Empezando por Tiberio, López presenta al emperador Calígula como el segundo perseguidor de la Iglesia:
El segundo es Cayo Calígula, que aunque estos no hicieron persecución general, pero quien duda, que en particular persiguiesen como a cosa nueva y que contradecía a su idolatría.[54]
Claudio se cuenta en el Tratado como el tercer perseguidor por haber expulsado a los judíos de Roma.[55] En aquellos años los cristianos todavía no rompieron totalmente con el judaísmo; por eso los poderes podrían haber confundido los unos y los otros, y los cristianos, a su vez, podrían haber sido víctimas de la persecución de Claudio. Después sigue Nerón, que se enumera como el cuarto perseguidor y, en cierto sentido, el primer perseguidor a gran escala:
El tercero fue Claudio que echó los judíos de Roma y es de creer, que porque adoraban un solo Dios; pues también perseguiría a los Christianos por la misma causa. El cuarto fue Nerón, éste no hay que tratar, pues fue el primer perseguidor.[56]
Luego Gregorio López pasa a la figura de Vespasiano sin mencionar a los efímeros emperadores Galba, Otón y Vitelio quienes reinaron entre Nerón y Vespasiano; después sigue el emperador Tito que tampoco se cuenta entre los perseguidores porque nadie sabe si de verdad lo fue; además “le llamaron los suyos Regalo del mundo, por su noble condición”.[57]
“Uno que es” (Apoc. 17.10), según Gregorio López es Domiciano, quien desterró a san Juan a Patmos, así que vemos que Gregorio López se muestra como defensor del sistema cronológico elaborado por Ireneo de Lyon:
Pasados los cinco, dice: Uno es, conviene a saber Domiciano, el qual desterró a san Juan a Pathmos, donde escribió este libro, y el otro aún no ha venido, y quando viniere, conviénele estar breve tiempo. Éste fue Nerba, sucesor de Domiciano, que no imperó más de un año u quatro meses, y persiguió la Iglesia.[58]
En el sistema cronológico de Gregorio López resulta sorprendente su decisión de no contar a los tres que habían reinado entre Nerón y Vespasiano, es decir, a Galba, Otón y Vitelio por ser “tiranos”, es decir, quienes tomaron el poder por una rebelión.[59] Ese punto de vista, aunque no tenga que ver con las fuentes antiguas, parece haber encontrado muchas simpatías en las épocas posteriores y hasta en el siglo xx. George Beasley-Murray usa en el siglo xx un sistema cronológico igual, colocando el libro del Apocalipsis en la época de Domiciano y omitiendo a Galba, Otón y Vitelio de la lista de los emperadores porque, según él, ellos se han visto más bien cómo rebeldes, que como emperadores.[60] Esa afirmación suscitó oposición muy severa por parte de J. Christian Wilson, quien se preguntó retóricamente:
¿Cómo puede Beasley-Murray decir que Galba, Otón y Vitelio se han visto más bien como rebeldes que como emperadores? Tácito los vio como emperadores, Suetonio los vio como emperadores, Dio Casio los vio como emperadores. Durante toda la antigüedad occidental ni una sola lista de los emperadores romanos los omite, ni lo hace cualquier escritor, sea romano, griego, hebreo o cristiano. Por ejemplo, Eutropio dedica más espacio a Galba, Otón y Vitelio que a Cayo Calígula.[61]
Adela Yarbro Collins, investigadora estadounidense contemporánea, también omite a Galba, Otón y Vitelio porque reinaron muy poco tiempo y no alcanzaron a causar molestias a los santos.[62] La autora reproduce casi literalmente a Gregorio López, quien afirmó que esos tres emperadores no pueden ser contados en la lista del Apoc. 17.10 por haber reinado cada uno menos de 20 meses.[63] J. Christian Wilson cuestiona a Yarbro Collins de una manera irónica: “¿Podría alguien omitir a William Henry Harrison de la lista de los presidentes estadounidenses por haber él gobernado sólo 30 días? Mientras tanto, todos esos tres emperadores romanos han estado más tiempo en su cargo que este presidente”.[64]
No es nuestro objetivo de cuestionar, quién de los comentaristas tiene más razón en ubicar el libro del Apocalipsis en los tiempos de Nerón o Galba o en la época de Domiciano. Ambas hipótesis siguen teniendo sus defensores y seguidores. Nosotros nos inclinamos a la datación “nerónica” del Apocalipsis, porque esa posición, según nuestro parecer, tiene más validez histórica y se apoya en múltiples testimonios de las fuentes externas igual que con las indicaciones internas del mismo libro. Sin embargo, tenemos que tomar en cuenta que el razonamiento de Gregorio López, quien trató de fundamentar la tradición que se remonta a Ireneo de Lyon, ha tenido mucho peso no sólo en su tiempo, sino también se ha reiterado en las épocas posteriores, incluso en las obras de los comentaristas del siglo xx.
La pregunta es: ¿por qué para Gregorio López fue tan importante fechar el libro del Apocalipsis en los tiempos de Domiciano? Creemos que no sólo fue por querer corroborar la tradición,[65] sino por presentar a Domiciano como un eslabón de una cadena de los personajes clave, quienes habrían actuado en los procesos históricos como los protagonistas y agentes de una escatología realizada. El panorama profético y escatológico, según Gregorio López, empieza a desarrollarse a partir del reinado de Trajano[66] (para López las primeras imágenes apocalípticas, como la del primer jinete, se reflejan en los personajes históricos concretos, como lo fue el caudillo de los dacios Decébalo, por ejemplo, a partir de Trajano[67]), por eso fue importante mostrar que Domiciano era uno que es en la lista basada en Apoc. 17.10. Los primeros reyes perseguidores, a partir de Tiberio hasta Domiciano, han caído (por eso, para mostrar el carácter más siniestro de la visión sobre las siete cabezas de la Bestia, López omite tanto a los emperadores que no persiguieron a los cristianos (como Julio César, Octaviano o Tito), como aquellos que habían reinado muy poco tiempo y además, según la afirmación de López (no comprobada por las fuentes existientes), llegaron al poder por medio de una rebelión (Galba, Otón y Vitelio). Domiciano es uno que es; el otro que aún no es venido, es Nerba, pero en torno a él, es necesario que dure breve tiempo (Apoc. 17.10) su reinado, porque Nerba es aquel que deberá de haber cedido su trono a Trajano, con el cual comienzan a cumplirse las profecías apocalípticas. Para Gregorio López fue importante afirmar que el libro del Apocalipsis fue escrito en los tiempos de Domiciano, que, a su vez, resultaron los tiempos preapocalípticos: no sólo para solidarizarse con la tradición anterior,[68] cuyos representantes eran Ireneo de Lyon y Eusebio, sino también para justificar su cronología histórico-profética.
I.III. La estructura del Apocalipsis según Gregorio López: código para su comprensión
Con excepción de Victorino de Petovio, los autores patrísticos y medievales no pusieron atención en la composición y la estructura del Apocalipsis. Victorino llegó a la conclusión de que los siete cálices no siguen cronológicamente a las siete trompetas: ambos elementos presagian de forma simultánea los mismos acontecimientos. El autor repite lo mismo cuando se refiere a los cálices y a las trompetas, pero no porque los hechos ocurrieran dos veces, sino porque los cálices son el mandato para que el autor enuncie la voluntad divina, y por eso lo que tiene que ocurrir una sola vez, se dice dos veces.[69] En la poética del énfasis y la recapitulación se hacen presentes sin que el autor se refiriera explícitamente a ellos. Cada sección temática del libro inicia con el examen de acontecimientos tratados en las secciones previas.
Gregorio López resultó uno de los primeros comentaristas que postuló la cuestión de la estructura y de la composición del libro como factor clave para entender su sentido y su carácter íntegro a pesar de la complejidad de sus visiones, imágenes y profecías. Para el siglo xvi resultó característica la sistematización en muchas esferas del saber; así que el estudio del Apocalipsis no fue una excepción. López dejó observaciones en torno a la composición septenaria del libro como un marcador estructural, clave para la comprensión de la obra en su arquitectura y contenido.
La abundancia de las imágenes y visiones que van una tras otra de una manera caleidoscópica y a primera vista desordenada, todo un conjunto pleno de simbolismo numérico bien desarrollado y con las repeticiones de ciertas fórmulas y palabras clave, factores que estimularon al comentarista novohispano para buscar ciertos principios de organización del texto y hacer entender al lector que todo el desorden en la narración y en la secuencia de visiones, imágenes