Todo esto es mi país. Alejandro Susti. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alejandro Susti
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789972454882
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mayor con las realidades emergentes de la sociedad y, más específicamente, con el ciudadano. En tal sentido, el ejercicio periodístico constituía una pieza fundamental dentro de ese proyecto, un medio propicio para vincularse con el lector anónimo que formaba parte de una masa indiferenciada que —intuía Salazar Bondy— se hallaba ávida de un discurso crítico, ágil e incisivo, que le facilitara el contacto con la esfera de lo que entonces se definía como la “cultura”.

      En lo que respecta a la literatura, esta operación, evidentemente, implicó el establecimiento de un nuevo vínculo con la institución literaria. Por ello, uno de los primeros pasos residió en marcar distancias frente a las posiciones de aquellos escritores y artistas que, a criterio de Salazar Bondy, encarnaban el modelo de quienes habían evadido una participación más activa en la vida cultural y política del país. Así, tomando como modelo las ideas del escritor español Miguel de Unamuno con respecto a la relación del escritor con su país, en un artículo titulado “En torno al desarraigo”, Salazar Bondy insiste en la necesidad de una identificación del “artista peruano y su patria”:

      Unamuno hablaba de España como país, como paisaje y como paisanaje, es decir, como humanidad, y contemplando los panoramas de la península reconocía que estos se le hacían, no solo estado de conciencia, conforme la conocida sentencia, sino principalmente alma. Era una meditación que concluía en la idea de que quien no llega a ser paisano, es decir, hombre incluido en su país, penetrado por el ánimo de su paisaje geográfico y humano, no alcanza tampoco a ser ciudadano. Exactamente lo mismo se puede decir del ligamen que es necesario que exista entre el artista peruano y su patria. (SSB, 2014b, p. 28)

      En el artículo, al traducir el vocablo francés “dépaysé”, Salazar Bondy formula la existencia del “despaisado”, personaje-artista caracterizado por la ausencia de un vínculo con su tiempo y espacio, un “hombre sin país, sin paisaje y sin paisanaje”:

      El francés tiene el vocablo dépaysé que expresa bien la indiferencia por lo propio que el inadaptado cultiva en su corazón. El “despaisado” —que así se puede traducir aquella palabra— obra en su vida y en su creación como un resentido. Tiene a flor de labio un no rotundo a todo aquello que manifiesta su raíz última, su origen, y pretende conquistar inútilmente un lenguaje que lo contenga a él solo, como individuo sin contacto con lo que lo circunda, como persona intemporal e inespacial (…). El “despaisado” —el hombre sin país, sin paisaje y sin paisanaje—, el hombre del fracaso nativo, está siempre ausente de su alma porque está ausente de todo lo que la nutre, le da sentido y le infunde sentimiento humano. (p. 28)

      El autor erige como modelos opuestos a la figura del “despaisado” los del Inca Garcilaso de la Vega y César Vallejo, quienes, a su parecer, aun lejos del Perú, fueron “hombres con patria”. El segundo de ellos, por ejemplo, “se sumergió en el hombre universal a través de su afecto por la humanidad peruana, la cual comenzaba en él, en su familia, en sus amigos, en su pueblo” (p. 28). De esta manera, la condición primera de aquello que Salazar Bondy reconoce como la “humanidad” del escritor reside en el arraigo que expresa en su obra, es decir, su pertenencia a una cultura en la que se entronca su propia experiencia. Para ilustrar esta noción, produce un desdoblamiento en el texto según el cual abandona momentáneamente su rol de crítico para ofrecer al lector una visión acerca de su propia formación como escritor:

      A mí me emocionan por ejemplo los arenales de la costa peruana como ningún paisaje de la Tierra, por más esplendoroso que sea me emocionará, porque ese mundo está confundido con mi alma como lo están los seres queridos de mi hogar, la casa donde he vivido desde niño, las señales que me recuerdan un episodio de mi infancia, las palabras que he oído siempre y forman mi lengua, los alimentos que aprendí a gustar cuando comenzaba a tener conciencia del universo, las músicas que me alegraron o me entristecieron en el amor o la fiesta, la luz del cielo que tantas veces dichoso o melancólico miré, los juegos en los cuales desaté mis impulsos más primarios, las narraciones por las que supe por vez primera de héroes y enemigos, todo lo que me ha formado tal cual soy, malo y bueno, generoso y egoísta, cruel y piadoso. Y eso está en lo que escribo, en lo que hablo, en lo que pienso, porque está dentro de mí. No estoy “despaisado”, y mi lucha consiste hoy en ser cada vez más de mí mismo y de los míos, aquí o en París. (p. 29)

      A lo largo del fragmento, Salazar Bondy amplía las bases sobre las que se sostiene la argumentación de Unamuno para introducir la noción de cómo se forma la sensibilidad de un artista desde la infancia en comunión con la familia, el lenguaje, la naturaleza, las costumbres y prácticas culturales y, por supuesto, la literatura. El pasaje, por lo tanto, expresa una concepción de la formación de un artista que, por otra parte, compartirá con otros compañeros de promoción como Jorge Eduardo Eielson o Javier Sologuren4. Asimismo, la elección de un referente geográfico específico en el pasaje —los “arenales de la costa peruana”5— remite a una identificación con la afectividad y la memoria del autor. La aprehensión del paisaje costeño a través de la memoria y la palabra lo convierte en un territorio de intensas resonancias semánticas, imagen sumamente poderosa que concilia el presente y el pasado no solamente del sujeto de la enunciación, sino de la cultura a la que pertenece, es decir, escenario de un pasado prehispánico por el cual se mostrará siempre interesado Salazar Bondy6. De esta manera, la costa —entendida como frontera o límite— se configura en la metáfora apropiada para señalar el contacto o encuentro entre dos dimensiones temporales, espaciales e, incluso, culturales, que generan a su vez una serie de dicotomías: pasado y presente; memoria individual y colectiva; espacios divergentes (tierra y agua); mundo interno y externo; culturas autóctonas (prehispánicas) y cultura occidental. Con todo ello, Salazar Bondy reinterpreta y desplaza la concepción del paisaje español y su relación con el alma del escritor propuesta por Unamuno a un nuevo ámbito en el que se dinamizan las dimensiones de la historia y la cultura: el paisaje se convierte así en instrumento de la representación de la cultura y la historia personal.

      Un segundo personaje frente al cual toma distancia Salazar Bondy se representa en la figura del joven escritor que alcanza un éxito prematuro en su carrera, éxito que, paradójicamente, lo conduce al incumplimiento de la promesa inicial de su precoz talento, como señala en “Talento, ocio y voluntad”:

      Es corriente entre nosotros una primera juventud con ímpetu creador y empeñoso brío que se muestra ahíta de posibilidades futuras. En los terrenos del arte y de la literatura, el caso es clásico, puede decirse que un muy bajo porcentaje de las promociones que ostentan ese signo promisor cumplen en el transcurso de su vida con la palabra empeñada. (2014b, p. 31)7

      Se trata en este caso del “bohemio”, personaje caricaturizado que reasume los perfiles del “poeta maldito” y el “bohemio” vigentes, particularmente, en la sociedad francesa de mediados del siglo XIX. El “bohemio”, para Salazar Bondy, es una suerte de bufón o impostor, y constituye un peligro en la medida en que traiciona las expectativas tempranamente depositadas en él:

      Existe entre nosotros una increíble dedicación al ocio, cuya práctica adopta en algunos cándidos la detestable apariencia de eso que los “poetas malditos” y sus discípulos inmediatos y rezagados denominaron “bohemia”. Se cree aún que el artista debe ser ese personaje sucio, desordenado, anárquico, que las caricaturas del siglo pasado consagraron. Claro que hoy el “bohemio” prefiere la modalidad falsamente existencialista, en la que se mezclan los caracteres del antiguo “maldito” y ciertas novísimas prendas de gusto en cierto modo elegante e, inclusive, original. Ignoran quienes así viven que el creador de nuestro tiempo está obligado a participar de la vida, y de la lucha que ella implica, de una manera activa, definida, constante, y que el ejemplo de una conducta regular es el mejor respaldo que se puede pedir para una obra que aspira a desterrar falsos valores y a exaltar paralelamente los que realmente deben prevalecer sobre el mundo. (2014b, p. 32)

      El “bohemio” es calificado como “ocioso”, “anárquico” y “desordenado”, rasgos que inciden en el carácter de su actuación social: anclado en un falso existencialismo, el “bohemio” se interesa por las formas que hacen de él un personaje estrambótico en un medio que, en líneas generales, desestima el papel del artista