Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso. Ricardo Reina Martel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ricardo Reina Martel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788419092854
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que provenía de una zona denominada La Sidonia, algo así como un enorme laberinto poblado por cavernas amarillas; un lugar donde se daba cobijo y amparo a los niños sin hogar. Ambos estaban predestinados a encontrarse, dándose dicha situación en el mercado de una aldea cercana. ¿Lo recordáis? A partir de entonces, fueron acogidos por el abuelo Arón y Madre Latia en la casita del altozano y en lo que podríamos señalar como un tiempo de lo más maravilloso, donde recorrían el bosque y compartían secretos.

      Thyrsá e Ixhian levantaron un mundo propio que transcurría de la manera más inocente y en el que nadie tenía cabida. Ella lo llamaba Ví y él la llamaba Mó. Nada podía ser más excelente para esos dos seres señalados por la providencia. Pero no, no sucedió tal como pensáis, y conforme pasaron los años comenzaron a irrumpir extrañas presencias en el bosque, manifestándose de forma misteriosa ciertos signos portadores de inquietud, como los brazos en la niebla, los remolinos de viento o la presencia del Cancerbero.

      Debido a cuanto estaba sucediendo, el abuelo Arón y Madre Latia decidieron abandonar el bosque de Hersia, dado que una oscuridad que no poseía forma comenzó a tomar la comarca. De esa manera, se vieron obligados a huir y dar comienzo a un largo éxodo, renunciando al bosque, la casita del altozano y las encantadas ruinas de Vania.

      Partieron a la desesperada, hostigados por un enemigo invisible. Marchaban en busca del Paso de Lara, que suponía la frontera de un territorio mucho más luminoso que la comarca de Hersia. Alcanzaron los lagos de Conanza, bajo la guía de un personaje fundamental en la obra, llamado el Gris, un nómada errante, el último superviviente de una gran tradición, que les sirvió de guía hasta el Powa, el bosque sagrado de la Isla, en cuyas profundidades convivían dos sociedades secretas: el pueblo de La Roca, para los hombres, y Casalún, para las mujeres. Thyrsá pasó a formar parte del pueblo de las mujeres, mientras que Ixhian ingresaba en la orden comandadora.

      Una vez en Casalún, Thyrsá comenzó la formación de Los Códigos, cuya instrucción consistía en un recorrido iniciático a base de retiros y el intento de comprender la naturaleza profunda de las cosas.

      Mucho tiempo después, el destino los volvió a unir en Casalún justo en el momento en que Madre Latia fallecía. Sucedió en La fuente donde el agua no cae, el lugar más asombroso de la Isla. A partir de ahí, comenzó a fraguarse un mundo de leyendas en el que un lazo extraordinario uniría el pasado con el presente, confluyendo y tomando conciencia de los orígenes de ambos.

      Casalún era un lugar regido por grandes Madres llamadas Culmens, todas ellas dirigidas por Jana, personificación del amor. En el pueblo de La Roca se dieron a conocer los tres magos, encarnados en Arón, el abuelo; Dewa, el brujo, y Noru, el regente de La Roca. Multitud de protagonistas y lugares aparecerán en su camino, sobresaliendo un personaje que representa el reverso al mundo luminoso, la terrible Kudra, también denominada como la dama de los cuervos o la materia oscura.

      Thyrsá alcanzó el grado denominado de Inda Onmarisán, como preservadora del Powa, al tiempo que Ixhian pasó a ser su consorte. Tras la ceremonia de entronización, se retiraron con la finalidad de amarse en una caverna denominada Campanas y en la cual vivirán momentos de verdadera pasión, hasta ser sorprendidos por la aparición de Kudra, la materia oscura, con lo que da comienzo esta aventura.

      Con la amenaza de la guerra, Ixhian fue el elegido para llevar el Núcleo, las joyas de las sirenas, a Paradiso, y con el cometido de cruzar a un mundo paralelo, donde se hayan convictas las Mariposas, que representan a las grandes Madres del pasado. Le acompaña el Gris en esta nueva misión, para la que se ha levantado un acueducto legendario al que se conoce con el nombre de Puente de la Valsyria.

      Advertiros de que, al fin, podremos conocer quién se esconde tras la voz que relata la vida de Ixhian. Al contrario que Thyrsá, quien será ella misma la que nos dirija por su propia historia desde el recuerdo y en un castillo llamado de La Batida. Thyrsá, ya anciana y en primera persona, nos hablará de ella, por lo que poco a poco nos irá revelando sus memorias y secretos.

      Ahora, queridos lectores, estáis a punto de partir de viaje, pero dejemos que sean nuestros protagonistas quienes os sirvan de guía. Dejémonos llevar por esta aventura y sumerjámonos en la tierra de Paradiso, un lugar plácido en el mejor de los casos, pero cargado de melancolía y añoranzas. Todos poseemos un lugar en el corazón, una zona que, consciente o inconscientemente, hemos levantado para poder refugiarnos y alejarnos del dolor o de la incertidumbre. Regresar a Paradiso significa recuperar aquello que perdimos, nuestras causas pendientes.

      Ha llegado el momento de regresar y liberar los aromas de La Batida, ese castillo donde Thyrsá, ya anciana, nos ofrece la palabra de quien aguarda pacientemente la llegada de las aítes, las consejeras de la muerte y, con ello, el paso a la eternidad.

      1. Los recuerdos del Castillo de La Batida

      El ensueño de Thyrsá

      Ixhian y el Gris partieron en una mañana donde el otoño ya asomaba con desmesurada aflicción. La niebla cubría amplias zonas del Valle y más allá del sendero de la melancolía el mundo se tornaba de una atmosfera que parecía a punto de deshacerse. El abandono y la soledad rechazaron cualquier tipo de persistencia y, si no hubiese sido por sus últimas palabras de consuelo, me hubiese roto como una vieja muñeca de porcelana, hasta que, cuando menos lo esperábamos, y bajo una lluvia torrencial, llegó Dewa, acompañado del abuelo, diciendo:

      —Me apetecía echar un vistacillo por el pueblo de las mujeres, que tanto hombre a mi alrededor comienza a incomodarme.

      Nos echamos a reír tras su atrevida expresión.

      —Te buscaremos un lugar entre nosotras, querido Dewa, pero me tendrás que prometer que no te entrometerás en las cosas de mujeres, y menos en las de Casalún —le contesté a mi amigo.

      —No me castigarás mandándome de nuevo a Madriguera, ¿verdad?

      —Ya veremos cómo te portas —le dije, a la vez que paseábamos y este se aferraba a mi brazo.

      A partir de esa noche volvió a abrirse el cuarto sendero y entonces nuestros pensamientos comenzaron a fluir con cierta placidez. Todo sucedió tan rápido que apenas lo recuerdo. Un tremendo frío se asentó en nuestros huesos y la nieve descendió hasta cotas sorprendentes, cubriéndose el sendero de la melancolía y ofreciéndonos un espectáculo primoroso. Pero yo, la Inda Onmarisán y gran madre de Casalún, intuía que algo estaba a punto de suceder, y en esa mañana helada me permití retozar junto a mis hermanas sobre la nieve, hasta que el viento comenzó a desplazarse y entonces entendí que no podía continuar debatiéndome en algo imposible. La tormenta estallaría cuando menos lo esperase, por lo que habría de estar preparada para cuando esto sucediese. No me equivocaba en absoluto, aunque jamás llegase a pensar que el detonante se encontraba tan cerca.

      A partir de la última luna de invierno decidí incorporarme a la disciplina de Casalún y le solicité a Amanda, la maestra, un lugar entre las doncellas. Necesitaba estar lo más cerca posible de las pequeñas, asignándome Amanda dos clases a la semana, en las que les hablaba de la naturaleza del Powa y de cuanto nos rodeaba. De esta manera, me acerqué a mi niñez y recobré el aroma de los bosques de Hersia, pero mis recuerdos comenzaron a diluirse debido a un presente que lo devoraba todo. Y aunque hubiese cesado el acoso y el hostigamiento, yo sabía que todo era fruto de un engaño. La había visto con mis propios ojos: Kudra, la materia oscura, se había manifestado ante mí, aunque mi mente intentara disuadirme de ello.

      Mientras persistía la luz del día, el sendero de Belenia, aquel que llevaba a la fuente, se hallaba custodiado. Se acercaba el Elán de las Flores y el cuarto sendero se abriría una vez más. Tanta calma me turbaba y al brujo Dewa se le veía ensimismado, hablando solo, inclinándose hacia la nostalgia. Entonces, deduje que Siné, la señora de las plantas, no debía de ser su mejor compañía y decidí ofrecerle un alojamiento en la torre de la Atalaya, donde residíamos las Madres de Casalún.

      —¿Te has vuelto loca? —me dijo Eleonora, y dirigiéndonos a la habitación de Amanda, expusimos nuestras conclusiones.

      —Al viejo Dewa le sentaría bien, de eso no cabe la menor duda. Aunque la influencia