La narrativa de la vida de Gregorio López lleva todos los clichés y temas hagiográficos propios de la tradición cristiana a partir de la época tardoantigua, como, por ejemplo, el tema del puer senex, el niño anciano que no tuvo infancia.[33] La narrativa de Losa, a partir de cierto momento, aparece como testimonio de primera mano; incluso, según la nota de Rubial García, “parece que el autor llevaba un diario, ya que a menudo menciona fechas con gran exactitud”.[34]
El cargo del arzobispo Pedro Moya de Contreras, presentado en los años 1577 y 1578, fue el resultado de los rumores que provocó Gregorio López con su conducta de ermitaño, por haberse encontrado fuera de cualquier orden religiosa y con sus prácticas tan raras que habían provocado sospechas de haber profesado algún tipo de herejía. Encargó a los padres Francisco Losa y Alonso Sánchez de la Compañía de Jesús que investigaran las creencias de López; mientras tanto aquellos, “luego de examinar a Gregorio minuciosamente en materias de fe, satisfechos de su religiosidad, rindieron un informe tan cumplido en su favor, que, a consecuencia de él, el propio arzobispo hízole regalar y visitar con frecuencia”.[35]
Al llegar a México, Gregorio López alcanzó a ganar algún dinero trabajando con el escribano Eligio san Román y con el secretario Filomeno Turcios.[36] Desilusionado de la forma de vida que se llevaba en la capital del virreinato decidió irse a Zacatecas, pero unos cuantos días resultaron suficientes “para que presenciara un lance que mucho le impresionó: un día, en la plaza mayor de la ciudad de la plata y del frío, y en el momento de partir unos carros que llevaban el metal codiciado para la capital de la Nueva España, vio gran confusión, y Babilonia de pleitos, juramientos, perjurios, amenazas, riñas y pendencias, y que dos echaron mano a las espadas, y en el mismo punto se hirieron de suerte que a un mismo tiempo cayeron muertos”.[37] Entonces, de ninguna manera veía la Ciudad de México como una representación deseada de la Nueva Jerusalén, al contrario, tal vez la veía como encarnación de Babilonia por su “confusión”. Así que la decisión de López de huir a los lugares más desiertos y despoblados fue más que firme.[38]
Podemos cerciorarnos de que Gregorio López buscaba basar su religiosidad en las fuentes bíblicas, sobre todo en el Vetero Testamento que conocía profundamente, quizás eso habrá provocado las sospechas de la presunta afinidad de Gregorio López con el protestantismo.[39] Además de eso, él conocía perfectamente latín (y, como podemos suponer, también griego antiguo) y gozaba de una educación muy buena en letras clásicas, como se demuestra en nuestro análisis de algunas pasajes del Tratado de Apocalipsis. Como apunta Fernando Ocaranza, “aseguraba [Gregorio López] que jamás tuvo maestro de lengua latina, pero pudo aprenderla por sí solo y con gran prontitud, llegando a pensar que dicha lengua había sido innata en él”.[40]
Francisco Losa afirma que, además de las Sagradas Escrituras, Gregorio “leyó muchos libros de la historia eclesiástica y profana, los que podrían ayudarle a esta inteligencia”;[41] es decir, leía libros de historia sobre todo para facilitar la interpretación de las Escrituras y para elaborar y afinar su propia estrategia hermenéutica que, como hemos de ver, resultó muy peculiar. Todos los investigadores de la biografía de López unívocamente afirman que su preparación intelectual era profunda y sólida. Según Artemio de Valle-Arizpe, “el día lo ocupaba en la oración desde que quebraba la aurora y en el menudo estudio de las Sagradas Escrituras. Estaba sobre esos libros santos para subir al conocimiento de Dios. Fue consumado Gregorio López en letras divinas. Salió a solas con tanta perfección”.[42] Lamentablemente, en lo que toca a los libros de “historia profana”, ninguno de los biógrafos de Gregorio López precisó cuáles eran esos libros. De todos modos podemos reconstruir ese círculo a través de las referencias oblicuas que hace Gregorio en su Tratado. Además de Eusebio de Cesarea, ese “Heródoto de la historia eclesiástica”, López consultaba a menudo a los historiadores romanos como Suetonio, Tácito, Aurelio Víctor y Eutropio, pero eso no es todo, añade las referencias a las fuentes controvertidas y poco leídas en su tiempo, sobre todo a los Scriptores Historiae Augustae. El ejemplo más elocuente es la característica de la tolerancia religiosa del emperador Alexandro Severo que “tenía en su oratorio la imagen de Jesu-Christo, y la de Abraham”.[43] Tal característica del emperador únicamente se halla en su biografía escrita por Elio Lampridio que forma parte del corpus de los Scriptores Historiae Augustae.[44] Así que la cuestión sobre el círculo de lecturas de Gregorio López se aclara poco a poco al leer su Tratado de Apocalipsis, lo que pretendemos también hacer en el marco de nuestro análisis que proponemos en nuestro libro.
Además de sus conocimientos profundos en la historia sagrada y profana y en las Sagradas Escrituras, Gregorio López también fue conocido por su afición a la medicina. Por ejemplo, compuso su famoso Tesoro de medicinas para todas las enfermedades que contenía tanto la descripción de los síntomas de diversas enfermedades como una larga lista de plantas medicinales con sus características farmacológicas. Ese manual sirvió de guía para los pacientes que no tenían para costearse los gastos médicos.[45]
Al establecerse en el valle de Atemajac, Gregorio López empezó a llevar la vida eremítica, siguiendo el ejemplo de los ermitaños primitivos como lo era san Pablo de Tebaida; de la misma manera López trataba de realizar los modelos más paradigmáticos que describió san Atanasio de Alejandría en la Vida de san Antonio Abad.[46] Conforme a esa fuente hagiográfica, trató de revitalizar todas las prácticas ascéticas que eran propias para los padres del desierto de Nitria y por eso, a causa de su lejanía de la civilización, estaban exentos de las obligaciones de misa, confesión y comunión por vivir el Espíritu Santo en ellos y por haber recibido un especial llamado de Dios. Al principio la Inquisición interpretó mal tal posición del ermitaño, y por eso el arzobispo Pedro Moya de Contreras decidió realizar su investigación y cerciorarse de la ortodoxia de López.[47] Tenemos que señalar también que a pesar de alejarse