El autor del libro del Apocalipsis se llama Juan a sí mismo; entonces, la obra no es anónima (cómo la mayoría de las escrituras del género apocalíptico) ni se atribuye a algún personaje mítico o histórico (como son, por ejemplo, los Apocalipsis de Baruch o de Esdras). Lo primero que conocemos de la personalidad del autor es su nombre, Juan, que se asume como “siervo de Dios”.[7] Dirigiéndose a los cristianos de Asia Menor, él se presenta como su hermano y también dice que es “participante en la tribulación, pero también en el Reyno de Dios, y en la paciencia de Jesu-Christo, fui desterrado en la isla de Pathmos por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesu-Christo”.[8] Juan presenta su libro no como una historia (ἱστορία) sino como una epístola (ἐπιστολή) destinada a las comunidades cristianas de Asia Menor, es decir, de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tyatira, Sardis, Filadelfia (en el texto de Gregorio López: Filadelpho) y Laodicea.[9] Como se indica en el texto de las epístolas a las siete iglesias,[10] el autor del Apocalipsis se muestra consciente de los asuntos, problemas y preocupaciones de cada comunidad, de sus necesidades y de los detalles de su vida interna. Eso era posible sólo a condición de que el autor haya permanecido muchos años en Asia Menor, enterándose en la vida de las comunidades con las cuales había interactuado. Eso es casi todo que podemos saber sobre la personalidad del autor basándonos en el propio texto del Apocalipsis.
Algo pueden aportar la estructura lingüística y algunas indicaciones indirectas que lleva el libro del Apocalipsis para conocer más sobre su autor. Por ejemplo, ciertas peculiaridades gramaticales y sintácticas de la obra como los calcos gramáticos propios para el idioma hebreo que prevalecen en la conciencia del autor, que mientras escribe en griego piensa en hebreo, o más bien, introduce de una manera deliberada muchas construcciones semíticas que eran características para las traducciones griegas del Vetero Testamento (sobre todo para Septuaginta), inventando de esa manera un lenguaje griego-hebraico para crear una suerte de “estilo sagrado” parecido al lenguaje del Vetero Testamento.[11] Parece oportuno suponer también que ese estilo parecido a los libros proféticos fue elegido por Juan para impactar fuertemente en la conciencia de los lectores y adquirir así más poder de persuasión al crear en la conciencia del lector asociaciones entre el texto leído y la tradición profética veterotestamentaria, con lo que el texto creado adquiere máxima autoridad y credibilidad en aquellos que lo leen. Como quiera que sea, la presencia de las construcciones semíticas en el libro son solamente indicios de la procedencia de su autor, que podría haber sido un palestino emigrante en Asia Menor y que pudo ganar mucho prestigio entre las comunidades cristianas de esa zona; de la misma manera pudo también haber sido originario de Asia Menor, quien llegó a ser un líder reconocido entre los cristianos microasiáticos. Así, la estructura lingüística de la obra en cuestión, más allá de aportar datos sobre el origen étnico del autor, nos indican una habilidad oratoria y conciencia retórica.
Se tiene que subrayar que el autor del Apocalipsis ha sido una persona destacada, distinguida y reconocida; todos lo conocían como “Juan” y sólo al mencionar su nombre se han dado cuenta de que se trataba de una persona concreta que gozó de mucho prestigio entre sus correligionarios. El mismo autor era consciente de su notoriedad: él siempre se ha llamado Juan (Ἰωάννης) sin aclaración alguna: Ἐγὼ Ἰωάννης (Apoc. 1:9); Κἁγὼ Ἰωάννης ὁ ἀκούων καὶ βλέπων ταῦτα (Apoc. 22:8). La importancia que adquirió el autor del libro podría haberse basado en su posición jerárquica y de autoridad, así como de su posición alta y su dignidad apostólica. Por eso parece evidente por qué Gregorio López no dudaba en la autoría del libro que comentaba: para él el autor del libro del Apocalipsis y san Juan el Teólogo eran la misma persona.
Sin embargo, la posibilidad de elegir esa versión como la verdad indudable presuponía el rechazo de una parte considerable de la tradición patrística cuyos representantes pensaban de otra manera en torno a la autoría del libro del Apocalipsis. Examinemos uno de los ejemplos más elocuentes, conservado en la “Histórica eclesiástica” de Eusebio de Cesarea, que, sin duda, pertenece a uno de los libros más consultados y citados por Gregorio López en su Tratado.
Uno de los autores más importantes quien cuestionó de manera argumentada la autoría de san Juan fue el obispo egipcio Dionisio, quien desempeñó el cargo de patriarca de Alejandría entre los años 248 y 264. Los argumentos de Dionisio fueron expuestos por Eusebio, así que no cabe duda de que Gregorio López los habría conocido. Como comenta Eusebio, Dionisio compuso dos libros intitulados “Sobre las promesas [de Dios]”, en donde polemizó contra un tal Nepote, un obispo egipcio quien creía que para los santos habrá de llegar el milenio de placeres carnales. Además de eso, Dionisio, según relata Eusebio, expone sus consideraciones en torno al libro del Apocalipsis y su autor. En primer lugar, él repugna los razonamientos de aquellos que veían el libro de la Revelación como herético y apócrifo, perteneciente a cierto hereje llamado Cerinto, conocido también por sus esperanzas milenaristas. Así dice Eusebio, citando la obra de Dionisio:
Hubo gente que repugnaba ese libro de una manera consciente; lo declaraban apócrifo por muchos detalles incomprensibles y por su carácter incoherente y confuso. Decían que ese libro no pertenece a san Juan y que bajo muchas capas de ignorancia no se encuentra allá ninguna revelación divina; que el autor de ese libro no fue apóstol ni siquiera pertenecía a los santos ni a los miembros de la Iglesia en total. Fue un tal Cerinto quien quiso atribuir su libro a Juan para hacerlo más noble y más digno de confianza. Aquel Cerinto fue fundador de una herejía que lleva su nombre. Según sus enseñanzas, el Reino de Cristo ha de ser terrenal y allá ha de haber todo lo que había añorado él siendo hombre muy sensual y muy carnal; él cree que el vientre y las pasiones carnales serán saciados por el exceso de la comida, la bebida y las uniones matrimoniales y también por los rituales y sacrificios que habrán de hacer más nobles todas esas pasiones.[12]
En torno a la posición del propio Dionisio, vemos que, según Eusebio, él estima mucho el libro del Apocalipsis, confesando que cada uno de sus símbolos tienen un sentido muy profundo y maravilloso.[13] También afirma que el autor del libro de verdad se llama Juan (entonces, no es un libro pseudoepígrafo) y es hombre santo e inspirado por Dios, aunque apenas podría haber sido aquel apóstol san Juan, el autor del Cuarto Evangelio y de la Epístola Conciliar, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago. A esa conclusión llegó Dionisio después de haber investigado el carácter mismo de la narrativa y de la composición literaria de todas las obras atribuidas a san Juan.[14] Para fundamentar su posición, Dionisio expone los siguientes argumentos: el Cuatro Evangelio y la Epístola Conciliar tienen mucho en común no sólo en su estilo, sino también en torno a los conceptos teológicos que llevan. En ambas obras se dice sobre la Verdad, la Gracia de Dios, la Luz divina que ahuyenta las tinieblas, la alegría en Dios, el Cuerpo y la Sangre del Señor, el juicio divino y la absolución de los pecados, etcétera. Además, Dionisio subraya que ambas obras vienen marcadas de un estilo muy fino y de un lenguaje impecable que posee su autor; la composición de ambas obras está bien fundamentada y su argumentación teológica es fidedigna. Mientras tanto, en el texto del Apocalipsis se encuentran algunos errores de estilo y de gramática; además, hay palabras y construcciones léxicas de origen extranjero que afectan la calidad filológica del texto; sin embargo, Dionisio no niega el don profético del autor del libro ni pone en duda sus saberes y su calidad moral.[15] Resumiendo sus argumentaciones, Dionisio concluye que todo eso lo tiene dicho no para burlarse, sino sólo para demostrar la diferencia entre las obras atribuidas a san Juan el Evangelista.[16]
Se nota que Eusebio al citar los argumentos de Dionisio, no hace nada para polemizar con él o cuestionar sus razonamientos sino, al contrario, parece que está de acuerdo con él, aunque no lo muestra abiertamente. De todos modos, eso era de esperarse, porque a los representantes de la escuela teológica de Antioquía les fue propio el escepticismo