Tres vidas. Raquel CG. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Raquel CG
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417500764
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Cualquiera que se acercaba a mí, terminaba con el coche rallado, o a ciento cincuenta kilómetros de distancia por un tema urgente que había surgido que luego se anulaba cuando estaban llegando, o con cartas anónimas amenazadoras… No era normal.

      De hecho, había pensado en ponerme a investigar. Pero no me dio tiempo. Todo sucedió antes de que pudiera hacerlo.

      Estaba rellenado un formulario que debía enviar para iniciar mis estudios, porque no tenía la más mínima intención de hacerle caso a mi marido. Cuando, al iniciar sesión en mi correo electrónico en el ordenador para poder mandarlo, me equivoqué de letra. Y la memoria del ordenador hizo el resto.

      Estaba sola en casa. Supongo que, al ser yo tan confiada, a mi marido no se le ocurrió que yo pudiera hacer algo así. De forma que la última vez que utilizó el ordenador no borró los datos tras salir.

      Ese correo que aparecía en la pantalla no era el mío. Ni el suyo. ¿De quién era?

      Introduje mi contraseña. Dio error.

      Sólo teníamos acceso mi marido y yo, era el ordenador de casa. Así que introduje la suya.

      Unos segundos…

      ¡No podía creer lo que estaba viendo! ¡Era el correo de una chica! Mónica. Contactaba con mis amistades, para temas diversos, y les hacía creer que necesitaba comprar una pieza de coche que vendían pero no podía trasladarse a buscarla porque trabajaba, o contratar un seguro pero vivía lejos y necesitaba que fueran a verla, o que le habían dado el contacto un conocido para un tema laboral y necesitaba de servicios fiscales... ¿Qué hacía ese correo en mi ordenador? ¿Tenía una aventura? ¿Entraba en casa cuando yo no estaba? ¿Y por qué hablaba con mis amistades? Todavía no había procesado toda la información de lo que acababa de ver. Y no podía ni imaginar que, el hecho de que hubiera sido su amante, habría sido mi mejor suerte.

      Salí de la cuenta de correo, y no sé por qué motivo, porque todavía no lo sé, probé con otra letra. Nada. Otra más. Nada. Otra…

      Una nueva cuenta de correo apareció ante mí. ¿Qué estaba sucediendo? Introduje su contraseña. Estaba empezando a entender…

      ¡Bingo! Se abrió. Esta vez el titular del correo era un hombre. Su nombre era Antonio, si no recuerdo mal, aunque eso no importa. Demasiada información en tan poco tiempo para asimilarla toda correctamente.

      Aquí estaban las cartas amenazadoras. Las cartas despectivas. Y bueno, material suficiente para arrojar con toda su fuerza la realidad contra mi cara. Mi marido era un psicópata.

      Oí la llave. No sabía qué hacer. ¿Cómo podría mirarlo a la cara, sabiendo lo que sabía? Y lo más importante… ¿Qué era lo que todavía no había descubierto? ¿Qué debía hacer? ¿Cerraba la cuenta? ¿Lo enfrentaba? Necesitaba tiempo para pensar, y no lo tenía.

      Así que, como confiada que era, pensé:

      —Tendrá una explicación —y esperé.

      Cruzó la puerta mientras yo lo miraba fijamente con la pantalla encendida y la cuenta de correo abierta. Me preguntó:

      —¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?

      No medié palabra. Miré hacia la pantalla indicándole con ello que hiciera lo mismo, y volví a mirarle.

      Su respuesta me dejó helada:

      —¿Y qué? —dijo esbozando una sonrisa irónica y encogiéndose de hombros.

      —¡Como que “¿Y qué?”! —dije yo enfadada—. ¿Me puedes explicar que son estas cuentas de correo y por qué hay cartas amenazando a mis amistades? ¿Puedes explicarme que está pasando?

      Por dentro estaba temblando. Tenía la impresión de que toda la sangre de mi cuerpo estaba comprimiendo mi cabeza. Creí que iba a desmayarme. Se rio.

      —¿Y qué esperabas? ¿Qué te lo pusiera fácil? Esto es lo que vas a tener si te separas de mí. No tendrás amigos, porque los perseguiré. Nadie se acercará a ti, porque haré de su vida su peor pesadilla. Y si me haces quedar mal… ¡Lo pagarás caro!

      —¿También has entrado en mi correo, no es cierto? He recibido avisos de cambios de contraseña —pregunté.

      —Acabo de decírtelo. Esto, es lo que tendrás. Y no se te ocurra contárselo a nadie, o será peor. Un día te irás a trabajar y, cuando vuelvas, habré cambiado la cerradura. Tiraré todas tus cosas. Te verás en la calle. Y ya veremos si podrás volver a ver a tu hija. Puedo acusarte de malos tratos…

      ¡No podía creer lo que estaba oyendo! ¡Todo cobró sentido! Y sólo había descubierto la punta del iceberg. ¿Era ésta la persona con quién me había casado? ¿El chico que tartamudeaba cuando se ponía nervioso? Vale, todo el mundo lo consideraba un poco rarito, pero yo creía que era su timidez lo que le impedía relacionarse correctamente. ¿Esto me estaba sucediendo a mí realmente?

      Me di cuenta de que estaba en sus manos y de que tendría que ceder a muchas cosas. Pero también de que tenía claro que no quería continuar mi vida con alguien que no tenía sentimientos, que hacía daño a la gente sin importarle nada, sólo por satisfacer su ego y dar una imagen de persona modélica.

      Hice de tripas corazón, y me encaré.

      —Ya no te quiero —le dije—. Y con esto simplemente haces que quiera seguir adelante con la decisión que he tomado. No puedes obligarme a seguir contigo. Tenemos una hija en común, y soy su madre. Por favor, si quieres a tu hija, déjame en paz. Sólo quiero vivir tranquila. No te crearé problemas. Sólo déjame ir.

      —Tu misma —contestó él—. Yo ya te he avisado.

      Y abandonó la habitación.

      Me quedé temblando, sin saber qué hacer. E hice lo único que podía hacer en ese momento. Salí de la habitación, y fui a preparar la cena.

      Realmente tiene carácter. Buen corazón, pero carácter. Trabaja en una residencia de ancianos donde los cuida, los limpia, les riñe si es necesario, pero sobre todo los mima. Siempre va a favor del más desfavorecido, sea quien sea. Y es capaz de enfrentarse a quien se le ponga por delante.

      Tuvo una infancia feliz. Dentro de las circunstancias. Porque tuvo la mala suerte de tener un hermano que cayó en el mundo de las drogas y, a pesar de que me consta que tanto ella como sus padres pusieron todos sus esfuerzos en ayudarlo, no pudieron hacer nada, ya que nadie puede ser ayudado si no quiere. Y Jorge no quiso.

      Murió cuando ella tenía quince años. Yo todavía no la conocía, y pasó mucho tiempo antes de que me contara lo sucedido.

      Realmente, fue traumático. El camello de su hermano llegó a amenazar a su madre en la entrada de su casa con un cuchillo en el cuello, ya que éste le debía dinero. Y ella lo vio todo a través de la mirilla sin atreverse a hacer nada. Creo que aquello la cambió. Y ya lo dicen: “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.

      Así que tenía claro lo que quería y lo que no quería en su vida. Era recta. Es recta. Sin excepciones. Lo correcto es correcto, y lo incorrecto no tiene explicación ni perdón ninguno.

      Hasta que no fuimos conscientes de quienes éramos en realidad, podría no haberse entendido de dónde sacaba esa fuerza para hacer frente a cualquier contratiempo sin duda alguna, sin que nada ni nadie pudiese desviarla de su camino. Ella era, y de hecho es, nuestra consciencia. La más joven, la más fuerte, la más sabia. Por eso, la verdad se nos mostró a través de ella.

      Conoció a su pareja, Rubén, de la forma más rutinaria y normal que pueden conocerse un chico y una chica. A través de una amiga en común. Fue un flechazo.

      Rubén era alto, guapo y tenía cara de buena persona. Un poco tímido, justamente lo que ella necesitaba. Pero no fue eso lo que le atrajo de él. Según me contó, hubo algo en su mirada que hizo que se enamorara en ese mismo instante. Y que lo diera todo. No como yo, afortunadamente ella es más