UN POCO DE HISTORIA
Se suele ubicar el nacimiento de la retórica en un lugar y un tiempo bien definidos: en Sicilia, en el siglo v a. de C. Tras el derrocamiento del último tirano de Siracusa, Trasíbulo, la ciudad regida por la democracia asistió a una serie de enfrentamientos, pronto transformados en procesos protagonizados por los ciudadanos con el objetivo de reapropiarse de los bienes que les habían sustraído los tiranos. Los directamente interesados tenían que defender su causa frente a los jueces. Entonces, el filósofo Corax, junto con su alumno Tisias, se ocupó de redactar un manual que pudiese servir a los ciudadanos para organizar mejor su discurso y hacerlo más persuasivo. De este modo apareció el primer tratado de retórica. Esto es, al menos, lo que afirma Cicerón (Bruto 46): «Dice, por tanto, Aristóteles que, cuando en Sicilia acabaron con la tiranía y después de mucho tiempo se comenzó de nuevo a hacer valer en los tribunales los derechos de los ciudadanos, entonces por primera vez (se trataba, en efecto, de gente aguda y con una capacidad innata para la discusión) los sicilianos Corax y Tisias escribieron las reglas del arte de la retórica. Anteriormente nadie hacía discursos de acuerdo con un método y una norma, aunque, en general, lo hiciesen con cuidado y de forma ordenada».
El uso de la nueva técnica pronto se consolidó incluso en Atenas. La tarea de difusión de la retórica fue realizada, entre otros, por el filósofo siciliano Gorgias y los sofistas, quienes se ocuparon de un aspecto que no corresponde tanto al desarrollo y la lógica argumentativa como a la adopción de una prosa atractiva y capaz de persuadir. Así pues, fue Gorgias quien desarrolló aquella parte que atañe a las figuras retóricas.
LA CONTRIBUCIÓN DE ARISTÓTELES
A mediados del siglo iv a. de C. Aristóteles se ocupó de definir y reorganizar el instrumento de la retórica, que consideraba una técnica capaz de promover la justicia y, como tal, «útil».
El filósofo subdividió la retórica en tres géneros: deliberativo, que se ocupa de temas políticos y éticos; judicial, cuya finalidad es acusar y defender; y demostrativo, que sirve para elogiar o denostar.
Caracterizó, además, cuatro partes, es decir, cuatro fases necesarias para la elaboración de cualquier discurso: inventio, dispositio, elocutio y actio.
• La inventio «invención», la primera fase de la elaboración, es el momento en el que, utilizando la memoria, se recuperan las ideas relacionadas con el tema en cuestión, ideas que subyacen en el inconsciente del orador.
• Mediante la dispositio «disposición» los materiales recuperados son ordenados según un esquema formado por una parte inicial (exordium o «exordio»), un cuerpo central, en el que se presentan y prueban las tesis propias, y una parte final (peroratio o «peroración»), en la que se resume el discurso y se hace un llamamiento.
• La elocutio «elocución» consiste en elegir el estilo que se dará al discurso.
• Por último, la actio «acción» es la fase de exposición del discurso, la puesta en acción.
Las tres claves del orador
Según Aristóteles, la fuerza de convencimiento del orador reside en la combinación de tres elementos: logos, pathos y ethos.
Logos
Es el componente racional: para dar credibilidad y demostrar nuestras afirmaciones es necesario argumentar.
Podemos definir el logos, la lógica, como el proceso a través del cual, partiendo de ciertas premisas, se llega a una conclusión determinada.
El logos retórico difiere del metafísico o científico, según Aristóteles, porque su finalidad no consiste en hallar la verdad, sino en persuadir al público a partir de presupuestos únicamente verosímiles.
Los instrumentos que caracterizan el logos retórico son el ejemplo y el entimema.
• El ejemplo está constituido por hechos, reales o inventados, que mediante un proceso inductivo conducen a ciertas consecuencias.
«Una especie de ejemplo consiste en hablar de hechos ocurridos anteriormente, otra en inventarlos nosotros mismos. Esta última comprende, por un lado, el símil y, por otro, la fábula […]. Las parábolas de estilo socrático son un caso de comparación, como, por ejemplo, si se dijese que los gobiernos no deben ser designados por medio de sorteo, porque equivaldría a elegir como atletas no a los hombres capaces de competir, sino a los designados por un sorteo» (Aristóteles, Retórica, II, 20, 1393a-b).
• El entimema es un tipo de deducción o de silogismo («Todos los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; por tanto, Sócrates es mortal»: el silogismo de la lógica científica se fundamenta en premisas verdaderas) que siempre parten de premisas verosímiles.
«Ningún hombre es libre, porque es esclavo del dinero o de la fortuna» (Aristóteles, Retórica, II, 22, 1394b).
Un célebre ejemplo de la aplicación de una modalidad argumentativa para refutar las tesis de los demás y defender las propias se halla en Julio César, de Shakespeare, en el fragmento en el que Antonio, fiel amigo de César, quiere restar credibilidad a las afirmaciones de Bruto, que justifica su participación en la conjura contra César sosteniendo que ha sido empujado a ello para contrarrestar la ambición del mismo. Estas son las palabras de Antonio:
«El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si tal ha sido, su falta fue muy grave y la habrá pagado terriblemente. Ahora, con permiso de Bruto y los demás, porque Bruto es un hombre honorable, y honorables son todos ellos, todos, vengo a hablar en el funeral de César. Amigo mío era, leal y justo para mí, pero Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honorable. Muchos cautivos trajo a Roma, y con sus rescates llenó las arcas públicas. ¿Pareció esto ambicioso en César? Las lágrimas de los pobres hacían llorar a César, y la ambición debería ser de índole más dura. Sin embargo, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es hombre honorable. Todos habéis visto cómo en la fiesta lupercalia le presenté tres veces una corona real, y cómo la rehusó tres veces. ¿Era esto ambición? Sin embargo, Bruto dice que era ambicioso, y por cierto que él es un hombre honorable. No hablo para reprobar lo que habló Bruto, pero estoy aquí para decir lo que sé».
Los hechos, la experiencia compartida («Todos habéis visto»), se convierten en el punto central de la demostración. No soy yo, Antonio, quien sostiene que César no era ambicioso, sino las cosas que César hizo. Los hechos.
Al respecto, recuerdo el impacto que me causaron dos diapositivas de una presentación empresarial que mostraban un mapa en el que se indicaban todos los lugares en los que la empresa tenía presencia, la primera, y el gráfico de crecimiento de la facturación, la segunda. En aquel momento me di cuenta de que la presentación era claramente argumentativa. El mensaje para el nuevo cliente era eficaz: afirmábamos ser una empresa orientada hacia la calidad y que a lo largo del tiempo había realizado elecciones estratégicas que habían dado buenos resultados. Pues bien, la presencia territorial y las cifras de la facturación daban credibilidad a nuestra afirmación.
Pathos
Es decir, el sentimiento, la pasión, la emotividad, el entusiasmo… Sin la capacidad para llegar al corazón del público, para hacer vibrar la cuerda de su sensibilidad, un discurso corre el riesgo de resultar poco incisivo. Nosotros no conocemos sólo a través del logos.
Las emociones representan otra forma de conocimiento, más profunda y sintética. Una forma de conocimiento y de cambio.
«Conocemos las cosas no sólo con la razón abstracta y