Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael Azerrad. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael Azerrad
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418282102
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el Bradford se llenaron de curiosos con ganas de ver a los tan elogiados héroes locales antes de que se separaran. Aunque ni la matinée para todas las edades ni el concierto vespertino habitual vendieron todas las entradas, la sala estaba llena. Pero los conciertos no fueron muy sentimentales, quizá porque la realidad de lo que estaba sucediendo aún no había calado.

      —La gente no lo entendió —afirma Coffman—. La gente pensaba: «Sí, lo superarán. Volverán. Se recuperará de su problema de oído». Creo que había mucha negación.

      Prácticamente el único gesto de reconocimiento del carácter definitivo de la ocasión fue el hecho de que Martin Swope hiciera su primera y única aparición encima de un escenario con Burma, tocando la guitarra en un clásico de The Kinks, «See My Friends».

      Mientras el grupo bajaba del escenario, Conley gritó: «¡Dejad de ir a las discotecas, son malas para la salud! ¡Apoyad la música en directo!».

      Pero aquello no fue el fin. Coffman había cerrado algunos conciertos muy bien pagados, de modo que después de Boston tocaron en Detroit, Chicago y Washington D. C., con Harte de acompañante. Todos los conciertos fueron grabados. En D. C. el público hostil de la escena hardcore y punk gritó «¡Oi!¡Oi!¡Oi!» durante todo el repertorio y pidió insistentemente a Conley que se cortara el pelo. El público de Detroit fue mucho más agradable, seguramente porque estaba compuesto, en gran parte, por la familia Miller. El grupo siempre daba lo mejor de sí, prueba de ello es el directo The Horrible Truth about Burma, donde figura una versión realmente explosiva de «Heart of Darkness» de Pere Ubu que interpretaron en Chicago. Sin embargo, solo había seis personas en el público para oírla.

      —Fue horrible, muy triste —explica Harte—. Incomprensible.

      El último concierto de Mission of Burma fue en el Paramount Theatre de Staten Island, como teloneros de Public Image, Ltd. Fue un desastre: «el Altamont de nuestro Woodstock en el Hotel Bradford», bromea Conley. Al principio, los representantes de PiL no permitieron a Mission of Burma utilizar sus altavoces, de modo que la voz salió por los monitores del escenario durante la primera tanda de canciones. Uno de los roadies de PiL se paseó por la primera fila con un látigo, amenazando a cualquiera que se acercara demasiado, hasta que Miller le pidió que se fuera. Para acabar de empeorar las cosas, muchos de los seguidores incondicionales de Burma que habían venido desde Boston en dos autobuses expresamente fletados habían tomado un mal ácido.

      Con todo, el grupo estuvo pletórico, especialmente en la última canción, una versión de «The Ballad of Johnny Burma», que sumió al grupo en un estado incendiario de abandono.

      —Fue una pesadilla —comenta Prescott del concierto—. Tenía que haber sido un momento fantástico, pero, en cierto modo, nuestro último concierto había sido el de Boston. Así pues, todo estaba destinado a ser un desastre porque teníamos que hacer uno más. Sí, según se mire, fue un marrón. No salió demasiado bien. Y Public Image, Ltd. era un grupo al que admiraba mucho en aquella época. Podríamos decir que no fue una noche demasiado divertida.

      De forma típicamente autodestructiva, el grupo bromea diciendo que «la verdad horrible sobre Burma» era que sus conciertos no eran ni mucho menos tan cohesionados y coherentes como sus discos, pero The Horrible Truth fue, al fin y al cabo, el documento crudo y cacofónico que el grupo había estado buscando desde el principio. Sin embargo, Harte consiguió convertirlo en un ejercicio de artimañas de estudio. Aunque los diversos conciertos se grabaron en una vieja grabadora Crown de dos pistas, Harte las dividió en veinticuatro pistas, las ecualizó todas y entonces las volvió a juntar. The Horrible Truth se produjo en siete estudios diferentes, ni más ni menos.

      Aunque el grupo parecía no ir a ninguna parte, Coffman insiste en que estaban a punto de revertir la tendencia.

      —Empezaban a ocurrir cosas, ya fuera lo del artículo de Rolling Stone o lo que fuera, simplemente, se veía —explica Coffman—. Las cosas empezaban a salir bien. Y todo el trabajo preliminar que se había hecho, fuera yendo de gira o la radio universitaria o lo que fuera, habría valido la pena.

      —Estaban a punto de separarse —añade Coffman—. Mucha gente pensaba: «¿Qué cojones les pasa a esos tipos? ¡Se están separando! ¡Ahora a la gente les encanta y van ellos y se separan!». De modo que fue una putada.

      Mission of Burma condujeron su carrera de la forma más ejemplar posible. Desde el principio, insistieron en que los grupos de Boston que los teloneaban aparecieran en el cartel de los conciertos locales, una tradición que mantuvieron hasta el final.

      —Teníamos muy claro que había que apoyar a la escena local —afirma Miller—. No soy nacionalista, pero si estás en un sitio, deberías trabajar allí mismo. Tienes que apoyar lo que crece a tu alrededor.

      Posteriormente, cuando el hardcore creó un público más joven para el punk, también se esforzaron por dar conciertos para todas las edades, a menudo perjudicando su poder de convocatoria al tocar dos tandas de canciones cada noche.

      Estas prácticas pronto fueron imitadas por muchos grupos de todo el país, pero, en términos musicales, Burma no era un grupo al que muchos copiaran directamente. Eso se debe al hecho de que los grupos a los que Burma influyó de verdad entendieron cuál era la esencia de Burma, que era ser original y fiel a una visión —y a la mierda los torpedos comerciales—. En la gira de Green de 1988, R.E.M. tocó una versión de «Academy Fight Song», lo que contribuyó a que se reeditaran muchas de las referencias de Burma.

      Al mezclar a principios de los 80 guitarras ruidosas y agresivas, una batería martilleante y lo que eran sin duda alguna gloriosas melodías pop, a Burma siempre se les considerará «adelantados a su tiempo».

      —Supongo que en cierto modo es un honor ser avanzado a tu tiempo —explica Conley con voz cansada—. Pero, por otro lado, también hubiera estado bien encajar en tu época.

      Mission of Burma contribuyeron a poner los cimientos para muchos, muchísimos grupos que siguieron su estela.

      —Ayudaron a crear un entorno «comercial» cuando a nadie le importaba una mierda esos grupos —dice Gerard Cosloy—. Y ayudaron a crear un entorno creativo en el que esos grupos pudieron hacer lo que hicieron.

      Así pues, las irrisorias ventas de discos y cifras de asistencia no fueron en vano.

      —Gracias a lo que hicieron, grupos como Yo La Tengo o Unwound son capaces de hacer lo que quieren, cuando quieren —explica Cosloy—. Ese es el legado.

      Pero quizá el mayor logro de Mission of Burma es que, tal y como Prescott dice: «Nunca fuimos una mierda».

      CAPÍTULO 4 MINOR THREAT

      MUCHA GENTE QUE CONOZCO —QUIZÁ TODO EL MUNDO— SIENTE UNA GRAN IMPOTENCIA. ERES UN SER HUMANO Y EL MUNDO ES TAN GRANDE; TODO ES TAN INTOCABLE E INALCANZABLE. SOLO QUIEREN HACER ALGO DE LO QUE PUEDAN FORMAR PARTE Y PUEDAN MOLDEAR Y DAR FORMA.

      IAN MACKAYE, 1983

      Quizá Black Flag fueran sus padrinos y quizá los Bad Brains aceleraron su tempo a la velocidad de la luz, pero el hardcore no tiene ningún grupo más definitivo que Minor Threat. Los ritmos adrenalínicos, la feroz agresividad y las canciones sorprendentemente melodiosas del grupo les diferencian de todos los grupos anteriores y posteriores. La música no podría haber tenido un sentido más perfecto para los adolescentes sin camisa que se agolpaban en sus conciertos —era una actuación impecable de violencia precisa, alucinante por la economía de su agresión—. Y sin embargo, el grupo combinaba semejante vehemencia tonificante con una bonhomía contagiosa.

      Minor Threat encarnaba una de las mayores fuerzas del hardcore: era música underground hecha por, para y sobre chicos librepensadores. Esos chicos no estaban en la misma longitud de onda que los modernillos-bohemios, bien porque no eran ni modernillos ni bohemios, bien porque pensaban que todo ese viaje era innecesariamente exclusivo y elitista. No es difícil pensar que el hardcore se haría popular en una ciudad decididamente aburrida como Washington D. C. El hardcore no era una pose de drogata