Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso. Ricardo Reina Martel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ricardo Reina Martel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788419092854
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dado cuenta.

      —Sí, ya… qué me vas a contar.

      El Gris efectúa una mueca en señal de desaprobación, mientras vuelve a llenar los vasos de vino.

      —El símbolo de los errantes es el aire, por eso nos adornamos con plumas, dándonos al sigilo.

      —¿Y ahora a qué viene eso?

      —Recuerda siempre, comandador, que caminamos juntos, pero ambos pertenecemos a tradiciones distintas. Sin embargo, llevas sangre errante en tus venas. ¿Recuerdas la historia que contó Dewa en Madriguera?

      —¿Te refieres a mi abuelo, el Dasarí?

      —Exacto. Conforme pasan los días más te pareces a él.

      —Mi padre abandonó pronto la senda del comandador.

      —Comienzas a entender, la sangre te llamará algún día. Tus orígenes son las tribus, lo demás no pasa de ser un mero accidente.

      —Explícame entonces. ¿Por qué los magos decidieron que me uniera al cuerpo militar?

      —No había elección. Marcelo respondía por ti. Tenías que forjarte y endurecerte. Las tribus ahora son meras marionetas de Melodía. El mundo en la Isla es tremendamente simple, para como era antes.

      En eso que irrumpe el Gordo en el centro de la sala.

      —En honor por los que por aquí pasan, a mi viejo amigo el Gris y a mi nuevo hermano. A ellos les ofrecemos nuestra sangre transformada en licor y nuestra carne en festín. ¡Benditos seáis!

      Todos, sin excepción, se ponen en pie y brindan. En eso que hace presencia en la sala una señora que parece nacida de una fábula y a la que siguen varios jóvenes que portan bandejas repletas de manjares, mientras el Gordo recita los nombres de cada comida y hace pura literatura de ellos.

      —Con este no se aburre uno —vuelve a manifestar el comandador.

      —A veces hay que salir corriendo y alejarse de él lo más que se pueda.

      —Dime, hijo mío, cuéntame tu historia con detalles e intenta no dejarte nada atrás.Tenemos toda la noche por delante. Le diré aAmparito que nos preparé unos combinados.

      —¿Quién es la señora?

      —¿Quién va a ser? Amparito. Llegó aquí muy perdida, como todos; buscaba su amor, como todos, y aquí se quedó, como todos.

      —Su presencia sobresale al resto.

      —Sí, es muy linda, pero te advierto que tiene muy mala uva.

      Amanece mientras Ixhian relata su vida al Gordo que, ensimismado, muestra un especial interés por el tiempo transcurrido en La Sidonia y la aparición de Dewa. Historia que le hace repetir hasta tres veces, revolcándose de risa hasta quedar finalmente dormido sobre un taburete en el que dificultosamente puede dar cabida a su generoso trasero. Pasado el tiempo, aparece Amparito con tres tazas humeantes. Su peinado con forma de diadema le otorga cierto postín y elegancia. A diferencia del resto, es alta y apuesta. El Gordo despierta y le dirige una sosegada mirada, a lo que ella le responde besando su enorme cabezota.

      —La quiero con locura, y lo bien que me conoce, sabe que me encanta su puchero. Qué habría sido de mí…

      —Excepto ella, todos parecen niños —objeta el comandador.

      —No quiero que crezcan, no eran más que críos cuando los salvé de la servidumbre. Aquí serán felices de por vida, yo me ocuparé de ello. En Paradiso, el Péndulo de la Clepsidra apenas interviene y Amparito es mi garantía.

      —Guardas más de lo que expresa, señor Gum.

      El Gordo lo mira y, como por arte de magia, este se transforma en un caballero de lo más hermoso y, guiñándole un ojo al comandador, le dice:

      —¡Venga ya, comandador!Ahora que lo pienso quizás pueda echarte un cable, pero a cambio prométeme que cuando vengas de vuelta me traerás una piel de lobo. Son tan calentitas… El Gris saben dónde abundan, aguarda un segundo que ahora vuelvo.

      Al rato, regresa el Gordo con algo bajo el brazo.

      —Aquí está, pienso que puede serte útil. Yo quise comenzarlo, pero van pasando los años y no termino de ponerme. Además, ahora no tengo a quien escribir.

      Sobre la mesa deposita un cuaderno forrado en piel.

      —¿De qué está hecho?

      —Es un cuaderno de notas. Me hice con él en uno de mis viajes al puerto de Genowa. Siempre me ha gustado pasear por los ancladeros, allí se encuentran cosas muy curiosas. Este, por ejemplo, me lo ofreció un señor de ojos rasgados y bigotes larguísimos; recuerdo que vestía con una túnica amarilla y portaba una coleta que le caía por la espalda. El tío era un espectáculo. Tenías que ver al Gordo y al maestro mandarín haciendo negocios en el camarote de su barco. ¡Qué pasada! Sus hojas son de palmeras. Ya sé que tiene pocas páginas, pero, según me dijeron, y dependiendo de la necesidad del beneficiario, le brotan nuevos pergaminos. El libro manda, tú escribes y él responde. Te toca probar, tampoco es que tengas mucho que hacer.

      Ixhian lo envuelve en un paño de seda y se dirige hacia su aposento. Nada más abrirlo, descubre un enunciado que dice: «Cartas a Thyrsá». Sorprendido, y sin atreverse a proseguir, cierra el cuaderno y se queda dormido con él entre sus manos. Cuando despierta, las estrellas brillan de nuevo; se había pasado todo el día durmiendo.

      ***

      En la taberna se repiten las mismas escenas de la velada anterior. El Gris coquetea con la chica, mientras el Gordo hace de maestro de ceremonia.

      —¿Has descansado? Comienzas a acostumbrarte a esta vida; duermes por el día y resurges al final de la tarde. Tiene sus ventajas cuando te acostumbras.

      —Estoy como si me hubiesen molido a palos, Gordo.

      —¿Qué se te apetece, niño? Tengo preparada una maravillosa sopa de ganso con moras y perlitas negras.

      —No, Gordo. Lo que de verdad necesito es regresar al camino. Deseo terminar esto cuanto antes y volver junto a Thyrsá. Comienzo a echar de menos el Powa.

      —¡El hogar! ¿Dónde se encuentra eso? Vamos, no seas aguafiestas y dime qué necesitas.

      —El cuaderno se ha puesto nombre por sí solo, anoche me dijiste cosas que no acabé de entender.

      —El cuaderno representa tu anhelo, Ixhian. Es un filtro donde las circunstancias adversas se trasforman. Escribe en él cuanto tu corazón te dicte. El cuaderno te puede enseñar mucho. Es tu sigilo y atrevimiento.

      Este no era el Gordo que los acompañó a través del jardín de los manzanos. Su rostro se había transformado y colmado de discernimiento. Nada más regresar a su habitación, el comandador descubre el cuaderno abierto y, dejándose llevar, escribe:

      En casa de Gum,

      en la orilla donde no baten las olas

      y cien manzanos salpican.

      Un galeón antiguo reposa en la arena,

      de fondo se oye una canción.

      ***

      Amanece. Le toca tomar decisiones y no debe aguardar al Gris, dado que este lleva otro ritmo, que, sin duda, le hará retrasar su misión. El comandador salta de la cama y sale apresuradamente en busca de Dulzura. Comienza a lloviznar y en Galeón todo el mundo duerme.

      —¿Te marchas sin despedirte? ¿Así agradeces la hospitalidad de un amigo? —escucha la voz del Gordo, que le habla apoyado sobre una cancela, impidiéndole la salida.

      —Déjame pasar, no puedo dilatar más esta misión.

      —Al menos, déjame ofrecerte un mapa del lugar.Aunque no lo creas, estoy contigo en lo que respecta al Gris. Es un nómada y esa gente no suelen terminar nada de