La pregunta sobre la identidad es lo que motiva a los reporteros a llenar columna tras columna en los periódicos. A principios del siglo XIX, en 1849, el juicio del profesor John Webster, un brahmán de Boston, fue el juicio más sensacionalista de su época. Webster fue juzgado por asesinato. Fue acusado de matar a otro brahmán, George Parkman, profesor de medicina en Harvard, y de cortar su cuerpo en el sótano de la Escuela de medicina. Webster estaba profundamente endeudado con Parkman, y necesitaba deshacerse de los pagarés que este último tenía, y que amenazaban a Webster con caer en la ruina financiera. El Presidente del Tribunal Supremo de la Commonwealth, Lemuel Shaw, presidió el juicio. La sala del tribunal estaba atascada diariamente por la prensa; reporteros de Boston y de periódicos de fuera de la ciudad, acudieron en masa a la sala del tribunal para ver, escuchar y difundir la noticia a un público ansioso. La evidencia contra Webster era fuerte; no obstante, ¿era posible que este hombre, perfecto hasta el extremo, cometiera un crimen tan terrible? Uno de los abogados defensores describió en resumen a Webster como un hombre que “durante más de un cuarto de siglo” había sido “un respetado profesor” en Harvard, y “el orgullo de nuestro Estado”. También era un hombre de familia: de hecho, “el centro” de su familia, un “objeto de idolatría” de sus seres queridos, un sujeto de sus “afectos más puros y santos.”24 ¿Podría un hombre realmente ser, en la base, un malvado Mr. Hyde, capaz de este acto atroz y desagradable? Pero la respuesta, para este jurado, fue claramente que sí. Encontraron a Webster culpable de los cargos. De acuerdo con la ley de Massachusetts, el castigo fue la muerte. John Webster murió en la horca en Massachusetts.
Hasta el día de hoy, las preguntas sobre la identidad —los misterios en torno a ella— son las que proporcionan ‘sazón’ a los juicios que generan titulares en los periódicos. La pregunta en estos juicios es casi la misma: ¿quiénes eran realmente los acusados? En la década de 1950, el juicio del Dr. Sam Sheppard fue quizás el juicio más sensacionalista del momento. El Dr. Sam fue acusado de asesinar a su esposa embarazada. Esto —tal como ocurrió en el juicio de Borden— parecía romper con el orden natural. El Dr. Sam era un hombre respetable, un hombre profesional, un osteópata, que vivía en los suburbios de Cleveland. También era un hombre de familia. ¿Podría también ser un cruel asesino? ¿O fue el asesinato cometido (como él afirmó) por un extraño de ‘pelo espeso’? Sheppard fue condenado en medio de una atmósfera de publicidad frenética, lo que generó que se le inicie un nuevo juicio más adelante; la Corte Suprema de los Estados Unidos señaló que su juicio fue un circo publicitario tan salvaje, tan contaminado por la locura de los medios, que lindó con los niveles de la injusticia.25 En el nuevo juicio, Sheppard fue absuelto. Con toda seguridad, a diferencia de Lizzie Borden, el Dr. Sheppard era inocente.26 En la década de 1990, el juicio de O. J. Simpson tuvo la atención del mundo. O. J. Simpson era un héroe deportivo, un ‘miembro del salón de la fama’, una celebridad de primer rango. ¿Pero podía también ser un asesino? ¿Él fue quien asesinó a sangre fría a su ex esposa, Nicole, y a una de sus amigas? El jurado absolvió a Simpson; Simpson era afroamericano, y las cuestiones de raza eran importantes en el caso. Muchos blancos consideraron que el jurado tomó la decisión equivocada, mientras que muchos negros sintieron lo contrario.
Todos estos juicios plantean preguntas sobre la identidad personal del acusado. Pero también pueden plantear —y de hecho lo hacen— preguntas más amplias sobre la identidad. En el caso de Lizzie Borden, la sociedad burguesa estaba en camino a ser juzgada. Lizzie Borden era una mujer, una ciudadana modelo, pero ¿también era culpable de un doble asesinato brutal? Si la respuesta hubiera sido que sí, esto habría tenido consecuencias devastadoras. Hubiera significado que las apariencias externas podían ser fraudes, que el comportamiento honorable podía ser una fina capa, un ‘pueblo de Potemkin’; y que si uno volteaba la roca, todo tipo de alimañas podrían salir arrastrándose.
Un tema similar resuena en muchos juicios famosos. El Dr. Harvey Crippen fue acusado en un famoso juicio inglés.27 Crippen era un osteópata nacido en Estados Unidos, que se había mudado a Inglaterra con su segunda esposa, Cora. Sin embargo, de pronto, Cora desapareció misteriosamente en 1910. Crippen, mientras tanto, había empezado a vivir con una amante, afirmando que su esposa había regresado a los Estados Unidos; pero su versión sobre los planes de ella y las razones de por qué se había ido eran inconsistentes. La gente comenzó a sospechar, hasta que Scotland Yard encontró un torso humano enterrado bajo el piso del sótano de Crippen. El resto del cuerpo nunca fue encontrado. Mientras tanto, Crippen estaba en un barco con destino a América, junto con su amante (disfrazada de un chico joven). Las autoridades arrestaron a Crippen (en aguas canadienses) y lo enviaron de regreso a Inglaterra. Fue llevado a juicio y acusado de asesinar a su esposa. Crippen insistió en su inocencia; pero el jurado, luego de un breve período de deliberación, lo encontró culpable. Fue ahorcado en noviembre de 1910.
Crippen solía ser descrito como una persona ‘muy amable y equilibrada’. Parecía alguien perfectamente normal, muy lejos de la imagen usual de un asesino. Hubo algunos elementos durante su juicio similares a los del caso de Lizzie Borden: el conflicto existente en el crimen mismo, y la apariencia y hábitos del acusado. ¿Era posible que este doctor, un hombre de baja estatura que usaba anteojos, fuera en realidad un cruel asesino? ¿Un hombre que podría matar a su esposa, cortarla en pedazos y enterrar parte de su cuerpo debajo del piso del sótano? En este caso, el jurado creyó que sí, pese a que Crippen insistió en todo momento en su inocencia. Algunas dudas persisten hasta el día de hoy. Por ejemplo, un equipo de investigadores estadounidenses insiste en que el cuerpo en el sótano no era el de la esposa de Crippen, bajo la base del ADN mitrocondrial tomado de las nietas de Cora Crippen. Según afirman, este ADN no coincide con el ADN del torso que se encontró debajo del sótano.28
A veces, el mismo hecho de que un caso se llevara a juicio tenía un significado más amplio. Significaba desenmascarar, o tratar de desenmascarar, una sórdida realidad. Significaba arrastrarse a una habitación oscura para mirar el retrato de Dorian Gray. Significaba cuestionar la probidad, la ética, incluso la cordura de personas prominentes, personas respetables, personas que mostraban al mundo solo su lado de Dr. Jekyll. Esto también fue así en aquellos juicios que surgieron a partir de escándalos sexuales. En un juicio estadounidense sensacionalista en 1875, alguien acusó señalando a Henry Ward Beecher, el clérigo más famoso y respetado del país. El demandante, Theodore Tilton, insistió en que Beecher, el conocido hombre de Dios, estaba profundamente empapado en pecado: Beecher —afirmó Tilton— había cometido adulterio con su esposa. Tilton señaló que este líder de la vida religiosa estadounidense tenía una identidad sexual secreta. El jurado, al final, no pudo ponerse de acuerdo. El juicio no terminó con una decisión estruendosa, sino más bien con “el quejido de un jurado colgado.”29
El caso Loeb-Leopold, en 1924, ha sido llamado el juicio del siglo30 (aunque ha habido otros candidatos para este título). Dos jóvenes ricos en Chicago, estudiantes universitarios, que tenían todas las ventajas en la vida, asesinaron a un niño llamado Bobby Franks, que era el primo de uno de los asesinos, a quien ellos habían recogido mientras el niño caminaba hacia su casa. Richard Loeb y Nathan Leopold, los asesinos, provenían de entornos similares: eran compañeros de clase en la universidad y habían formado un fuerte vínculo, quizás uno con connotaciones sexuales. Leopold, en particular, era un estudiante brillante, un maestro de idiomas; y también