Antes de precisar las consecuencias inevitables de estos rasgos nucleares de toda escritura, (a saber: 1) la ruptura con el horizonte de la comunicación como comunicación de conciencias o de presencias y como transporte lingüístico o semántico del querer-decir; 2) la sustracción de toda escritura al horizonte semántico o al horizonte hermenéutico que, en tanto al menos como horizonte de sentido, se deja reventar [crever]*por la escritura; 3) la necesidad de separar [écarter], en cierto modo, del concepto de polisemia lo que he llamado en otro lugar diseminación y que es también el concepto de escritura; 4) la descalificación o el límite del concepto de contexto, “real” o “lingüístico”, del que la escritura hace la determinación teórica o la saturación empírica, imposibles o, con todo rigor, insuficientes), me gustaría demostrar que los rasgos que se pueden reconocer en el concepto clásico y estrechamente definido de escritura son generalizables. Estos valdrían no sólo para todos los órdenes de “signos” y para todos los lenguajes en general sino también, más allá de la comunicación semio-lingüística, para todo el campo de lo que la filosofía llamaría la experiencia, incluso la experiencia del ser: la denominada “presencia”.
¿Cuáles son, en efecto, los predicados esenciales en una determinación mínima del concepto clásico de escritura?
1) Un signo escrito, en el sentido corriente de esta palabra, es pues una marca que queda [reste], que no se agota en el presente de su inscripción y que puede dar lugar a una iteración en la ausencia y más allá de la presencia del sujeto empíricamente determinado que, en un contexto dado, la ha emitido o producido. Esto es por lo cual, al menos tradicionalmente, se distingue la “comunicación escrita” de la “comunicación hablada”.
2) Al mismo tiempo, un signo escrito comporta una fuerza de ruptura con su contexto, es decir, el conjunto de las presencias que organizan el momento de su inscripción. Esta fuerza de ruptura no es un predicado accidental, sino la estructura misma de lo escrito. Si se trata del contexto denominado “real”, lo que acabo de adelantar es muy evidente. Forman parte de este pretendido contexto real un cierto “presente” de la inscripción, la presencia del escritor en lo que ha escrito, todo el ambiente y el horizonte de su experiencia y sobre todo la intención, el querer-decir, que animaría en un momento dado su inscripción. Pertenece al signo, con derecho, ser legible tanto si el momento de su producción está perdido irremediablemente como si yo no sé lo que su pretendido autor-escritor ha querido decir en conciencia y en intención en el momento en que lo ha escrito, es decir, abandonado a su deriva esencial. Con respecto al contexto semiótico e interno, la fuerza de ruptura no es menor: debido a su iterabilidad esencial, siempre se puede retirar un sintagma escrito fuera del encadenamiento en el cual está asumido o dado, sin hacerle perder toda posibilidad de funcionamiento, sino, precisamente, toda posibilidad de “comunicación”. Se puede, eventualmente, reconocerle otras posibilidades al inscribirlo o injertarlo [greffant] en otras cadenas. Ningún contexto puede cerrarse sobre sí. Ni ningún código, siendo el código aquí, a la vez, la posibilidad y la imposibilidad de la escritura, puede cerrar su iterabilidad esencial (repetición/alteridad).
3) Esta fuerza de ruptura se debe al espaciamiento que constituye al signo escrito: espaciamiento que lo separa de los otros elementos de la cadena contextual interna (posibilidad siempre abierta de su extracción y de su injerto), pero también de todas las formas del referente presente (pasado o futuro en la forma modificada del presente pasado o futuro), objetivo o subjetivo. Este espaciamiento no es la simple negatividad de una laguna, sino el surgimiento de la marca. No queda [reste], por tanto, como trabajo de lo negativo al servicio del sentido, del concepto viviente, del telos, relevable y reducible en la Aufhebung de una dialéctica.
Estos tres predicados, con todo el sistema que aquí se añade, ¿están reservados, como tan a menudo se cree, a la comunicación “escrita”, en el sentido estricto de esta palabra? ¿No los reencontramos en todo lenguaje, por ejemplo en el lenguaje hablado y, en el límite, en la totalidad de la “experiencia” en tanto que ella no se separa de este campo de la marca, es decir, en la red del borramiento y de la diferencia, de este campo de unidades de iterabilidad, de unidades separables de su contexto interno o externo y separables de sí mismas, en tanto que la iterabilidad misma que constituye su identidad jamás les permite ser una unidad idéntica a sí?
Consideremos cualquier elemento del lenguaje hablado, una unidad pequeña o grande. Primera condición para que funcione: su localización con respecto a un determinado código; aunque prefiero no comprometer demasiado aquí este concepto de código, que no me parece seguro. Digamos que una cierta identidad a sí de este elemento (marca, signo, etc.) debe permitir el reconocimiento y la repetición. A través de las variaciones empíricas del tono, de la voz, etc., eventualmente de un cierto acento, por ejemplo, hace falta poder reconocer la identidad, digamos, de una forma significante. ¿Por qué esta identidad es paradójicamente la división o la disociación de sí, que va a hacer de este signo fónico un grafema? Es que esta unidad de la forma significante no se constituye sino por su iterabilidad, por la posibilidad de ser repetida en la ausencia no sólo de su “referente”, lo que es evidente, sino en la ausencia de un significado determinado o de la intención de significación actual, así como de toda intención de comunicación presente. Esta posibilidad estructural de ser separado [sevrée] del referente o del significado (por lo tanto, de la comunicación y de su contexto) me parece que hace de toda marca, aunque sea oral, un grafema en general, es decir, como hemos visto, la restancia [restance] no-presente de una marca diferencial apartada de su pretendida “producción” u origen. Y yo extendería incluso esta ley a toda “experiencia” en general, si se acepta que no hay experiencia de presencia pura sino sólo de cadenas de marcas diferenciales.
Quedémonos un poco en este punto y volvamos sobre esta ausencia de referente e incluso del sentido significado, por tanto, de la intención de significación correlativa. La ausencia del referente es una posibilidad muy fácilmente admitida en la actualidad. Esta posibilidad no es solamente una eventualidad empírica. Construye la marca; y la presencia eventual del referente en el momento en que es designado, nada cambia la estructura de una marca que implica que puede prescindir de ella. Husserl en sus Investigaciones lógicas, había analizado muy rigurosamente esta posibilidad. Ésta, es doble:
1) Un enunciado cuyo objeto no es imposible sino solamente posible puede muy bien ser proferido y oído sin que su objeto real (su referente) esté presente, sea ante quien produce el enunciado, sea ante quien lo recibe. Si, mirando por la ventana, yo digo: “El cielo es azul”, este enunciado será inteligible (digamos provisionalmente, si ustedes quieren, comunicable) incluso si el interlocutor no ve el cielo; incluso si yo mismo no lo veo, si lo veo mal, si me equivoco o si quiero engañar a mi interlocutor. No es que sea siempre así; pero pertenece a la estructura de posibilidad de este enunciado, poder estar formado y poder funcionar como referencia vacía o apartada [coupée] de su referente. Sin esta posibilidad, que es también la iterabilidad general, generable y generalizadora de toda marca, no habría enunciado.
2) La ausencia del significado. También lo analiza Husserl. Él la juzga siempre posible, incluso si, según la axiología y la teleología que dirigen su análisis, juzga esta posibilidad como inferior, peligrosa o “crítica”: ésta abre el fenómeno de crisis del sentido. Esta ausencia del sentido puede propagarse según tres formas:
A)