Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael Azerrad. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michael Azerrad
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Зарубежная прикладная и научно-популярная литература
Год издания: 0
isbn: 9788418282102
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de participar de las estrategias comerciales. Y tenía un ritmo con el que podían bailar.

      Incluso tan pronto como en 1981, el underground se estaba balcanizando. Tenías que ser un iniciado para llegar a conocer la existencia de Minor Threat, ya no digamos para oír su música. Eran superestrellas de un subconjunto (el hardcore de D. C.) de un subconjunto (la escena hardcore nacional que Black Flag había creado) de un subconjunto (el punk). Y no hicieron ningún esfuerzo por convertirse en algo más grande, aunque, al final, esa posibilidad acabó con el grupo.

      Inspirado en gran medida en los intensamente espirituales Bad Brains, el grupo, especialmente el cantante Ian MacKaye, aportó un sentido de honradez al underground norteamericano. A pesar del ruido intimidante que generaban, el grupo estaba compuesto por cuatro chicos buenos de Washington D. C. que trabajaban duro, tocaban bien y siempre estaban dispuestos a echar una mano a cualquiera que quisiera seguir el camino que ellos habían escogido.

      Pero además de las innovaciones formales, un movimiento social que ha pervivido hasta hoy y algunos discos increíbles y conciertos vertiginosos, Ian MacKaye y Jeff Nelson de Minor Threat también promovieron Dischord Records, el sello que estableció criterios éticos, estilo indie, desde su gestación. El sello se convirtió en un mito de la escena de D. C., inspirando a gente en ciudades de todo el país con parecida mentalidad a iniciar sus propias escenas —al fin y al cabo, si se podía hacer en la estéril Washington D. C., se podía hacer en cualquier lado—.

      En 1974, cuando tenía trece años, Ian MacKaye y su familia se trasladaron a Palo Alto, California, durante nueve meses al obtener su padre una beca por la Universidad de Stanford. Mientras estuvo fuera, algunos de sus amigos empezaron a fumar hierba y a beber.

      —Me perdí esa pequeña transición —comenta MacKaye—. Si hubiera estado allí, no sé… Dudo que hubiera ido con ellos, pero siempre me lo he preguntado. Pero lo que sí que me dio fue la oportunidad de volver a casa para ver los resultados de esa transición.

      Los resultados, entre otras cosas, fueron que sus amigos habían empezado a cometer pequeños delitos y a colocarse.

      —Pensé: «Vaya gilipollez, tío» —dice—. «¿Estos chicos tienen doce, trece años y eso es todo? ¿Eso es lo que piensan hacer el resto de su vida?» Porque eso parecía. Es la búsqueda eterna para que te den por culo. ¿Eso es diversión? Y una mierda. No me interesaba.

      Mientras MacKaye estaba en California, alguien entró en la casa del nuevo chico del barrio, Henry Garfield, y robó algunas cosas. Garfield acusó a los amigos de MacKaye y les pegaba siempre que podía. Y cuando MacKaye volvió de California, Garfield intentó incluso pegarle a él.

      —Cada vez que veía a Henry, tenía que correr —explica MacKaye—. Porque nos daba unas palizas de muerte.

      Entonces, un día, justo antes de que MacKaye cumpliera los catorce, él y sus amigos iban con monopatín cuando Garfield pasó por allí.

      —Nos vio y le dijimos: «¡Vamos!» —cuenta MacKaye. Garfield olvidó su rencor y se unió a ellos. Después de aquello, Garfield y MacKaye se hicieron inseparables hasta que tuvieron veintipocos años, cuando Garfield se unió a Black Flag y se convirtió en Henry Rollins; actualmente siguen siendo grandes amigos.

      MacKaye y Garfield empezaron a interesarse por el hard rock, sobre todo por un mito gonzo de la guitarra de los 70 como Ted Nugent.

      —Leímos cosas sobre The Nuge y lo que realmente nos impactó fue el hecho de que no bebiera, no fumara ni tomara drogas —dice Rollins—. Era lo más loco que habíamos visto sobre un escenario, y ese tipo en plan: «No me drogo». Aquello nos impresionó.

      También aprendieron una importante lección cuando vieron tocar a Led Zeppelin.

      —Dios mío, fue uno de los mejores conciertos de todos los tiempos —dice Rollins—. Y vimos cómo se desmayaba la gente en las sillas. Había tipos babeando, dormidos, porque estaban colocados. Ambos dijimos: «Nosotros nunca seremos así». Íbamos en bici o monopatín hasta las tres de la madrugada, nos quedábamos en el desván escuchando singles hasta las tres de la madrugada. No nos interesaba colocarnos ni perder el conocimiento.

      Rollins recuerda que MacKaye jamás hacía las cosas que hacían los demás porque sí.

      —Ian decía: «Bueno, a ver: ¿Por qué?», —recuerda Rollins—. Cuando estábamos en el último curso del instituto, cada día de verano era en plan: «A ver, es lunes por la mañana, ¿qué hace Ian?». Porque eso iba a ser lo que hiciéramos ese día.

      MacKaye había deseado ser un músico rock desde que tenía doce años.

      —Vi muchas veces Woodstock, escuchaba discos de rock & roll continuamente, quería tocar en un grupo —explica—. Lo único que quería hacer era romper guitarras. Cogíamos guitarras de plástico robadas y practicábamos la manera de romperlas en nuestros futuros conciertos. Ni siquiera intentaba aprender a tocar la hija de puta, simplemente la rompía. Pero como no tenía talento, sabía que jamás estaría en un grupo. No tenia ni idea de cómo tocar la guitarra. No tenía futuro porque no me iba el tipo de rock patrocinado por la industria, ese rock del tipo no-intentes-hacerlo-en-casa. Miras el rock & roll de esa época —Nugent, Queen o lo que sea— y ves que son dioses. Así que sabía que yo nunca podría ser así. Y renuncié y empecé a ir en monopatín.

      En octavo curso, MacKaye descubrió un grupo llamado White Boy, una banda extraña compuesta por padre e hijo que tocaban canciones proto-punks con títulos como «Sagittarius Bumpersticker» [Pegatina para coche de Sagitario] o «I Could Puke» [Podría potar]. Los discos eran manifiestamente artesanales: la dirección de correo del sello era, evidentemente, la de su propia casa.

      —Pensé que era absolutamente genial —afirma MacKaye—. Fue mi primera noción de algo de música independiente underground.

      Entonces, MacKaye descubrió el punk rock gracias a sus amigos modernillos y a una emisora de radio modernilla —en este caso, la WGTB de la Universidad de Georgetown—. Hurgó más en esa música en Yesterday and Today, una tienda de discos de Rockville, Maryland, una aburrida ciudad en la periferia de Washington. MacKaye y sus colegas iban allí una vez a la semana y se abastecían de los últimos singles punk mientras el propietario, Skip Groff, les aleccionaba encantado sobre la historia del rock.

      Jeff Nelson, compañero de clase de MacKaye, era un tipo increíblemente larguirucho y con gafas, hijo rebelde de un miembro del Departamento de Estado que «se perdió el décimo curso y parte del undécimo por culpa de la hierba», tal y como él mismo cuenta, «y entonces se perdió la mitad del undécimo y el duodécimo por culpa del punk». Él y MacKaye se conocieron por primera vez cuando Nelson hizo explotar una bomba casera fuera de su escuela y MacKaye salió a investigar; se hicieron amigos enseguida.

      MacKaye y Nelson vieron su primer concierto punk en enero de 1979, un concierto benéfico de The Cramps para la WGTB, que se había enemistado con el decano de la universidad al poner un anuncio de Planned Parenthood [Planificación Familiar] y había perdido su fuente de financiación.

      —Me dejó alucinado porque vi por primera vez esa comunidad enorme y completamente invisible que se reunía para ese acontecimiento tribal —explica MacKaye—. Y era tan peligroso, tan espantoso para mí: quiero decir, Lux Interior estaba vomitando sobre el escenario. Una escena completamente loca. Ese concierto desafiaba todas tus ideas preconcebidas. En ese momento comprendí que allí había una comunidad que era políticamente beligerante, teológicamente beligerante, artísticamente beligerante, sexualmente beligerante, físicamente beligerante, musicalmente beligerante. Locuras de todo tipo. Todo aquello estaba en esa sala. Pensé: «Esto me gusta. Este es el mundo en el que creo que puedo respirar. Esto es lo que necesito».

      MacKaye estaba trabajando en una tienda de mascotas con Garfield y, pocos días después del concierto de The Cramps, se afeitó toda la cabeza con una maquinilla para perros, una gran declaración de principios en la época de los vaqueros de diseño. Y entonces, más o menos una semana después de eso, vio a The Clash. Ian MacKaye se había convertido en un punk.

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