al centro pasaron de 97,438 millones de dólares (mdd) en el quinquenio que va de 1972 a 1976, a 775,654 mdd en los cuatro años que median entre 1992 y 1995, es decir, aumentaron 796%. El efecto del cambio de precios del comercio exterior significó, para la periferia, dejar de percibir ingresos por 347,125 mdd de 1972 a 1976, y aumentar esa pérdida hasta 652,596 mdd de 1992 a 1995. Respecto de las utilidades remitidas de la inversión directa, éstas subieron a más del triple, pues pasaron de 31,467 mdd entre 1972 y 1976 a 108,815 de 1992 a 1995. La transferencia de excedentes por el comportamiento del rubro “otro capital a corto plazo” muestra un impresionante aumento y posteriormente una reversión de su tendencia: pasa de 2,984 mdd de 1972 a 1976 hasta 49,002 mdd entre 1982 y 1986, y en los periodos quinquenales siguientes refleja un ingreso anual de capital a la periferia por cerca de 45,000 millones de dólares. Recuérdese que los flujos de capital de corto plazo son altamente especulativos y sirven para desestabilizar a las economías cuando así les conviene. Por concepto de errores y omisiones netos, las transferencias pasan de ingresos netos por 7,798 mdd de 1972 a 1976 hasta 40,813 mdd de 1992 a 1995, con lo que la pérdida también se incrementó en 15 veces. Solamente el rubro de transferencias unilaterales totales (públicas y privadas) muestra una tendencia de ingreso de excedentes, lo que en parte se explica por el hecho de que en este rubro se incluyen tanto los recursos de la llamada “ayuda oficial para el desarrollo” (AOD), como las operaciones unilaterales de las corporaciones privadas, sea el caso de capitalización de empresas matrices y filiales, o de operaciones contractuales o voluntarias. Al mismo tiempo (véase el cuadro 1c, p. 177), es de señalar que mientras la pérdida por términos de intercambio ocupaba el primer lugar en la contribución al total de transferencias, desde 1977 hasta 1995 la contribución principal a las transferencias (más de la mitad del total anual) corresponde al servicio de la deuda.
Algunos indicadores revelan cómo muchos de los cambios son manejados políticamente o por razones de seguridad; otros confirman formas depredadoras y de eliminación de poblaciones para la apropiación de territorios y recursos naturales, como en África; otros se deben a exportaciones de capital de los nativos a los países centrales —como en el Medio Oriente—. En todo caso se confirma que el neoliberalismo ha hecho pagar el costo de la crisis a los países de la periferia, a las fuerzas autónomas, empresariales y estatales que habían iniciado procesos de formación de capital público y social y, sobre todo, a los trabajadores, pueblos y etnias de la periferia mundial, aunque en un proceso que no se limita a la periferia y que está empobreciendo e incluso aumentando la tasa de explotación relativa y absoluta de los trabajadores del centro.
Todos los datos prueban que, sobre todo en la periferia del mundo, la política de globalización neoliberal ha llevado a una redistribución más inequitativa del producto y de los sistemas de producción de bienes y servicios. En México, la participación de los asalariados en el producto interno bruto (PIB) cayó del 35.7% en 1970 al 29.1% en 1996; en Argentina del 40.9% en 1970 al 29.6% en 1987; en Chile del 42.7% en 1970 al 29.1% en 1993; en Perú del 35.6% en 1970 al 20.8% en 1996; en Venezuela del 40.4% en 1970 al 21.3% en 1995; en Filipinas del 37.1% en 1970 al 26.1% en 1993; en Turquía del 29% en 1970 al 18.8% en 1988; en Nigeria del 25.2% en 1973 al 10.7% en 1993, y así sucesivamente. La política neoliberal tuvo efectos adversos para los trabajadores y para los pobres incluso en algunos países centrales, como en Inglaterra e Italia. Pero las pérdidas en estos países fueron inferiores a las de la periferia, y desde niveles más altos. Varios países del G7 se mantuvieron e incluso aumentaron la participación de los asalariados en el PIB entre 1980 y 1996, aunque en años más recientes aparecen signos cada vez más amenazadores, como el desempleo estructural, el crecimiento del trabajo informal o las crisis generales, como la que en 1998 amenazó a Japón. De todos modos, en Estados Unidos y los países industrializados, los que eran pobres en 1979 eran significativamente más pobres en 1989 (Noam Chomsky). Considerando un periodo más amplio, desde fines de los sesenta declinaron los salarios en Estados Unidos. En la Unión Europea pasaron de ser el 76% del PIB a ser el 69%. De mediados de la década de los ochenta a fines de la misma, el hambre en Estados Unidos aumentó 50%, hasta alcanzar a 30 millones de habitantes (Congreso de los Estados Unidos). Según Shaik y Alamet Tonak, de 1980 a 1989, durante la era Reagan-Bush, los ingresos reales y las condiciones del trabajo en Estados Unidos se deterioraron profundamente y “la tasa de plus-valor aumentó más del doble”. En México, la tasa de explotación aumentó 124%, “algo muy pocas veces visto en la historia del capitalismo”, según José Valenzuela.
El pago de la deuda externa y de las transferencias de la periferia al centro no se hace a costa de los países donde el empleo crece con la tecnología. En esos países, lejos de aumentar la “plusvalía relativa”, predomina y aumenta el trabajo sin garantías de tiempo, de intensidad, de higiene, de seguridad, y sin “salarios indirectos” de escuela, salud o alimentación. La explotación absoluta es macroeconómica y global, y el neoliberalismo contribuye a aumentarla y a extenderla con sus nuevas políticas de distribución y apropiación.
La inmensa mayoría de los trabajadores del mundo vive entre el terror del asalariado sin garantías y la exclusión del desempleado extremadamente pobre. Este último, como ha observado con razón Erik Olin Wright, vive la exclusión como una amenaza a su extinción.
La política neoliberal constituye también una redistribución regresiva de los sistemas de producción, de educación, de salud y seguridad social. Entre los muchos indicadores que lo prueban se encuentra la carga creciente que sobre los ingresos y gastos