Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso. Ricardo Reina Martel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ricardo Reina Martel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788419092854
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marino. Inesperadamente, se les acercan mujeres y niños con la intención de acariciar los caballos.Y en medio de tan digno espectáculo se encuentra sentado Gum, el Gordo, que intenta hacer sonar una pequeña flauta y es incapaz de reproducir dos notas enlazadas. Nada más percatarse de la presencia de nuestros hombres, hace el intento de levantarse, pero es en vano. El tremendo volumen de su cuerpo impide toda destreza posible. Ixhian le ofrece su mano mientras el Gris ríe disimuladamente y cuando al fin consigue incorporarse pierde el equilibrio, yendo a caer en brazos del Gris, que apenas puede sostenerlo.

      —Es muy serio, ¿no? ¿De dónde lo traes? Supongo que está roto y quieres que lo pegue.

      Por primera vez desde la salida de Casalún, el Gris transforma su lacónico rostro en sonrisa.

      —Lo primero es lo primero, Gordo. Danos algo de comer que estamos desfallecidos.

      —¿Qué me traes, Gris? ¡Venga, suéltalo, ya! —patalea el Gordo, dando saltitos y haciendo retumbar el suelo.

      El Gris introduce su mano en la alforja y saca una caracola de color azabache.

      —Estaba en la otra orilla y pensé que te gustaría.

      El Gris le hace entrega de un fardo repleto de muestras marinas. Gordo Gum observa su interior y a continuación se marcha complacido, balanceándose como si fuese una enorme pelota.

      —Parece que le ha gustado —añade Ixhian, atónito por el personaje.

      Ambos se dirigen hacia un cobertizo donde se reúne la mayor parte de la comunidad. En su interior, cada cual habla más alto que su colindante. Gordo Gum se revela eufórico, lanza aullidos y esquiva los huevos que la gente dispara en dirección a una sartén gigantesca.

      —Es caldo de olivos, de las aceitunitas —le revela al oído el Gordo a Ixhian—. Un néctar traído de la lejana Fenichia. Créeme que no te engaño, niño comandador. Los Fenichios lo utilizan para encender lamparitas en honor a un dios llamado Pocholo o algo así. ¡Qué desperdicio!

      En eso, una distinguida señora deposita una jarra de vino sobre la mesa y el Gordo, poniendo cara de circunstancias, guiña un ojo al comandador.

      Una vez cuajados los huevos, el Gordo lanza un grito ensordecedor y da comienzo el festín.

      —Podéis comer los frutos que queráis. Estáis en casa de Gum, aquí nunca os faltará de nada.

      Los habitantes de la aldea son bajitos de estatura, degustan la comida de manera voraz y cuando el efecto del vino comienza hacer mella golpean las mesas con tremendo frenesí. Tras la salvaje consumición, el Gordo entona una hermosa balada que traslada al comandador a otros momentos y lugares.

      —Si dejamos a esta gente, son capaces de juntar la cena con la merienda del día siguiente, y es que nunca se dan por satisfechos. Eso sí, te aviso: en Galeón no existe el almuerzo, a esa hora todos dormimos. Oye, errante, bicho raro, ¿olvidaste la chica? —El Gris se toca la cabeza como si le doliese—. Tú vete de aquí, niño, que vamos hablar cosas de mayores y aún no estás preparado.

      Al día siguiente, el Gordo los invita a dar un paseo. Se encuentra ansioso de mostrarle su jardín.Atraviesan por unas callejuelas que parecen derrumbarse y donde se perciben multitud de bártulos desperdigados, trozos de quillas, maderos, guijarros, cuerdas, más alguna que otra escultura mitológica. Así, nuestros hombres conocen un lugar llamado Aldea Galeón, alcanzando una pequeña arcada bajo la cual se adentran en el jardín.

      —¡He aquí a mis manzanos! —Godo Gum abre los brazos, gesticulando—. Mis queridos amigos, este es mi jardín. ¡Bienvenidos seáis! ¡Todos los manzanos del mundo! —Teatraliza el Gordo, mientras vocifera lo más alto que puede.

      Ixhian le dirige una mirada al Gris y este le hace señas para que guarde silencio. Entretanto, el anfitrión avanza como un tiovivo mal sincronizado.

      —Los he coleccionado durante toda mi vida y algunos han sido rescatados en situaciones muy comprometidas; debéis creedme. Pero ahora todos comparten sus dichas y vicisitudes en este jardín especialmente levantado para ellos; mirad cómo asoman sus frutos ¡Aquí! ¡Aquí! No menos de tos mil especies diferentes —alardea el Gordo, saltando y dando palmadas en el aire.

      —¿Tos mil? —el comandador se asegura de la expresión.

      —Sí, tos mil. Los tengo todos, no creo que me falte ninguno. —El Gordo, colorado como un tomate, se frota las manos.

      —¿Cuánto se tarda en cruzar este jardín? Parece enorme —apunta el Gris en un intento de suavizar el desenfreno del Gordo.

      —No mucho. Si vas aprisa, en dos días puedes estar fuera. Y si no, te quedas atrapado de por vida, no hay otra. Todavía queda sitio de sobra, aunque me da que al final terminas convertido en otro manzano —lanza una sonora carcajada el anfitrión.

      —A este no le circula bien la cabeza —dice Ixhian en voz baja, mientras el Gris le insiste en que guarde silencio.

      —Venid, os voy a enseñar algo muy particular.

      Atraviesan un estrecho pasillo hasta dar con una glorieta, donde unas pequeñas barandas ofrecen protección a un árbol.

      —¿Veis? Observad qué ejemplar más curioso.

      Un manto de hojas envuelve el tronco y entre sus ramas se puede percibir un nido de pájaros.

      —¿Es primavera en Paradiso? —cuestiona Ixhian en voz alta.

      —En este jardín es la estación que yo quiera, ¿me entiendes? Dejaos de sandeces y contemplad esta maravilla única en su especie. Frente a ustedes os presento al árbol de Eris.

      El Gordo hace una reverencia. Bajo el árbol se exhibe una manzana protegida por un cristal. Emocionado, toma la manzana.

      —¡Con rendimiento y pleitesía, que es una de las más valiosas de mi colección! Una manzana de oro perfectamente pulida y de la que, si os fijáis bien, sobresale una minúscula rama con dos hojas a cada lado.

      —¿Qué dice en la manzana, Gordo? —pregunta el Gris.

      —«Para la más bella». Es un idioma de los viejos dioses magnificentes, cuando el mundo merecía la pena recorrerse. Pero ustedes entendéis poco de esas cosas.

      —¿A quién perteneció la manzana? —se atreve el comandador.

      —Esta manzana fue un regalo para la boda de Tetis y Peleo. Ella fue la causante de la discordia entre las mujeres más poderosas del mundo. Esta manzana desencadenó el rapto de la sublime Helena, la más bella mujer de todo el Egeo. —Ambos hombres se miran incrédulos.

      —Estás de broma, ¿verdad, Gordo? —interviene inoportunamente Ixhian.

      En eso que el Gordo comienza a enrojecer. Los brazos le tiemblan convulsivamente y su cuerpo se hincha, aún más si cabe, resoplando como si le faltase el aire. Sus ojos parecen salir de sus órbitas y, para colmo, comienza a lanzar llamaradas de fuego por la boca. Ixhian y el Gris se lanzan al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos.

      —¡Gordo, basta! ¡Gordo, basta! —grita el Gris.

      Pero ya no hay Gordo en el mundo y todo lo que queda de él se ha convertido en una nube que resopla, levantando un viento encolerizado que hace estremecer los árboles.

      —¡Gordo, perdónalo! Tan solo está un poco sonado, tú supiste una vez lo que es pasar por eso. ¡Perdónalo! —grita el Gris.

      La furia del viento comienza a desistir, los manzanos mecen sus ramas y Gum llora como un niño pequeño sentado sobre el suelo.

      —Discúlpate, Ixhian. Anda, pídele perdón, que el Gordo es muy sensible.

      Sin dar crédito a cuanto está sucediendo, nuestro hombre intenta hacerle razonar.

      —Señor Gum, no sabía lo que decía. A veces me pasan estas cosas. Mi mente se encuentra confusa, intente comprenderme ¿No sabe aún por qué estoy aquí? ¿No se lo contó el Gris? —El errante lo mira