Para mostrarlo, debo considerar como conocido y hasta obvio que los análisis de Austin requieren permanentemente un valor de contexto, e incluso de contexto exhaustivamente determinable, de derecho o teleológicamente; y la larga lista de fracasos [échecs] (infelicities)* de tipo variable que podrían afectar al acontecimiento del performativo, siempre vuelven a un elemento de lo que Austin denomina el contexto total.6 Uno de estos elementos esenciales –y no uno entre otros– sigue siendo [reste] clásicamente la conciencia, la presencia consciente de la intención del sujeto hablante en la totalidad de su acto locutorio. De este modo, la comunicación performativa deviene nuevamente [redevient] comunicación de un sentido intencional,7 incluso si este sentido no tiene referente en la forma de una cosa o de un estado de cosas anterior o exterior. Esta presencia consciente de locutores o receptores partícipes en la realización de un performativo, su presencia consciente e intencional en la totalidad de la operación, implica teleológicamente que ningún resto [reste] escapa a la totalización presente. Ningún resto, ni en la definición de las convenciones requeridas, ni en el contexto interno y lingüístico, ni en la forma gramatical ni en la determinación semántica de las palabras empleadas; ninguna polisemia irreductible, es decir, ninguna “diseminación” que escape al horizonte de la unidad del sentido. Cito las dos primeras conferencias de How to do things with words: “Hablando en términos generales, siempre es necesario que las circunstancias en que las palabras se expresan sean apropiadas, de alguna manera o maneras. Además, de ordinario, es menester que el que habla, o bien otras personas deban también llevar a cabo otras acciones (autres actions [añadido de J. D.]) determinadas ‘físicas’ o ‘mentales’, o aun actos que consisten en expresar otras palabras. Así, para bautizar el barco, es esencial que yo sea la persona designada a esos fines; para contraer matrimonio (cristianamente) es esencial que no esté casado con una mujer viva, que esté espiritualmente sano y no divorciado, etc., para que tenga lugar una apuesta, es generalmente necesario que haya sido aceptada por otro (el que tiene que haber hecho algo, por ejemplo, haber dicho ‘aceptado’); y difícilmente hay un obsequio si digo ‘te doy esto’ pero jamás entrego el objeto. Hasta aquí no hay problemas.” (pp. 49-40).*
En la Segunda Conferencia, después de haber desechado, como lo hace regularmente, el criterio gramatical, Austin examina la posibilidad y el origen de los fracasos o de las “desgracias” de la enunciación performativa. Define, entonces, las seis condiciones indispensables, sino suficientes, del éxito. A través de los valores de “convencionalidad”, de “corrección” y de “integralidad” que intervienen en esta definición, nosotros encontramos necesariamente los de contexto exhaustivamente definible, de conciencia libre y presente en la totalidad de la operación, de querer-decir absolutamente pleno y dueño de sí mismo: jurisdicción teleológica de un campo total cuya intención sigue siendo [reste] el centro organizador.8 El enfoque [démarche] de Austin es muy notable y típico de esta tradición filosófica con la cual él querría tener tan poca relación. Ésta consiste en reconocer que la posibilidad de lo negativo (aquí, de las infelicities) es una posibilidad ciertamente estructural, que el fracaso es un riesgo esencial de las operaciones consideradas; entonces, en un gesto casi inmediatamente simultáneo, en el nombre de una suerte de regulación ideal, excluye este riesgo como riesgo accidental, exterior, y no nos enseña nada sobre el fenómeno de lenguaje considerado. Esto es tanto más curioso, con todo rigor insostenible, en cuanto Austin denuncia con ironía el “fetiche” de la oposición value/fact.
Así por ejemplo, a propósito de la convencionalidad sin la cual no hay performativo, Austin reconoce que todos los actos convencionales están expuestos al fracaso: “…parece evidente al principio que los fracasos –aunque han comenzado a interesarnos vivamente (o no han logrado atraernos) en conexión con ciertos actos que (en todo o en parte) consisten en emitir palabras– son una afección a la que están expuestos todos los actos que poseen el carácter de ser rituales o ceremoniales, esto es, todos los actos convencionales. Por cierto que no todo ritual está expuesto a todas y cada una de estas formas de fracaso (pero esto tampoco ocurre con todos los enunciados performativos)” (p. 60, Austin subraya [Trad. esp. modif.]).
Además de todas las cuestiones planteadas por esta noción históricamente tan sedimentada de “convención”, hace falta señalar aquí:
1) Que Austin parece considerar en este preciso lugar sólo la convencionalidad que forma la circunstancia del enunciado, su entorno contextual y no una cierta convencionalidad intrínseca de lo que constituye la locución misma, todo lo que se resumiría, para ir rápido, bajo el título problemático de la “arbitrariedad del signo”; lo que extiende, agrava y radicaliza la dificultad. El “rito” no es una eventualidad, sino, en tanto que iterabilidad, un rasgo estructural de toda marca.
2) Que el valor de riesgo o de exposición al fracaso, aunque puede afectar a priori, Austin lo reconoce, la totalidad de los actos convencionales, no es interrogado como predicado esencial o como ley. Austin no se pregunta qué consecuencias surgen del hecho de que un posible –que un posible riesgo– sea siempre posible o, en cierto modo, una posibilidad necesaria. Y si, siendo reconocida una tal posibilidad necesaria del fracaso, ésta constituye aún un accidente. ¿Qué es un éxito [réussite] cuando la posibilidad del fracaso sigue constituyendo su estructura?
La oposición éxito/fracaso de la ilocución o de la perlocución parece aquí, por tanto, muy insuficiente y muy derivada. Ésta presupone una elaboración general y sistemática de la estructura de la locución que evitaría esta alternancia sin fin de la esencia y del accidente. Ahora bien, es muy significativo que Austin rechace esta “teoría general”, la difiera al menos dos veces, especialmente en la Segunda Conferencia. Dejo de lado la primera exclusión (“No quiero entrar aquí en la teoría general correspondiente; en muchos de estos casos podemos incluso decir que el acto estaba ‘vacío’ (o que se podría considerar ‘vacío’, por un acto de coacción o por influencia indebida), etc. Supongo que una teoría general de muy alto nivel podría abarcar en una sola vez lo que hemos llamado fracasos y estos otros accidentes ‘desdichados’ [‘malheureux’] que se pueden presentar en la ejecución de acciones (en nuestro caso, de acciones que contienen una enunciación performativa). Pero no nos ocuparemos de este otro tipo de ‘desdichas’; sólo tendremos que recordar, sin embargo, que este tipo de acontecimientos pueden producirse siempre, y que se producen siempre, de hecho, en algún caso de los que discutíamos. Las características de este tipo podrían figurar normalmente bajo la rótula de ‘circunstancias atenuantes’ o ‘factores que reducen o eliminan la responsabilidad del agente’, etc.” (pp. 62-63, Subrayado mío. [Trad. esp. modif.]). El segundo acto de esta exclusión concierne más directamente a nuestro propósito. Se trata justamente de la posibilidad para toda enunciación performativa de ser “citada” (y a priori, por cualquier otra). Ahora bien, Austin excluye esta eventualidad (y la teoría general que la explicaría) con una suerte de encarnizamiento lateral, lateralizante pero aún más significativo. Él insiste sobre el hecho de que esta posibilidad permanece [reste] anormal, parasitaria, que constituye una suerte de extenuación, incluso de agonía del lenguaje que hace falta firmemente mantener a distancia, o respecto de la cual hace falta desviarse resueltamente. Y el concepto de lo “ordinario” y, por tanto, de “lenguaje ordinario” al que recurre, está claramente marcado por esta exclusión. Esto se vuelve aún más problemático y, antes de mostrarlo, sin duda es mejor que simplemente lea un párrafo de esta Segunda Conferencia:
“II. En segundo lugar: en tanto que enunciaciones, nuestros performativos están expuestos igualmente a ciertas especies de males que afectan a toda enunciación. A estos males –aunque podrían a su vez ser englobados en una teoría más general– también queremos excluirlos expresamente de nuestro presente propósito. Me refiero, por ejemplo, a lo siguiente: una enunciación performativa será hueca o vacía de una manera particular