De hecho, la persistencia aparente del mal está enraizada en la voluntad de los seres humanos. La gente adora a la Bestia por su propia voluntad y Dios no quiere limitar ese libre albedrío (Apoc. 13:4). Adorar a la Bestia o no, ese es el problema de la decisión moral de cada persona, sea cristiana o no. Con todo eso el autor del Apocalipsis muestra con claridad que Dios dirige los rumbos de la historia social cuyo objetivo final es la salvación del género humano. Esa idea fue crucial en la obra de Gregorio López.
A lo largo de la historia Dios permite que pasen cosas malas y al mismo tiempo limita la eficacia de la maldad, y castiga a los pecadores. Los ejemplos de tales castigos se ven en el ciclo de las siete trompetas, cuyas imágenes se ven parecidas a las plagas de Egipto descritas en el libro del Éxodo (7-12). Esos castigos tienen como objetivo llevar a los pecadores a la penitencia, lo que se deduce de las palabras que concluyen ese ciclo: “Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver ni oír, ni andar; y no se arrepintieron de sus homicidios ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos” (Apoc. 9: 20-21).
El castigo inevitable de los malhechores se dibuja en las visiones escatológicas de las siete redomas de la ira de Dios que llevan las plagas a los seguidores de la Bestia. Lo mismo se revela en la visión de la condena de Babilonia, la megalópolis violenta y cosmopolita cuyos habitantes se oponen a Dios. En el capítulo 19 se describe la segunda y gloriosa venida de Jesucristo. Después de la batalla escatológica final cuya descripción detallada no está en el texto, Jesucristo supera a los enemigos por sus fuerzas y por eso todos los adversarios son aniquilados casi de inmediato: la Bestia y el falso profeta se arrojan “dentro de un lago de fuego que arde con azufre” (19:20). Gregorio López vincula esos episodios escatológicos con las persecuciones de Diocleciano que terminan con el triunfo de la Iglesia.[66]
La aparición de la ciudad celeste de la Nueva Jerusalén es el final escatológico de todo el libro que habrá de manifestar la renovación de toda la criatura. La historia humana se termina no con los desastres y las catástrofes que iban a destrozar la tierra, sino con la transformación de la propia tierra, con el triunfo de la alegría que tendrá que experimentar cualquier alma humana al entrar a la presencia de Dios. Así lo comenta Gregorio López:
Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, quieres decir, quitarles a toda cosa de pena; y el que creyere que ha de poseer tal presencia, no se le hará difícil creer esto, y no habrá más muerte, porque estarán vivos con la vida; ni tristeza, porque tendrán alegría; ni clamor, porque poseerán todo lo que pueden desear; ni dolor, porque estarán en salud, y porque esta merced ha de ser para siempre, dice: porque estas cosas primeras se fueron; de manera que no quedará de ellas más que la memoria para alegrarse de los días en que fueron humillados.[67]
Hay que notar que esa descripción escatológica no se presenta como algo remoto o perteneciente al futuro inalcanzable. Algunos elementos que describen la Nueva Jerusalén se encuentran presentes en las epístolas a las siete iglesias de Asia. Cada mensaje tiene la siguiente estructura: se señalan las virtudes y la insuficiencia de cada comunidad, se delimitan las tareas para cumplir, luego sigue la exhortación a dar testimonio al mundo con valentía y al final se da la promesa a todos que saldrán vencedores. “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén” (Apoc. 3:12), lo que es, según Gregorio López, “la visión perfecta, la cual descendió del cielo en Apóstoles y Fieles”.[68] Es decir, cada cristiano vencedor se hace partícipe de la ciudad celeste de la nueva Jerusalén y así se anticipa la plenitud escatológica del mundo futuro.
El núcleo de toda la narrativa del Apocalipsis está en la visión del Trono de Dios en el capítulo 5, cuando Jesucristo, representado como Cordero, logra abrir el misterioso libro de los siete sellos y luego todos los seres celestiales que se encuentran presentes adoran a Dios y a su cordero. Jesucristo crucificado y resucitado redimió a todo el género humano y por eso se glorificó como igual a Dios. En ese acto se ve el eje de la historia mundial, su punto focal. Para Gregorio López, con la apertura de los cinco sellos comienza el cumplimiento de las profecías escatológicas; el reinado del emperador Trajano es el periodo inicial para contextualizar la narrativa apocalíptica. No es casual que en los capítulos 4 y 5 empieza el ciclo de las visiones celestiales. Con esos enfoques dramatúrgicos se anticipa el buen final para el libro: el triunfo total de Dios y de Jesucristo descrito en el inicio del ciclo de las visiones precede a todas las etapas de las plagas apocalípticas y marca la fragilidad de la victoria temporal de las fuerzas del mal.
Una herramienta estructural parecida se aplica en el capítulo 10. El ángel fuerte “levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (10:6-7). Todo lo que el ángel había prometido, se cumplió en el siguiente capítulo, y ese momento se describe como el punto culminante: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (11:15). Y luego: “Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo” (11:19). Resuena el himno en que se proclama el establecimiento del reino de Dios y se anticipan los siguientes acontecimientos que han de pasar, pero ya se prevé la consumación del drama escatológico y toda la subsecuente narración ya está marcada por los indicios de la realización de los diseños de Dios.
Los tres siguientes capítulos del Apocalipsis (11, 12 y 13) representan simbólicamente la persecución de la Iglesia por el dragón y la lucha entre la Bestia y el pueblo de Dios. En el contexto de la narrativa apocalíptica podemos deducir que esos acontecimientos tienen que ver con el periodo histórico desde la resurrección de Jesucristo hasta su segunda venida.[69] Gregorio López concretiza ese periodo y lo localiza cronológicamente en el reinado de los Severos, de Maximino, Decio y Valeriano. Las persecuciones de aquellos emperadores son unas de las más crueles, sin embargo, en la perspectiva celestial ya se sabe el resultado de esa lucha y se indica en el capítulo 11.
En Apoc. 11-13 se pone más atención al tema del martirio en el contexto del testimonio y la muerte de los dos testigos, cuyos cuerpos quedan tres días sin ser sepultados. Ese final parece pesimista, pero a continuación se le indica al lector que los esfuerzos de los dos testigos no han sido en vano porque rendirán buenos frutos. En el fragmento 12:11 se dice que los cristianos vencieron al diablo con la sangre del Cordero. Gregorio López hace el siguiente comentario: “Bendito sea Dios, que fue vencido el diablo acusador de nuestros hermanos los buenos, los cuales le vencieron por la gracia de Dios dada a ellos por la sangre de su hijo, y por la fe pusieron sus vidas”.[70] Lo dicho implica que el martirio es la iniciación mística por la cual los cristianos se hacen partícipes del triunfo del Cordero, que había asestado un formidable golpe a Satanás con su crucifixión voluntaria.
Para concluir, conviene mencionar que al interpretar el Apocalipsis se debe tomar en cuenta la realidad histórica del autor y sus primeros lectores; veremos, por tanto, la interpretación del contexto histórico del Apocalipsis según la interpretación de Gregorio López. De manera que el tema central del libro es la reflexión sobre el sufrimiento de los justos y la revancha de la justicia, que se manifiesta en castigar a los malhechores. La descripción de plagas, desastres