Vemos que el Apocalipsis sigue siendo un libro vigente entre los interesados del tema de la escatología. Mucha gente lo considera como un libro de presagios que tiene que dar respuestas a todas las preguntas en torno al destino final del mundo, sin tener el conocimiento apropiado acerca de la estructura de ese libro y su contexto histórico. Eso genera muchas especulaciones que aprovechan la credulidad de la gente para construir los esquemas frágiles o hasta absurdos, igualando al Anticristo con Napoleón, Hitler o Stalin, identificando la gran ramera de Babilonia con Estados Unidos de América o con la Unión Soviética, o hasta buscando en el texto del Apocalipsis los presagios de una futura guerra termonuclear.
Tales interpretaciones, en su mayor parte arbitrarias y con poca fundamentación escritural, pero muy populares entre los telepredicadores o los ocultistas de salón con la pretensión de ser clarividentes, de todos modos, tienen su propio razonamiento. De hecho, en el Apocalipsis se encuentran muchos pasajes que pueden ser interpretados como el triunfo de las fuerzas del mal. En el capítulo 13 aparece la Bestia, el aliado de otra Bestia, que es el dragón o Satanás, que al final obtiene el poder sobre todo el mundo. Todas las gentes en la tierra adoraron a la Bestia; más aún, se dice: “Y se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos” (Apoc. 13:7).[2] La segunda Bestia que se presenta también como el falso profeta, obliga a todos “los moradores de la tierra” que adoren a la primera Bestia, engañándoles con las señales falsas o ejerciendo la coerción económica (13:17 “y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”).
Entonces, el punto culminante del Apocalipsis es el tema del fin del mundo; más precisamente, la descripción de las catástrofes que acompañarán los últimos tiempos, las tentaciones y las plagas que habrán de enviarse a los moradores de la tierra. Por eso se divulgó la opinión que el Apocalipsis es el libro siniestro y espeluznante que tiene que ver con los acontecimientos que habrán de pasar en el futuro remoto. Sólo algunas veces surgen los movimientos que ven el fin del mundo como algo inminente.
Hoy en día tal punto de vista resulta propio para algunas sectas escatológicas; basta recordar a los testigos de Jehová, según los cuales los “últimos días” ya empezaron en 1914 y que Jesucristo regresó y comenzó a reinar de una manera invisible. Hubo también casos más siniestros, entre los cuales destaca el suicidio de grupo cometido por los miembros de la secta estadounidense Davidianos de la Rama en 1993. Podemos considerar tales casos como marginales. De hecho, el paradigma racionalista de la historia que llegó a ser predominante a partir del siglo xviii casi no deja lugar para las especulaciones escatológicas; sin embargo, tales esperanzas han surgido en algunos periodos cruciales de la historia. Las esperanzas apocalípticas en Europa alrededor del año 1000, las Cruzadas, la Reforma que propició el surgimiento de los grupos más radicales como anabaptistas, con su sentido apocalíptico aguzado, la actualización de las búsquedas escatológicas del siglo xix, marcados por el surgimiento del movimiento de los adventistas del Séptimo Día, han reforzado los presentimientos escatológicos que se habían enriquecido por los signos de los tiempos descritos en el Apocalipsis. A veces tales presentimientos generaban las actitudes escapistas y llevaban a la ruptura con el mundo exterior. Por eso hubo cierto prejuicio en torno del libro del Apocalipsis, sobre todo entre algunos protestantes que cuestionaban la dignidad apostólica del último libro del Nuevo Testamento a partir de Erasmo y Lutero.[3] De igual manera, hoy en día mucha gente, y hasta los cristianos, se muestran escépticos en torno al Apocalipsis, considerándolo como algo impertinente o irrelevante.
Sin embargo, los investigadores modernos y los comentaristas que son herederos de una tradición plurisecular del estudio del Apocalipsis[4] tienen una opinión diferente. Conforme al mismo título del libro (ἡ ἀποκάλυψις que significa “revelación”), al autor en su iluminación profética se le revela lo que tuviera que ocurrir en la historia mundial después de la Resurrección de Jesucristo. El autor que según la tradición eclesiástica era san Juan, el apóstol y evangelista, afirma que, conforme el diseño salvífico de Dios, todo el género humano a lo largo de su historia tiene que pasar por el periodo de la lucha entre Dios y las fuerzas del mal, y luego se establecerá el reino eterno de Jesucristo. Gregory Beale define el Apocalipsis como libro de exhortación y así formula su idea general: la soberanía de Dios y de Jesucristo en redimir y juzgar lleva la gloria a los fieles, lo que implica en motivar a los santos para que adoraran a Dios, y así los atributos gloriosos de Dios se reflejan en la obediencia a su palabra.[5] Expresado de otra manera, los fieles cristianos deben tener la esperanza por someterse a la palabra de Dios y por arrepentirse de sus pecados, porque el arrepentimiento abre el camino a la reconciliación con Dios y exime de las tribulaciones que se preparan para los que no quieren obedecer a la palabra divina. En este sentido hay que admitir que la opinión del Apocalipsis como un recuento de catástrofes escatológicas es de carácter superficial; mientras el juicio que define el Apocalipsis como el libro de exhortación y esperanza, se basa en el estudio más profundo. Uno de los portavoces de tal visión ha sido el beato Gregorio López (1542-1596), uno de los primeros ermitaños novohispanos, quien afirmó la necesidad de tener la esperanza en la victoria de la bondad, lo que se manifestará en el triunfo de la ciudad celeste de la nueva Jerusalén, “que es nuestra madre, y nuestra patria, adonde nos veamos y alabemos al Señor eternamente”.[6]
El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López, cuyo análisis crítico y exegético proponemos en esta obra, nos ofrece un modelo diferente no sólo de interpretar las imágenes y los símbolos del libro de la Revelación sino también propone un algoritmo para estructurar el libro, una manera de entenderlo como una composición coherente y bien ordenada. Tal enfoque, como intentamos demostrar en el marco de nuestra investigación, prefiguró muchas estrategias académicas en investigar el Apocalipsis durante los siglos xviii-xx. Por lo anterior, el Tratado de Gregorio López podría servir de contrapeso y alternativa a las interpretaciones superficiales y sectarias que siguen abundando actualmente.
La biografía de Gregorio López que según Antonio Rubial García, “ha ejercido una enorme fascinación sobre las mentes americanas y europeas desde el siglo xvi”,[7] tiene un problema controvertido y, según el mismo Antonio Rubial, “se convirtió para la Nueva España en el paradigma del ermitaño a tal grado que se llamó, sin razón, protoanacoreta e primer eremita de México”.[8] Lo dicho por Rubial “sin razón” se debe al hecho de que el primer ermitaño cuyo nombre pervivió en la memoria colectiva hasta nuestros días fue Gaspar Díez mencionado por Bernal Díaz del Castillo. Al dar un recuento breve sobre los soldados conquistadores que se encontraban en las huestes de Hernán Cortés y su destino, el cronista mencionó a algunos exsoldados que hicieron votos para entrar a la orden franciscana; sin embargo, la elección de Gaspar Díez resultó diferente, lo que relata Bernal Díaz en un fragmento que parece estar teñido de un estilo abiertamente hagiográfico, que nos recuerda los ejemplos de los ermitaños, quienes, después de haber vivido en riqueza terminaron renunciando a sus posesiones para dedicarse a la vida ascética:
Otro soldado, que se decía Gaspar Díez, natural de Castilla la Uieja, e fue rico, ansí de sus Indios, como de sus tratos, todo lo dio por Dios y se fue a los pinares de Guaxocingo, en parte muy solitaria, e hizo una hermita, e se puso en ella por hermitaño, e fue de tan buena vida, e se daua a ayunos, y disciplinas, que se paró muy flaco e debilitado, e dezían, que dormía en el suelo en unas pajas: e de que lo supo el Obispo don fray Juan de Zumárraga, le mandó que no hiziesse tan áspera vida, e tuvo tan buena fama el hermitaño Gaspar Díez, que se metieron en su compañía otros hermitaños, e todos hizieron buenas vidas, e a quatro años que allí estauan, fue Dios servido llevarle a su santa gloria.[9]
El ejemplo que acabamos de citar demuestra que las prácticas del ermitañismo,