Lo que todo gato quiere. Ingrid V. Herrera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ingrid V. Herrera
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417142667
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aferrarla con delicadeza gracias a un cierre deslizable. Si iba a recuperarlo, lo haría gracias al medallón.

      La señora Gellar miró, angustiada, el rostro de su marido y notó cómo un relámpago iluminaba las duras facciones de él.

      El bultito pasó de las pequeñas manos de Sarah a las enormes y fuertes manos de Greg, y él lo acomodó sobre el refugio que había armado.

      Empapados y en mortal silencio, regresaron al Cadillac que los esperaba en la entrada del callejón. Volvieron a su residencia dejando atrás al gatito que se revolvía con premura en la manta. El medallón de oro centelleaba gracias a la intensa luz de la luna llena.

      

Capítulo 1

      Un gato llamado

      Sebastian

      19 años después

       Y los Escorpiones de Dancey High son campeones por

       tercera vez consecutiva!

      AJÁ. ESO ES.

      ¡NUESTRO EQUIPO ES EL MEJOR!

      El campo de rugby de la preparatoria pública Dancey High estalló en vítores y en serpentinas de color rojo y amarillo, los colores oficiales de la escuela. Los corpulentos jugadores chocaron sus cuerpos y se embarraron en el sudor de la victoria. El entrenador les dio sonoras palmadas «varoniles» en sus espaldas de gorila y algunas porristas se acercaron a besar a sus novios, miembros del equipo, y otras se quedaron saltando mientras canturreaban la porra y agitaban sus pechos y sus pompones.

      Los espectadores a favor de Dancey High chillaban en las gradas con excitación. Los perdedores de Abbott High tuvieron que salir discretamente para no ser abucheados, sin embargo, nadie se fijaba en ellos, todos estaban ocupados por los festejos.

      Todos, menos la mascota del equipo.

      La pobre persona dentro del pobre disfraz mal hecho, de un escorpión, corría por el campo mientras era perseguida por una horda de jugadores que querían lanzársele encima para festejar…

      Oh, no. La persona que estaba ahí dentro no se la estaba pasando bien, nada bien, y no le hacía ninguna gracia que los gorilas quisieran matarla.

      —Oh, parece que Escorpi no quiere un abrazo. ¡Vamos, animemos a Escorpi! —exclamó el locutor y su voz salió por los potentes altavoces distribuidos en las esquinas del campo.

      Enseguida, la porrista capitana lideró la porra en contra de Escorpi.

      Era una perra.

      —¡ES-COR-PI, ES-COR-PI, ES-COR-PI!

      En las gradas, la corearon. Eso era un complot, era alta traición.

      Ese pobre disfraz de ahí…

      La persona que corría por su vida a lo largo de todo el lodoso campo, la que ahora se encontraba en el suelo y a la que le aplastaban los jugadores, uno por uno…

      Era la pobre de Ginger.

      Todos estallaron en bulla y aplausos. Cuando Ginger pensó que ya no podía respirar más, que ya se estaba ahogando con su propio sudor y que el calor de los diez cuerpos la neutralizaba, oyó el silbato del entrenador.

      —Ya basta, aléjense de ella. Déjenla respirar, fue suficiente: bien hecho, chicos.

      Los jugadores se bajaron de Ginger y ella sintió cómo, de a poco, se reacomodaron sus órganos. Estaba enterrada en el pasto y en el lodo del campo. El entrenador Callahan tuvo que tirar de ella para sacarla mientras la chica tosía el pasto que se había tragado.

      Él le zafó la cabeza de escorpión de un tirón, y encontró a una Ginger moribunda a causa del calor. Tenía el cabello pelirrojo apelmazado por la traspiración, sus pálidas mejillas estaban sonrojadas y los parpados inferiores se veían hundidos por la deshidratación.

      —¿Estás bien? —le preguntó al tiempo en que le daba una palmada en la mejilla.

      Ginger sintió dolor, pero sabía que eso era lo más delicado que el entrenador podía ser. Como no pudo contestar, porque tosió más tierra, asintió con la cabeza.

      —Qué bueno —afirmó el hombre y se fue a festejar con sus chicos.

      Pronto, la dejaron sola en el campo. Se sacudió la tierra y el pasto pegado de su disfraz de escorpión que, viéndolo de lejos, parecía más un camarón debilucho.

      Ginger había aceptado ser la mascota porque quería estar cerca de los jugadores, bueno, en realidad, quería ser porrista, pero sabía que ni aunque Keyra y sus secuaces estuvieran drogadas y ebrias la aceptarían.

      Solo bastaba con mirarla en el pasillo, frente a su sobrio casillero, cuando todos los demás estaban personalizados; bastaba con ver la forma en que llenaba sus delgaditos brazos con libros mientras que los demás no cargaban ni con el aire; tan solo bastaba con ver su forma de vestir, al estilo estereotipo de bibliotecaria, con lentes que se oscurecen con la luz del sol y con su cabello rebelde pulcramente peinado en una trenza francesa.

      Ginger era la marginada tesorera de Dancey High, a la que, si se le caía un libro, se lo pateaban; si se le caían los lentes, se los rompían; si entraba a un salón bajo su función de tesorera escolar y decía «atención, por favor», hacían de todo menos escucharla. Incluso, solían robarle la tarea para copiarse y después la encontraba arrugada y manchada de vete a saber qué.

      Ah, y encima quería ser porrista, pero era la mascota.

      No importaba. De esa manera, podía estar cerca de los jugadores y las porristas.

      Estaba todo bien.

      En serio…

      Tal vez.

      Ginger puso la cabeza de Escorpi bajo su brazo y caminó cojeando hacia el exclusivo vestidor de las porristas que era uno de los privilegios —en realidad, el único— que gozaba: entrar en la sede de lo fashion, las minibragas y los cuerpos talla cero.

      Cada vez que Ginger entraba en ese lugar, las demás se callaban de golpe como si estuvieran hablando de ella, no obstante, desechó la idea porque eso sería un honor. No hablaban de ella, se burlaban de ella. Le metían el pie cuando pasaba o le esbozaban muecas de náuseas, como si fuera un cubo de basura al tope de moscas. La repelían.

      Sin embargo, esta vez habían llegado lejos.

      Al abrir su casillero, Ginger no encontró su ropa.

      Con creciente alarma, notó que ni siquiera estaba su mochila. Y si no estaba su mochila, no estaba su cartera, y si no estaba su cartera, no tenía dinero, y si no tenía dinero, no podría tomar el metro.

      Tenía que caminar de regreso a su casa. ¿Y si llovía? Era un hecho que llovería ¿Y si se hacía de noche? Bueno, ya era de noche. ¿Y si la asaltaban? Qué diablos, no podrían hacerlo porque no llevaba nada más que su virginidad, por lo tanto, podrían…

      —O-oigan chicas —murmuró.

      Nadie le hizo caso, todas estaban admirando la talla de sostén que utilizaba Keyra Stevens.

      —Disculpen… ¿han visto mi…?

      Terminaron de vestirse y entre fuertes carcajadas salieron azotando la puerta. Dejaron a Ginger sola con su alma.

      Todo lo que quería era quitarse el disfraz, pero no podía irse en ropa interior… sí, así es, todo lo que traía puesto era su ropa interior.

      Sin más retraso, salió del vestidor y se metió en los pasillos, empujó las puertas de cristal de la salida. La masa de alumnos se congregaba en el aparcamiento y todos comenzaron a irse en sus autos, listos para celebrar y hacer escándalo en otro lado. Ginger se vio tentada a pedir aventón, pero ¿a quién? No tenía amigos.

      Mientras caminaba por la calle Baker, mantenía la cabeza