Curso rápido para hablar en público. La voz, el lenguaje corporal, el control de las emociones, la organización de los contenidos…. Daniela Bregantin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniela Bregantin
Издательство: Parkstone International Publishing
Серия:
Жанр произведения: Самосовершенствование
Год издания: 2016
isbn: 978-1-68325-019-7
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Minotauro morirá cediendo el lugar a un mundo de relaciones dialécticas: entre mente y cuerpo, masculino y femenino, animus y ánima, fuerza exterior y fuerza interior. El logos, la razón, ha determinado el éxito de la conquista; gracias a este hilo casi invisible se ha definido la relación victoriosa. Como analogía de la razón, la palabra y el discurso, el hilo ayuda a avanzar hacia conquistas culturales y mentales más amplias, permite la conexión necesaria para seguir adelante. Y cuanto más sea capaz la palabra de crear una conexión eficaz entre las «partes», tanto mayor efecto tendrá, permitiendo de este modo modificar la realidad.

      Sin embargo, siguiendo la metáfora del mito, es importante considerar que la acción emprendida tiene un objetivo específico, y que para alcanzarlo se llevan a cabo intentos que a veces obligan a retroceder, como le habría ocurrido con seguridad a Teseo avanzando a tientas por el laberinto. Pero en esta aventura dos cosas siguen siendo seguras: el objetivo y el regreso al punto de partida.

      En un discurso resulta esencial tener un objetivo claro y poder regresar al tema inicial, cerrando el círculo. Así pues, en esencia, ¿qué es un discurso? Salir indemne del laberinto.

      Cyrano de bergerac: la pasión infinita

      Cyrano sólo parece tener en común con la máscara (es decir, el tipo fijo) del capitano de la commedia dell’arte la teatralidad y la gigantesca nariz. El capitano se vanagloria de gestas y de un valor del que carece en la misma medida en que Cyrano da muestras de un ardor y de un desprecio por el peligro fuera de lo común.

      «Pues bien, sí, es mi vicio; desagradar es mi placer. Me gusta que me odien. Querido, ¡si supieras cuánto mejor se anda cuando lo miran a uno con malos ojos![…]

      «A mí, el odio me oprime cada día como la golilla que obliga a tener siempre erguida la cabeza».

      Más bien, podríamos decir que la máscara exterior del capitano ha sido ocupada por el carácter romántico del don Quijote de Cervantes. Y, como aquel, Cyrano expresa su confianza en sí mismo y en su utopía.

      «Porque somos de los que sólo tienen por amante a un sueño forjado alrededor de un nombre…».

      Sin embargo, en Cyrano habita una conciencia inédita de la que carece su predecesor: asume su desafío, va al encuentro de su destino proclamándolo. Es el protagonista de su escena. Así, en el drama, cuando se encuentra en el teatro, no es espectador, sino que reivindica la posición del primer actor, impidiendo a Montfleury, el actor de turno, recitar y ocupando él mismo el escenario.

      «¡Os mando que guardéis silencio! ¡Y lanzo un desafío colectivo al público! […]

      «Vamos, ¿quién abre la lista? […] ¡Que todos los que quieran morir levanten el dedo!».

      Es el elogio de la teatralidad. ¿Por qué Cyrano resulta más interesante que los actores en un escenario? Porque el pathos forma parte de su naturaleza. Cyrano cree en lo que dice. Cyrano es lo que dice ser.

      No sólo, como sucederá también con Antígona, ha adoptado una posición de coherencia con respecto a sí mismo, sino que actúa y la expresa con fuerza comunicativa. Da voz a su interior.

      Cyrano es un comunicador. Es aquel que llega al corazón de los demás. Modifica los hechos con la espada y con la palabra. Persuade, ya sea con el ímpetu del discurso a los compañeros de armas, ya sea con las más finas sutilezas del discurso amoroso.

      «Roxana, adiós, voy a morir…

      «Es para esta tarde, según creo, mi bien amada. […] Nunca jamás, jamás, mis ojos, ebrios de tus miradas que eran…

      «… que fueron sus brillantes fiestas, besarán al vuelo tus menores gestos. Recuerdo ahora uno que os era familiar, al llevaros los dedos a la frente, y quisiera gritar…

      «… y grito: ¡adiós!.. Mi querida, querida mía, mi tesoro… Mi amor… Jamás os abandonó mi corazón ni por un momento, y soy – y seré en el otro mundo— aquel que os amó sin límites, aquel…».

      Sea como sea, su discurso es acción, fuerza, nunca simple descripción. De manera análoga, el orador debe conmover al público defendiendo plenamente su rol. Sus palabras han de reflejarse en su rostro, porque este es el único modo en que pueden expresarse con fuerza, para alcanzar la exquisita coherencia que permite a nuestro personaje decir:

      «No escribir jamás nada que no salga de uno mismo y decir modestamente: “Hijo mío, siéntete satisfecho de las flores, de los frutos y aun de las hojas, si son de tu jardín y tú mismo los has cosechado”».

      Antígona o la coherencia absoluta

      Según la mitología griega, Antígona, contraviniendo las órdenes de su tío, el rey Creonte, da sepultura al cuerpo de su hermano Polinices, enfrentándose con este acto de rebelión a una muerte segura.

      Creonte. Respóndeme, sin demasiadas palabras. ¿Conocías mi orden, mi prohibición?

      Antígona. La conocía. ¿Podría haberla ignorado? Era clara y notoria para todos.

      Creonte. ¿Y tú has osado subvertir las leyes?

      Antígona. Sí, porque no fue Zeus quien me las impuso. Ni la Justicia, que reside allá abajo entre los dioses del inframundo, ha establecido estas leyes para los hombres. No creía, además, que tus prohibiciones fuesen tan fuertes como para permitir a un mortal subvertir las leyes no escritas, inalterables, fijadas por los dioses; aquellas que no son ni de hoy ni de ayer, sino eternas; aquellas que nadie sabe cuándo aparecieron. ¿Podría yo, por miedo a un hombre, a la arrogancia de un hombre, dejar de considerar estas leyes frente a los dioses? Sé bien que soy mortal, ¿cómo no? ¡aunque tú no lo hayas decretado ni sancionado! Morir ahora, antes de tiempo, es un bien para mí. Hubiese sufrido en cambio, y desmesuradamente, si hubiese dejado insepulto el cuerpo muerto de un hijo de mi madre. El resto no tiene importancia. Te parecerá que me comporto como una loca. Pero quien me acusa de locura, quizás es él, el loco (Sófocles, Antígona).

      Antígona representa al personaje sin término medio, de comportamiento absolutamente coherente. Se trata de una mujer que asume plenamente consciente las duras consecuencias que tiene el oponerse a la ley en nombre de una ética superior, eterna, que se impone sobre las leyes seculares.

      Se trata de un acto que, teniendo como resultado inevitable la muerte, es la manifestación de una toma de posición superior absoluta y vital: la del alma.

      «[…] quien vive éticamente siempre tiene una vía de escape; cuando todo va en su contra, cuando la oscuridad de la tempestad desciende sobre él y ya nadie puede verlo, él no naufraga y permanece aferrado a un lugar seguro, a sí mismo» (S. Kierkegaard, Aut-Aut).

      Antígona es ella misma. Es su coherencia, y no puede actuar de forma diferente a como lo hace. Este es su punto fuerte; dado que la tragedia se apoya únicamente sobre sus hombros, su gesto adquiere un carácter universal, y lo asume hasta el final.

      En este caso, Antígona puede considerarse el paradigma de la acción que emana de la pulsión interior, que posee un poder capaz de desafiar las leyes vigentes.

      Su discurso es seco, consecuente, esencial y taxativo. Es ella quien, hablando, establece la verdad. La precisión del lenguaje que utiliza, en la moderna versión de Anouilh, se convierte en pausas temporales entre una frase y otra, dando lugar a un discurso de sala de tribunal, perfectamente adecuado con el argumento del texto: la justicia.

      Creonte. ¿Por qué has intentado sepultar a tu hermano?

      Antígona. Debía hacerlo.

      Creonte. Lo había prohibido.

      Antígona. Debía hacerlo igualmente […].

      Creonte. Era un rebelde y un traidor, lo sabes.

      Antígona. Era mi hermano.

      Creonte.