—¿Dos cigüeñas? —exclamaron a la vez los tres viajeros, llenos de sorpresa y alegría.
Conforme la goitibera de Mateo se acercaba al pueblo, todos miraban con expectación el tejado de la iglesia, en la zona de la campana pequeña que se encuentra sobre la sacristía. Allí se mostraban, hermosas, relucientes, blancas y brillantes destacando sobre el cielo azul dos cigüeñas como dos soles. Al llegar a la iglesia, se bajaron a verlas llenos de alegría y una gran carcajada salió de lo más hondo de Paka:
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Patxi sorprendido.
—¿No has visto a Cigostia? —respondió Paka.
El negro Cigostia descansaba maltrecho y despatarrado sobre el techo de la sacristía. Las cigüeñas no querían su presencia y lo habían sacado de su hogar. Preferían un nido sin extraños.
II
DE CÓMO GORRI FUE CONCEBIDO
El primer salario que recibió Patxi tras su matrimonio se lo entregó íntegramente a Paka en su recién estrenada casa de La Central. Venía en un sobre cerrado de color crema que contenía monedas y algunos billetes.
—Toma, Paka, nuestro primer salario, no es mucho, pero espero que le sepas sacar buen rendimiento —le dijo Patxi con una sonrisa mientras le entregaba el sobre.
—Descuida, que siempre he sabido hacer maravillas con poca cosa —respondió Paka devolviendo la sonrisa y tirando del sobre, que se negaba a salir de entre los dedos de Patxi.
Cuando se quedó sola, Paka colocó en la amplia mesa de la cocina unas bolsas de tela que sacó de su ajuar, cada bolsa era de un color y se cerraba mediante un cordel corredizo. En ambas caras de cada bolsa había un texto diferente, escrito con letras bordadas con hilo dorado, y se podía leer: comida, niños, casa, ropa, ahorro y varios.
Abrió Paka el sobre crema y sacó todo su contenido, que fue repartiendo dentro de cada una de las bolsas de tela de acuerdo a las cuentas que previamente había imaginado, pero los números no terminaban de cuadrar. Fue sacando un poco de acá y metiendo un poco allá, pero hiciera lo que hiciese no llegaba a quedar nada para la bolsa del ahorro. A Paka su madre le había dicho que siempre, todos los meses, aunque fuese un poco, algo tenía que meter en la bolsa del ahorro y que si no había para ahorrar es que se estaba gastando demasiado, pero no veía cómo reducir el contenido del resto de bolsas que ya se encontraban bajo mínimos.
Metida en organizar y estructurar del mejor modo posible su nueva familia y su recién estrenado hogar, Paka no vio otro camino que el de recurrir a la experiencia de su madre para ver qué le aconsejaba y conseguir meter algún dinerillo en la bolsa del ahorro. Teresa, la madre de Paka, tenía aspecto de anciana por su pelo blanco recogido en un moño y su andar encorvado que transportaba un cuerpo ligero y siempre vestido de negro. A pesar de su pronunciada nariz aguileña, la eterna sonrisa —que Teresa regalaba constantemente— y su mirada blanca y limpia, desde sus pequeños ojos claros, la hacían parecer dulce y cercana.
—Mamá —dijo Paka—, por más que lo intento no consigo poner suficiente dinero en cada bolsa y que me sobre para la del ahorro. ¿Qué me aconsejas hacer?
—Mira, Paka —le dijo su madre—, si sacas de las bolsas más de lo que metes te quedarás sin nada, o bien consigues meter más cantidad o bien consigues sacar menos, pero que te quede algo para la bolsa del ahorro es vital.
—Sí, ya lo sé, siempre me lo has dicho —contestó Paka algo enojada—, pero si no hay suficiente para todas las bolsas… ¿qué hago?
—Pues utilizar el ingenio, hija, que eso también te lo he dicho siempre, pero parece que no lo has escuchado. Tienes que hacer algo distinto, ya que si haces lo mismo no ocurrirá nada diferente —contestó la madre.
—Pero ¿qué puedo hacer diferente?, el sueldo de Patxi es el que es y no tenemos otros ingresos —añadió Paka.
—Pues tú misma lo estás diciendo: tener otros ingresos. Como siempre, las mejores respuestas las tiene uno mismo en su interior —dijo la madre—. Haz cosas que sepas; arreglar ropa de gente del pueblo, preparar una peluquería en casa, que eres una excelente peluquera y sabes maquillar muy bien, puedes hacer algún tipo de pasta, bizcocho o pan que puedas vender, que también eres buena repostera, o cualquier actividad similar que te permita compaginar tus labores de ama de casa, esposa y futura madre.
Paka se quedó mirando hacia arriba analizando cuál de las opciones era la más viable.
—También —le dijo su madre— quien tiene la obligación de aportar los dineros es Patxi, habla con él para que haga algo al respecto y en cualquier caso utiliza tu imaginación, hija, es tu mejor aliada.
Aquella noche Paka habló con Patxi y entre ambos vieron qué posibilidades tenían.
—Patxi, tenemos que hablar de algo importante —dijo Paka en tono serio buscando la mirada de su marido.
—¿Qué pasa?, no me asustes —respondió Patxi al ver aquella mirada que ya conocía y que sabía que no traía buenas noticias.
—He estado echando cuentas y no nos llega —dijo Paka—, deberíamos poner una huerta delante de La Central y árboles frutales, criar un par de gorrinos y preparar un gallinero, con ello tendríamos verduras y legumbres, frutas, huevos y carne de pollo y gorrino, lo que nos aliviaría de gastos y podríamos ahorrar.
—Pero ¿qué dices? —contestó alarmado Patxi—, en mi vida he tenido nada de lo que me propones y no tengo ni idea de lo que hay que hacer.
—Yo estoy acostumbrada a la huerta —prosiguió Paka, dispuesta a conseguir su fin—. Sé cuidar de los animales, conozco cómo guardar el estiércol de los gorrinos y las gallinas para que sirva de abono, cómo quedarme con algunas semillas de una cosecha para la siguiente siembra, cómo alimentar a los animales con las sobras de las comidas y cómo hacer trueque para conseguir leche, aceite, vino y otras necesidades que no obtengamos directamente.
—Para, para —le cortó Patxi, aturdido por tanta propuesta—. Conmigo no cuentes para esas tareas, a mí la huerta ni me gusta ni la quiero.
—Bueno, pues déjame eso a mí y tú hazte cazador y pescador como la mayoría de los del pueblo, así traerás truchas del río, codornices, perdices y palomas, y puede que consigas cazar algún conejo. Y si te esfuerzas puedes hacerte con un corzo o un jabalí. Yo prepararía la carne y el pescado en escabeche, ahumado o en salazón, igual que haría mermeladas y conservas con los tomates y las frutas que sobrasen.
—Mira, Paka —dijo Patxi—. Vamos a ver si nos entendemos; yo nunca he estado al corriente de las huertas, ni he tenido animales en casa, y la caza y la pesca están lejos de mis miras. He recibido una instrucción técnica, primero en el Ave María de Don Gotzón, y después por correspondencia, y ayudado por mi padre terminé de asentar mis conocimientos con la experiencia en la fábrica. Todo esto lo conoces de sobra y me extraña tu propuesta. Lo de trabajar la tierra y guardar el estiércol para el abono directamente me da asco, y lo de criar animales en casa, darles de comer y convivir con ellos para luego comérmelos, me parece una brutalidad. Solo de pensarlo siento pena y arcadas; a mí los animales que viven libres en el campo o en el río no me han hecho nada para matarlos como si fuesen reos de alguna acción imposible de perdonar. Me gusta verlos libres, corriendo, volando o nadando y hacerles sufrir me parece de una gran vileza, aunque sea para alimentarnos. Si fuese capaz no comería carne de animales, pero me gusta demasiado, siempre y cuando no los tenga que matar yo ni ver cómo lo hacen otros.
—Pues ya dirás qué hacemos —dijo Paka.
—Valoro tu iniciativa y comprendo que tengo que dar una respuesta adecuada —dijo Patxi—, así que déjame pensar una propuesta que encaje en las aspiraciones de ambos, soy consciente de que la responsabilidad de los ingresos en la familia es del hombre y la de gestionarlos con cautela de la mujer, así que lo maduro y te contesto.
Pasaron un par de días en los que Paka cada vez que