Planteo, entonces, la siguiente cuestión: ¿es esta posibilidad general forzosamente la de un fracaso o una trampa en la cual el lenguaje puede caer o perderse como en un abismo situado fuera o ante él? ¿Qué pasa con el parasitaje? En otros términos, ¿la generalidad del riesgo admitida por Austin, rodea el lenguaje como una suerte de foso, un lugar de perdición externo del cual la locución siempre podría no salir, que podría evitar quedándose en casa [restant chez soi], en sí, al abrigo de su esencia o de su telos? O bien, ¿este riesgo es, al contrario, su condición de posibilidad interna y positiva?, ¿este afuera de su adentro?, ¿la fuerza misma y la ley de su surgimiento? En este último caso, ¿qué significaría un lenguaje “ordinario” definido por la exclusión de la ley misma del lenguaje? ¿Es que al excluir la teoría general de este parasitaje estructural, Austin, que sin embargo pretende describir los hechos y los acontecimientos del lenguaje ordinario, nos hace pasar por lo ordinario una determinación teleológica y ética (univocidad del enunciado –respecto del cual, en otra parte reconoce que sigue siendo un “ideal” filosófico, p. 117 [tr. fr. p. 93]–, presencia a sí de un contexto total, transparencia de las intenciones, presencia del querer-decir por la unicidad absolutamente singular de un speech act, etc.)?
Porque, después de todo, lo que Austin excluye como anomalía, excepción, “no-serio”,9 la citación (sobre la escena, en un poema, o en un soliloquio), ¿no es la modificación determinada de una citacionalidad general –de una iterabilidad general, más bien– sin la cual ni siquiera habría un performativo “exitoso”? De tal suerte que –consecuencia paradójica pero ineludible– un performativo exitoso es forzosamente un performativo “impuro”, por retomar la palabra que Austin adelantará cuando, más adelante, reconozca que no hay performativo “puro” (pp. 196, 186, 153 [tr. fr. pp. 152, 144, 119]).10
Tomo ahora las cosas del lado de la posibilidad positiva y no ya sólo del fracaso: ¿sería posible un enunciado performativo, si un doblez [doublure]* citacional no viniera a escindir, a disociar de sí misma la singularidad pura del acontecimiento? Planteo la pregunta bajo esta forma para prevenir una objeción. En efecto, se podría decirme: usted no puede pretender dar cuenta de la estructura denominada grafemática de la locución, a partir de la sola ocurrencia de los fracasos del performativo si estos fracasos pueden ser tan reales, ya sea efectiva o general su posibilidad. Usted no puede negar que también hay performativos exitosos y hace falta que nos demos cuenta: se abren sesiones, Paul Ricoeur lo ha hecho ayer, se dice: “Planteo una cuestión”, se apuesta, se desafía, se lanzan los barcos y a veces, incluso, uno se casa. Este tipo de acontecimientos, al parecer, se producen. Y si uno solo de ellos hubiera tenido lugar una sola vez, todavía debe ser tomado en cuenta.
Yo diría “puede ser”. En primer lugar, hace falta entenderse aquí sobre lo que es el “producirse” o la acontecimentalidad de un acontecimiento que supone, en su surgimiento pretendidamente presente y singular, la intervención de un enunciado que en sí mismo no puede ser sino de estructura repetitiva o citacional o, más bien, ya que estas dos últimas palabras se prestan a confusión, iterable. Vuelvo, así, a ese punto que me parece fundamental y que concierne ahora al estatuto del acontecimiento en general, del acontecimiento del habla o por el habla, de la extraña lógica que supone y que queda [reste] a menudo desapercibida.
¿Un enunciado performativo podría tener éxito si su formulación no repitiera un enunciado “codificado” o iterable, dicho de otra manera, si la fórmula que pronuncio para abrir una sesión, lanzar un barco o iniciar un matrimonio no fuera identificable como conforme a un modelo iterable, si, por tanto, no fuera identificable de alguna manera como “citación”? No es que la citacionalidad sea aquí del mismo tipo que en una pieza teatral, una referencia filosófica o en la recitación de un poema. Esto es que hay una especificidad relativa, como lo denomina Austin, una “pureza relativa” de los performativos. Pero esta pureza relativa no se remueve contra la citacionalidad o la iterabilidad, sino contra otras especies de iteración en el interior de una iterabilidad general que fractura la pureza pretendidamente rigurosa de todo acontecimiento de discurso, o de todo speech act. Hace falta, entonces, menos que oponer la citación o la iteración a la no-iteración de un acontecimiento, construir una tipología diferencial de formas de iteración, suponiendo que este proyecto sea sostenible y que pueda dar lugar a un programa exhaustivo, cuestión que me reservo aquí. En esta tipología, la categoría de intención no desaparecerá, tendrá su lugar, pero, desde este lugar, ya no podrá controlar [commander] toda la escena y todo el sistema de la enunciación. Sobre todo, trataremos entonces con diferentes tipos de marcas o de cadenas de marcas iterables y no con una oposición entre, por una parte, enunciados citacionales y, por otra, enunciados-acontecimientos singulares y originales. La primera consecuencia será la siguiente: dada esta estructura de iteración, la intención que anima la enunciación jamás será, de punta a cabo, presente a sí misma y a su contenido. La iteración que la estructura a priori introduce una dehiscencia y una rotura [brisure] esenciales. Lo “no-serio”, la oratio obliqua, no podrían ser ya excluidos, como deseaba Austin, del lenguaje “ordinario”. Y si se pretende que este lenguaje ordinario, o la circunstancia ordinaria del lenguaje, excluyan la citacionalidad o la iterabilidad general, ¿esto no significa que lo “ordinario” en cuestión, la cosa y la noción, abrigan un señuelo, que es el señuelo teleológico de la conciencia, de la cual quedan por analizar las motivaciones, la necesidad indestructible y los efectos sistemáticos? Sobre todo, esta ausencia esencial de la intención en la actualidad del enunciado, esta inconsciencia estructural, si ustedes quieren, prohíbe toda saturación del contexto. Para que un contexto sea exhaustivamente determinable, en el sentido requerido por Austin, haría falta al menos que la intención consciente sea totalmente presente y actualmente transparente a sí misma y a los otros, ya que es un centro [foyer] determinante del contexto. El concepto o la demanda del “contexto” parece, así, sufrir aquí de la misma incertidumbre teórica e interesada que el concepto de lo “ordinario”, de los mismos orígenes metafísicos: discurso ético y teleológico de la conciencia. Una lectura de las connotaciones, esta vez del texto de Austin, confirmaría la lectura de las descripciones; acabo de indicar el principio.
La différance, la ausencia irreductible de la intención o de la asistencia al enunciado performativo, el enunciado más “acontecimental”, es lo que me autoriza, dados los predicados que he recordado hace un momento, a plantear la estructura grafemática general de toda “comunicación”. Con todo, no sacaría como consecuencia que no hay ninguna especificidad relativa de los efectos de conciencia, de los efectos de habla (por oposición a la escritura en sentido tradicional), que no hay ningún efecto performativo, ningún efecto del lenguaje ordinario, ningún efecto de presencia ni de acontecimiento discursivo (speech act). Simplemente, estos efectos no excluyen aquello que en general se les opone término a término, al contrario, lo presuponen de manera disimétrica, como el espacio general de su posibilidad.
Firmas
Este espacio general, es en principio el espaciamiento como disrupción de la presencia en la marca, de aquello que denomino aquí la escritura. Del hecho de que todas las dificultades encontradas por Austin se crucen en el punto donde, a la vez, están en cuestión la presencia y la escritura, vería un indicio en un pasaje